Invito al lector de este periódico digital que lea un artículo de Carmen Muñoz de Águeda, aparecido el día 11 de agosto en esta sección de opinión, titulado “Sesos con calentura”. Habla sobre los muertos y todo ese mundo “tan vivo” al estilo Raska-Yú de los años cuarenta que encandilaba a nuestros padres. ¿Y yo me pregunto—y te pregunto, Carmen—cómo es que has tenido esa necroinspiración en plena canícula veraniega de piscinita y cervecita? La caló produce efectos imprevisibles.
Carmen es amiga mía y aunque es muy recatada y ustedes la vean en la foto del periódico con unas enormes gafas propias de colegiala empollona de EGB, detrás de las mismas se esconde una chica de muy, pero muy buen ver, sin omitir que, evidentemente, no nació ayer.
Pero no voy a hablar de Carmen solamente, sino de un grupo de whatsapp en el que, además de Carmen y yo, están otras cuatro “chicas de oro”, Pepa, Rosa, Angelita y Juana, y otro oso como yo llamado Juan Pedro, ya que como dice el refrán, “el hombre como el oso, cuanto más feo más hermoso”. Es para compensar tanta belleza.
Inciso: Yo creo que lo que les pierde a políticos tan repelentes como Montoro es no estar en uno o varios grupos de whatsapp como yo. Fin del inciso.
Bueno, pues como decía, estábamos el otro día en una de esas conversaciones por whatsapp de réplica y contrarréplica cuando Pepa, una de las chicas de oro, se descolgó con una extensa narración de su último viaje desde Marbella “en un trenecillo de vía estrecha, después de 35 minutos de espera” en el que había bastante ambiente humano, protagonizado por una familia con tres niños que no tenían muy claro lo del comportamiento políticamente correcto y que tras un rato de entretenido diálogo con Pepa (en el que, dicho sea de paso, le calentaron los cabezones), la invitaron a que se fuera con ellos a Alemania, en donde vivían, remasterizando de alguna manera aquel eslogan de cuando todos en este país éramos franquistas y que decía escuetamente “Vente a Alemania, Pepe”.
Pero lo que más motivada tenía a Pepa en ese momento era lo que le pasó en el control de taquilla antes de empezar el viaje, que le subió la autoestima hasta la estratosfera de un modo desbocado, y que consistió en que el revisor le obligó y le exigió que le exhibiera la tarjeta dorada de Renfe y el DNI, por cuanto no se creía que el “menumento” que tenía ante sí (con “e”, como en el “chotis del feo”) contaba en su haber nada más y nada menos que 69 primaveras con sus respectivos veranos. Ni que decir tiene que ante este despiste providencial del revisor, Pepa correspondió, no solo mostrando sus 69 tacos tan bien cumplidos, sino “lanzando piropos a diestra y siniestra” como loca, que es un modo de repartir besos. Advertencia: como diría Camilo José Cela, “la española cuando besa, es que besa de verdad, que no es de españolas besar por frivolidad, ¡Arriba España, coño!”. Segunda advertencia: Pepa es vasca, o sea, española. El que piense que las vascas no son españolas es, como mínimo, un cabrón con pintas, que conste.
Esta elevada moral le hizo arrastrar a Pepa su maletilla hasta casa, una vez llegada a Córdoba, como si se tratase de una pluma, sin hacer caso al chaparrón veraniego que se desató en ese momento y que le hizo llegar a su casa empapada, aunque feliz de que hoy día en la Renfe haya todavía revisores así, que le lleven a una a tener que decir o al menos pensar aquello que se decía mucho y se pensaba más en la España de Franco: “oiga, usted no sabe con quien está hablando”.
Bueno, el relato corto de Pepa en el whatsapp hizo que Carmen comentara que aquello es “como la vida misma, una vida plena y feliz”, a lo que Pepa puntualizó que “sin timbas”, lo cual tiene más mérito. Rosa—otra belleza de algo más de sesenta— intervino para darle la bienvenida a Córdoba, y Juan Pedro destacó lo obvio: que no le extrañaba que tuviera que aportar pruebas documentales para demostrar su edad. Evidentemente, Juan Pedro es un hombre con sentido común. Yo apostillé que las chicas de oro tenían una autoestima superlativa, a lo que Juana, que es probablemente quien más alta la tiene, puntualizó que “quien no nos sigue es que sufre una alteración de la percepción de la realidad”.
Este diálogo de whatsapp tuvo lugar poco antes de comer el pasado 8 de agosto. Pero el día 10, Pepa volvió a coger el tren a Marbella, porque Pepa siempre está de la ceca a la Meca y ahora volvía a la ceca con el mismo billete de ida y vuelta con el que dos días antes había venido a la Meca. Rosa intervino diciendo que da gusto viajar en tren, a lo que apostillé diciendo que a mi modo de ver, el tren es el medio más civilizado de viajar. Carmen confirmó mi opinión argumentando que en el tren tienes la oportunidad de enterarte de la vida de los demás pasajeros. Yo hice un comentario más largo abundando en lo que acababa de decir Carmen, y comenté que en el tren se habla, se pasea por el pasillo central, se ve el paisaje, se come un bocadillo, se va a ese lugar excusado al que se va siempre sin la menor excusa; en los trenes antiguos también se cantaba y se fumaba; e incluso hice referencia a mi tía Luz, que de joven se montó en un tren y tuvo una discusión con un hombre joven que le disputaba el asiento. Lo del asiento no se cómo quedó, pero lo cierto es que se casaron unos meses después. Efectivamente, para mis tíos Luz y Jorge aquel tren fue algo más que un medio de transporte.
Tras mi intervención, Carmen dijo que con la rapidez del mundo de hoy, ya no da tiempo a esas cosas. Yo comenté que la sociabilidad del AVE es una caricatura comparado con la de los trenes de antes. Rosa comentó que a falta de tren, bien puede valer un tractor amarillo, pero que de todas formas, qué romántico es enamorarse, aunque sea en el tren. Quise puntualizarla diciéndole que para mí el tren es poesía. En ese momento intervino Juan Pedro para decir lo siguiente: “Whatsapp le comunica, que debido a la cantidad de mensajes y notificaciones, que usted ha enviado este mes, se le obsequiará con una fregona y una escoba, para que se ponga a hacer algo. A vosotros os van a dar dos a cada uno, COÑA. Jajajajajajaja”.
Ya en el tren, Pepa lanzó a los del grupo el siguiente mensaje: “Ya en el de vía estrecha. Aquí si que hay vida. De todos los colores, tamaños, y modelos. Una maleta roja, rueda pendenciera en el vaivén del tren, sin que su dueño coloreado por los tatuajes, se inmute. A mí, para variar, me entra la risa. Y pienso, que bella es la vida. Continuará”. Rosa, encantada con el microrrelato de Pepa, afirma que este grupo “es muy guay”. Juana, entrando en materia: “De mis tiempos de lanzadera a Sevilla, después de 6 años, mantengo la pandi y continuamos viéndonos y cervezeando y mira q mi madre siempre me regañaba x no cuidar las amistades. Al relato de Pepa le faltan las bicicletas en el Andalucía Exprés y con anterioridad los gallos vivos, los huevos y las botellas de cristal tapadas con corcho, q cdo rodaban x el pasillo nadie decía q era suya”. Carmen entra al trapo (como siempre) apostillando que a Juana se le ha olvidado hablar de las vomitonas. Juana intercala: “¡Q experiencias!”. Carmen, que seguramente debe tener una dilatada experiencia de trenes de los de antes, sigue apostillando: “Y los olores a chorizo. Y los picos d las toks d las monjas q t las clavaban cuando se movian”. Juana añade que a los sentidos del oído, vista, olfato, gusto y tacto, habría que añadir el sentido del tren. Pepa vuelve a intervenir: “No cabe duda, los trenes daban para mucho. Ahora se accede a la ventanilla con número. Aun así siempre me despiertan la imaginación.....”.
Efectivamente, los trenes de antes eran otra cosa. Los animales tales como las gallinas, perros y conejos no necesitaban pases especiales, tampoco te tocaban los cojones por la megafonía diciéndote que no hables por el móvil, no solo porque había más libertad, sino sobre todo porque no había megafonía. Los asientos de los trenes de tercera eran de tablas, de unas tablas que no solo se te clavaban en la espalda, sino en el alma, debido a lo cual, casi todo el mundo iba despierto hablando y haciendo amistad con sus compañeros de viaje. En los trenes antiguos se comía tomate con sal, filetes empanados, tortilla de patata, panceta, chorizo (como muy bien ha señalado Carmen) y demás alimentos con colesterol y de los que engordan, como Dios manda, y no esas mariconadas que se sirven hoy día de los gusanitos y demás gilipolleces. Y de beber, agua del grifo, y como mucho, vino de garrafón, con el que algunos cogían una cogorza, pero una cogorza católica, nada de protestante.
Como decía Chesterton, la borrachera católica se diferencia de la protestante en que la segunda es silenciosa, pues estoicamente el candidato a borracho va ingiriendo el alcohol poco a poco, con rostro impasible, ausente de emociones, con frialdad, hasta que se le cae la cabeza hacia atrás, y detrás de la cabeza va él entero.
Sin embargo, la borrachera católica es sonora, bronca, con riqueza de lenguaje verbal y no verbal, onomatopéyica, vehemente, homérica, llena de sentimiento y de felicidad, ya que el vino alegra el corazón del hombre. Tiene tres fases. La primera es la exaltación de la amistad por la cual el candidato a borracho se siente irresistiblemente atraído a una profunda amistad hacia todos los que le rodean como si se conocieran de toda la vida. Si hay alguna mujer presente, sin duda se llevará algún elogio hacia su hermosura, y si está el marido de esta y no es una persona muy flexible, pueden terminar él y el candidato a borracho a guantazos, debido, obviamente, a la intolerancia del primero.
La segunda fase de la borrachera católica está constituida por los cantos regionales. No me refiero a esos himnos de mierda de algunas comunidades autónomas, fruto de la cursilería política y de la tontuna que invade a este país, también de mierda, desde hace ya bastantes años. Me refiero a los himnos clásicos de las cogorzas hispanas de antaño, al frente de los cuales está el “Asturias, patria querida” y el no menos celebrado de “Valenciaaaaaa” o al inmortal “Desde Santurce a Bilbao”.
A mi modo de ver, la borrachera católica es algo así como el teatro clásico en tres actos: exposición, nudo y desenlace. Los cantos regionales vienen a ser algo así como el nudo, donde se “cuece” la cogorza, por lo que podemos decir que cuando se llega a la fase de cantos regionales, el borracho empieza ya a estar en un estado de madurez porque en la exaltación de la amistad, alguno le podía seguir la cuerda, pero al llegar a los cantos regionales, ya nadie tiene güevos para cantar con él, ya hay un elemento diferenciador entre él y los demás mortales que le rodean.
La tercera fase son los insultos al clero, que son, a mi modo de ver, una manifestación indubitada del aprecio y cariño que en este país hemos sentido siempre por los sacerdotes y que el borracho católico, en el éxtasis de su sinceridad etílica, manifiesta siguiendo a la letra aquel refrán castellano de que “quien bien te quiere, te hará llorar”. Efectivamente, los insultos al clero indican que los sacerdotes no nos son indiferentes, que no les pagamos con frialdad su abnegación y entrega; en una palabra, que les queremos, aunque no se entienda bien el modo de querer, pero eso es problema de quienes tienen malas entendederas.
En esta tercera fase, el borracho ya manifestaba de modo literal lo que tradicionalmente la guardia civil siempre ha puesto en los partes cuando ha tenido que describir el estado en el que se encontraban estos borrachos nacionales: “mirada perdida, andar vacilante, sonrisa floja y baba abundante”.
Me he detenido un poco en la descripción de la borrachera católica de aquellos trenes que solía terminar en la vomitona de la que hablaba Carmen, que dejaba un olor en el vagón solo comparable al que dejó Sancho Panza cuando aquella noche se cagó de miedo y don Quijote le recriminó aquello de “Sancho, hueles, y no a ámbar”.
Después de la vomitona, el borracho católico, apostólico y romano procedía a dormir, y normalmente roncando. Quizá fuera el único que lo hacía en esos asientos de tercera. Y el tren seguía su camino.
Comentarios
Señor, sepa usted, que aún
Señor, sepa usted, que aún siendo de risa fácil, me he reido a carcajadas con la lectura de este artículo, que dicho sea de paso, le hemos ofrecido en bandeja la mitad del mismo. A no tardar enviaré 27 horas de viaje en solitario que tengo que recapturar de estos endiablados artilugios modernos.
Es usted una bomba de relojería, estalla en cualquier momento ¡que peligro!
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