Llora, nene, llora; haz suspirar a tu madre; a su edad no debería ser tan tonta. O acaso el tonto eres tú, que suspiras a lo Boabdil.
Hace ya bastantes años desembarcaste en la ciudad. Eras todavía un niño, aunque a esa temprana edad recibiste mucho más apoyo que el que recibían otros compañeros tuyos, apoyo que no te faltó tampoco de mayor, cuando tu mentor te propuso para dirigir su empresa, aunque te puso unas condiciones, que le prometiste cumplir; promesa que no cumpliste, pero ya era demasiado tarde para él.
Desde ese puesto de dirección tuviste todo lo que un play-boy aspira tener: poder, sexo y dinero. Son los tres espejismos que hacen perder la cabeza a un hombre mundano que tiene arrinconado a Dios, aunque a efectos de protocolo lo pasee de vez en cuando por aquello de guardar las formas, aunque sean formas huecas, sin alma, como sostenía tu pariente el francés hace unos años.
Durante varios años te dedicaste a pasear en moto a mujeres que no eran la tuya y a llevarlas a todo menos a rezarle el rosario a la Virgen de Lourdes. En cuanto al poder, hubo momentos en los que no se movía ni un dedo en tu empresa sin tu permiso, aunque externamente tus competencias fueran aparentemente más limitadas. Y en cuanto al dinero, has sido un vulgar avaro atesorando mucho más de lo que una vida da de sí para gastarlo. Te pareces a los Pujol, pillando de aquí y de allá. ¿Por qué tanto dinero atesorado? “Por si acaso”, respondes, que nunca se sabe lo que puede pasar hoy y aquí; nadie nos dice que el mañana no vaya a ser vivido allá, en vez de aquí: hay que tener dinero en todas partes y principalmente en Suiza o en paraísos fiscales, que este país es impredecible.
Así has pasado tu existencia. Tuviste amigos, pero los dejaste en la cuneta. Qué ingenuos eran. Creían que podían ser amigos tuyos compatibles con el Poder, el Sexo o el Dinero. No sabían que estos señores son incompatibles con la amistad. Los abandonaste a su destino sin tenderles una mano cuando más te necesitaban. Algunos ya han fallecido. En cuanto a los amigotes, es decir, los amigos de mentira, esos no fue necesario que los abandonases porque se fueron solos.
Tu mujer también terminó de ti hasta los cojones; bueno, hasta los ovarios, que eso de aguantar carros y carretas tiene un límite.
En fin, que a la vuelta de los años, habiéndote jubilado, te encuentras con que el poder que tenías antes se ha esfumado, como a Boabdil; que la “escopeta” no es ya ni una humilde escopeta de feria; y que todo el dinero que tienes acumulado no sabes cómo gastarlo ni tienes quien te haga compañía para ningún plan en que gastarlo.
Empiezas a pensar si no te habrás equivocado en el trazado de tu propia vida, si no será cierto aquello de Jesús de Nazaret “de qué le vale al hombre ganar el mundo si pierde su alma”. Quizá estés pensando seriamente si no sería oportuno hacer lo que hizo uno de tus abuelos al final de su vida.
Mientras tanto, lloras, como Boabdil, por no haber sabido defender en la propia vida las cosas importantes. Llora, nene, llora; haz suspirar a tu madre; a su edad no debería ser tan tonta. Y tú tampoco.
(Postdata.- En Andalucía, o al menos en Córdoba, los niños siempre son “nenes”, y en cuanto a las mujeres—todas—son “niñas” aunque tengan más de 80 años).
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