Fue en 1957 cuando salió una película titulada “El abominable hombre de las nieves”, dirigida por Val Guest, en la que el protagonista era un monstruo terrible e inteligentísimo, el yeti, que vivía solitario en parajes nevados.
También en 1957 fue nombrado ministro de Comercio Alberto Ullastres, cuyo prestigio no ha hecho sino aumentar en las décadas posteriores entre los profesionales de la economía, puesto que él y el que fue ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, fueron los artífices del Plan de Estabilización que terminó con 20 años de autarquía cuyos responsables eran los políticos socialistas de entonces—los falangistas de Girón y sus amigos—que se dedicaban a hacer política en vez de sacar adelante al país, hasta llevarlo al borde de la ruina.
Habiendo obtenido previamente la confianza de Franco, Ullastres propuso el 20 de julio de 1959 en las Cortes un plan de ocho medidas: Convertibilidad de la peseta, levantamiento inmediato de los controles de precios, eliminación de gran parte de los aranceles, aprobación de leyes para favorecer la inversión extranjera, subida de los tipos de interés hasta ajustarse al tipo natural de preferencia temporal, congelación de los salarios, frenazo en seco del gasto público y prohibición al Gobierno para pignorar ni un solo céntimo de deuda en el Banco de España.
Evidentemente, aunque el plan les tocaba los cojones a todos los socialistas de entonces que componían las Cortes, como a Franco le parecía bien, aquello se aprobó y se publicó al día siguiente en el BOE.
Los resultados fueron espectaculares. En un año la inflación bajó del 13% al 2,4%, las reservas de divisas se multiplicaron por tres, la balanza de pagos dio superávit, empezó a afluir masivamente el turismo, las empresas europeas se empezaron a instalar aquí y para el año 1965 España era ya la décima potencia industrial del mundo. Sin el Plan de Estabilización hoy seríamos un país de alpargata, de proletarios falangistas o socialistas, que para el caso son lo mismo.
Es mucho lo que España tiene que agradecer a Alberto Ullastres. Yo diría que lo más destacado ha sido entrar en la Unión Europea, pues aunque fue Felipe González el que se colgó la medalla, el que hizo el trabajo previo e indispensable que posibilitó nuestro ingreso fue Alberto Ullastres. Otra cosa es que la Unión Europea sea la panacea de nuestros males, que no lo es, pero eso es otro tema.
Me imagino que la historia le hará justicia a pesar de que murió en el 2001 en el más absoluto olvido. Su secreto, me parece que fue sobre todo la tenacidad en el trabajo, que le llevó a tener una preparación y una solvencia profesional que no tenían los coetáneos suyos, dedicados a perder el tiempo en la política de partido. En esto, poco hemos avanzado hoy.
Hay un pequeño detalle revelador de cuanto acabo de decir. Al poco tiempo de tomar posesión como ministro, los funcionarios del ministerio de Comercio empezaron a notar en el nuevo titular algo que era hasta entonces inusual: ¡El nuevo ministro iba a trabajar todos los días al ministerio! ¡Y además era puntual llegando todos los días a las nueve de la mañana a su despacho! El mote estaba claro, a la vista de la película recién estrenada entonces sobre el terrible yeti; y Alberto Ullastres pasó a ser “el abominable hombre de las nueve”.
Efectivamente, los ministros de entonces—como todos los políticos de ahora—vivían como reyes, o al menos como ministros, esto es, sin horario, dedicándose en horas de trabajo a hacer lo que les salía de la punta del bolo, y mayormente lo que podríamos llamar el medreo político, la intriga permanente, los enchufes, el pasteleo del partido, sin distinguir lo público de lo privado. Para lo único que eran puntuales—como hoy—era para cobrar la nómina a fin de mes.
Por eso, un ministro que iba todos los días al ministerio a trabajar y que llegaba puntual era algo inusitado. Lo de “abominable” pienso que se lo pusieron porque encajaba con el título de la película, y también quizá porque su puntualidad era una manera no buscada, pero real, de delatar a los funcionarios vagos e incumplidores del ministerio, acostumbrados a tocarse los cojones durante toda la mañana aprovechando que el ministro de turno se dedicaba a mariposear políticamente por otros lugares. Yo conocí personalmente a Alberto Ullastres en los años ochenta y puedo decir que era un tipo sensacional, sumamente simpático y entusiasta por todo lo que dijera su interlocutor. Vaya, todo lo contrario de abominable.
A estas alturas del siglo XXI nos resulta normal que un político con cargo institucional dedique gran parte de su tiempo a conspirar, a intrigar, a pelotear y a mamonear para acrecentar o mantener su posición dentro del partido ¿Cuándo se darán cuenta estos señores que un partido es una asociación privada a la cual no deben dedicar tiempo en horas de trabajo si su trabajo es un cargo en la Administración? ¿Por qué se critica a los funcionarios que a media mañana salen a tomar un café y no se presta atención a estos políticos caraduras que se dedican a cobrar del erario público para sufragar sus aventuras políticas privadas?
Al mamoneo que se dediquen a partir de las tres. En las horas anteriores no vendría mal que fueran los abominables hombres—o mujeres—de las nueve. De paso, además, harían que el ojo del amo engordara el caballo.
Antonio Moya Somolinos
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