Sexualidad y Bioética
Un error en el que a mi modo de ver no debe caerse al tratar de bioética es considerar las cuestiones relacionadas con la vida humana como un conjunto de reacciones biológicas o de química orgánica propias de un mecanismo complejo cuyo funcionamiento se va conociendo paulatinamente por los científicos como se puede conocer el del sistema solar o el de los animales. El fenómeno de la vida humana no es un fenómeno simplemente biológico, ni la sexualidad humana es simplemente un mecanismo reproductor. No hay que olvidar que los protagonistas de todo esto son personas, no máquinas. Ni siquiera animales.
Además de lo anterior, los aspectos éticos del respeto a la vida están interconectados con los de la sexualidad, que no es una sexualidad animal sino humana, con sus características específicas.
En el ser humano la sexualidad no es un conjunto de instintos que, frente a estímulos externos de los sentidos, producen una serie de reacciones químicas en el organismo antes, en y después del acto sexual. En el ser humano la sexualidad es una dimensión de la persona que trasciende el momento del acto sexual, y valga la expresión, la impregna toda ella. Cada varón es persona masculina y cada mujer es persona femenina. El sexo modula la persona, el modo de ser persona. Algo integrante de la persona humana es serlo como varón o como mujer, no solo en lo corporal sino en lo espiritual. Se podrá pensar que hablar sobre el sexo de los ángeles es tratar un tema banal. A mi no me lo parece. Como seres espirituales puros es probable que los ángeles no tengan sexo. Pero el alma humana, espiritual también, sí lo tiene, porque está indisolublemente unida al cuerpo en una persona humana que por naturaleza es sexuada.
Una de las diferencias más claras entre las sexualidades humana y animal es que en esta última hay un predominio de la posesión, mientras que lo característico de la sexualidad humana es la donación, por una razón fundamental: el hombre es capaz de un amor espiritual, que sale de si, que es donación. Y ese amor está en el centro de esa relación de amor cualificado, especial y específico que constituye la relación de amor conyugal entre un hombre y una mujer. Por eso el acto sexual en el ser humano es un acto de amor, de donación, no de posesión, si se lleva a cabo de un modo genuinamente humano, como personas, no como animales.
Por ello el fruto de ese acto sexual no es un fruto mecánico, ni siquiera biológico, resultado de la imparable fuerza de la naturaleza. El fruto del acto sexual humano es un fruto del amor, es tan fuerte que es una persona. Y ay de aquel que haya sido concebido como fruto del egoísmo de sus progenitores. Mal comienzo. Es cierto que un mal comienzo puede enderezarse. En este caso no solo puede sino que necesariamente debe enderezarse lo antes y más radicalmente posible, porque el hombre necesita no solo crecer, sino sobre todo, ser concebido en un ambiente de amor. La vida humana es delicada y sensible, no es tosca como la de los animales. Su caldo de cultivo necesariamente debe ser el amor. El niño necesita amor, pero también el feto, y el embrión necesita amor, no solo desde el primer instante de la concepción, sino en los prolegómenos de esta, y ese amor es el manifestado y significado en el acto sexual de los padres llevado a cabo como acto de amor humano verdadero, como acto de donación, no como mentira.
Se comprende que sexualidad y bioética están interconectadas pues en el origen de la defensa de la vida está el ejercicio de una genuina sexualidad humana. Por eso, estadísticamente hablando, quienes no respetan la ética acerca de la vida humana, coincide que tampoco respetan la ética de la sexualidad.
Antonio Moya Somolinos
Arquitecto
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