Me decía hace poco un amigo que una vez leyó un pensamiento de un autor en el que se decía que la esencia del hombre es el hambre. Quizá en el momento histórico actual, y sobre todo, en la latitud en que vivimos, perdamos un poco de vista esa idea, porque, efectivamente, vivimos en una parte del planeta que no pasa hambre y en un tiempo en el que, al menos para el mundo occidental, se puede decir que el hambre ha sido erradicada, aunque conviene no olvidar que hace solo unos pocos decenios lo esencial en España es que se pasaba hambre y se venía pasando hambre desde muchos milenios atrás.
Por lo poco que se de historia, tengo la sensación de que desde siempre los conflictos se han solucionado por la violencia. En el siglo XVII, por ejemplo, hubo en Europa tal cantidad de guerras que se puede decir que todo el mundo estaba permanentemente peleándose. ¿Y cuáles han sido las causas de las guerras? Es muy difícil simplificar, pero hay un factor común: la ambición de poder o de riqueza, la envidia, y tantas miserias personales inconfesables cuyo resultado es el recurso a la violencia. Y otro factor no desdeñable: la lucha por el territorio, el suelo, por lo que este supone, ya que el territorio es fuente de poder o de riqueza, y porque esas riquezas son un antídoto contra el hambre, aunque no ha faltado a quien le mueve, no ya la lucha contra el hambre, sino el afán de opulencia. Es propio de la condición humana perder la cabeza y no conformarse con lo que se necesita para vivir, sino llevar la ambición hacia lo que lleva al atesoramiento.
Los once primeros capítulos del Génesis no son estrictamente históricos; son una explicación teológica de la historia de la salvación y de los principales interrogantes que se plantea el hombre. Cuando Caín mata a Abel, hay en esa acción una envidia por el favor que Dios dispensaba a Abel, seminómada, con preferencia sobre Caín, sedentario. No se de donde ha salido que lo mató con una quijada de asno; al menos la traducción de la Biblia que yo manejo no especifica el arma homicida.
El texto bíblico dice así: “El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, más que en Caín y la suya. Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo. El Señor le dijo: “¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza, pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo”. Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo, y cuando estaban allí, se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. El Señor preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”. Él respondió: “No lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?”. Entonces el Señor replicó: “¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra que ha abierto sus fauces para beber la sangre de tu hermano que acabas de derramar. Cuando cultives el campo no te dará ya sus frutos, y serás un forajido que huye por la tierra”. Caín contestó al Señor: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla”.
Da igual que un ser humano mate a otro con un golpe de quijada, con un rifle, con una inyección letal o mediante el aborto provocado; en cualquier caso es matar a un hermano. La envidia de Caín podía encerrar un miedo a la seguridad futura o una avaricia inconfesada que llevaba a negar a Dios lo que le era debido. En cualquier caso podría entenderse como un hambre—física o espiritual, presente o futura—mal orientada, hasta el punto de perder de vista la dignidad de su hermano y contraponerla a ella hasta ver en la eliminación de este una salida al propio problema cuando la solución al mismo debería venir por otro camino.
Los seres humanos llevan matándose unos a otros desde hace muchos milenios. El estado de ánimo inmediatamente previo a la comisión de un asesinato viene perfectamente descrito en el versículo del Génesis que hemos visto: “¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza, pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo”. El pecado acecha primero en el interior del hombre como una fiera. Pero se le puede dominar. Y la mentira en el interior del hombre, posterior al asesinato de un semejante, también queda patente: “¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?”.
─ Pues sí, lo eres; todos somos guardianes de nuestros hermanos—habría que responder a todos los que han seguido el ejemplo de Caín, a quienes maldice la misma tierra, que ha tenido que beber la sangre inocente de sus víctimas.
Para los cainitas su felicidad, por un momento, ha sido un rifle caliente y humeante que por un instante ha parecido dar solución proporcionada a un problema. Pero el placer de la sangre no sacia y desaparece pronto, como el humo, dando lugar, en el mejor de los casos, a un hondo pesar: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla”.
Actualmente hay tantos asesinatos que la mayoría no son noticia, son algo vulgar, como la felicidad efímera de sus protagonistas.
Añadir nuevo comentario