Hace ya varios meses, cuando la Pantoja entró en el trullo, me enteré de que los puritanos de la Jungla de Andalucía le habían desposeído previamente de la medalla de honor de la comunidad autónoma, que años ha le habían otorgado en medio de esa ceremonia paleta que tiene lugar habitualmente en el día de Andalucía para entretener a los jerifaltes de la Jungla y demás amigotes antes de pegarse la mariscada de rigor con dinero público.
Era inconcebible que los políticos andaluces pudieran permitir que esa señora mancillase el honor de la Jungla de Andalucía de esa manera. Ir a vivir entre barrotes era incompatible con el honor de ostentar la distinguida medallita de una institución tan encopetada. Se podrá cantar flamenco y coplas, casarse con un torero y tener amoríos con un exalcalde del Gil, pero cometer una infracción penal fiscal, aunque vivamos en un país con el 24% de economía sumergida, eso es intolerable, incluso aunque los dos expresidentes de la Jungla estén con el culo al aire por culpa del tesón de la jueza Alaya y varios de sus antiguos consejeros tengan también algunos “problemillas” de ese tipo.
También recuerdo que al pobre del Marichalar le desposeyeron de un plumazo del ducado de Lugo cuando se divorció de la infanta Elena. Menos mal que un ducado de ese tipo probablemente da más problemas que satisfacciones. No me extrañaría que el Marichalar haya respirado hondo cuando se vio liberado de tal titulillo, que a mi me suena a poco más que a “Reina de la Vendimia” cuando en este país las mujeres no ostentaban como ahora tantos cargos públicos.
Quizá esto que pienso esté relacionado con lo que le pasó a Miguel Delibes cuando estaba en su lecho de muerte. Le llegó el comunicado urgente de que el rey Juan Carlos le quería distinguir con un título nobiliario, a lo que el ilustre escritor respondió negativamente, quizá distinguiendo en ello un regalo envenenado que, para empezar, lo primero que generaría es un impuesto en sus herederos. El pobre Miguel Delibes se murió siendo lo que siempre había sido, un plebeyo, y a mucha honra, sin aceptar un equipaje inútil para el paso engorroso de la muerte.
De todo lo anterior, sin embargo, saco una conclusión que contradice la idea que tenía—y tengo—sobre los regalos. Yo siempre he sostenido que cuando alguien regala algo, se desprende de lo que regala, de modo que el objeto regalado deja de ser de su propiedad y pasa a ser netamente de la propiedad del obsequiado, con todas las consecuencias. En mi vida me he planteado reclamar, ni siquiera pedir explicaciones de su uso, acerca de algo que previamente haya regalado.
El que regala tiene la obligación de respetar en la propiedad al nuevo propietario. Los regalos son irrevocables, no tienen vuelta atrás. Si no, no son regalos de verdad.
Un amigo mío que es muy comerciante, hace tiempo me sopló al oído un refrán que sin embargo da qué pensar y que dice así: “El que regala, bien vende, si quien recibe lo entiende”. Luego parece que hay regalos que más que regalos son tratos por los que se espera una compensación. Puede ser que haya quien regale así y quien entienda así el regalo que se le hace. Las relaciones humanas son muy tupidas a veces.
Pero llegar a revocar un regalo como a la Pantoja o al Marichalar se me antoja algo intolerable, lo mismo que esos pueblos o instituciones que distinguieron hace bastantes años a Franco con todo tipo de honores y solo unos años después se los quitaron de mala manera. Son unos canallas.
─ Es que nos hemos equivocado—podrían argumentar unos y otros esquilmadores de títulos.
─ Pues haberlo pensado bien, capullos—les contestaría yo.
Las cosas hay que meditarlas, sopesarlas, y luego, una vez decidido algo, pechar con las propias decisiones…y con las propias equivocaciones, si las hay.
Nadie puede predecir el futuro. Nadie podía predecir, por ejemplo, que la Pantoja cometiera un delito fiscal. Pero nadie está libre de culpa, y podría darse el caso, andando el tiempo, por esas extrañas ironías de la vida, que la Pantoja comparta prisión con quien le condecoró materialmente, que ya no se si era el Chaves o el Griñán, pero uno de los dos era, y actualmente está con el culo al aire por culpa de la perseverancia de la jueza Alaya.
He dicho “compartir prisión”, que no celda, que en arquitectura penitenciaria todavía están los niños con los niños y las niñas con las niñas, en contra de los principios de la Jungla de Andalucía, cuyo ideal, me imagino, sería estar todos revueltos bailando el rock de la prisión al son de Miguel Ríos.
Posdata.- Que se anden con cuidado el Urdangarín y la infanta. Su título de duques de Palma de Mallorca también está con el culo al aire.
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