Esta obra de misericordia también se enuncia como "Sufrir con paciencia lo molesto del prójimo" o "sufrir con paciencia la injusticia". Este último modo, se podría pensar que equivale a permitir que se perpetúe la injusticia o a dejar pasivamente que las cosas pasen. No es así. La última acepción mencionada solo debe entenderse de ese modo cuando el destinatario de lo que sucede soy yo mismo personalmente.
Es verdad que solo Dios es quien hace justicia, que no tenemos vocación de justicieros. Pero también es cierto que hay que defender los derechos, los propios y los ajenos.
La presente obra de misericordia viene a plantear que debemos ser pacientes ante las personas pesadas, desagradables, maleducadas, inoportunas. En definitiva, ante los coñazos.
Aún así, refiriéndose a personas, no se trata necesariamente de plantear una actitud pasiva, puesto que la paciencia revestirá con cada uno una forma concreta e irá modulada según el discernimiento que hagamos en cada caso para buscar en todo momento actuar según el espíritu de Cristo. La paciencia será "activa" y nos llevará a escuchar, a hablar, a reprender, a marcar distancias con quien invade los límites, etc.
En cualquier caso, esa "paciencia activa" nos llevará de una manera u otra a soportar, más aún, a aceptar y a querer a los demás, no como querríamos que fueran, sino como son, siguiendo la enseñanza de san Pablo en Gálatas 6, 2. Es imposible la convivencia en cualquier ámbito de la sociedad (la familia, el trabajo, la diversión, la enseñanza, la religión, etc.) sin que haya algo que soportar a alguien.
Ese "soportar" nos llevará a tolerar, a aguantar. No se tolera lo bueno, sino lo malo. Al tolerar, no entendemos que lo malo sea bueno, sino que, a pesar de ser malo, lo toleramos por un motivo proporcionado, pero no lo desnaturalizamos, no lo damos por bueno.
La paciencia y la tolerancia no son algo puramente pasivo. Suponen aguantar sin ceder, sin que la verdad salga herida. Se trata de una resistencia activa, de no dar tanto poder a los que molestan, de permanecer firmes, teniendo claro que la razón de esa firmeza no somos nosotros mismos ni nuestra cabezonería, sino Cristo.
El carácter activo de la paciencia consiste en ejercitarse en estar bien asentado, en vivir la fortaleza, en ser firmes para ser apoyos de los demás, de los más débiles, en prestarles nuestra fortaleza, que no es nuestra sino de Cristo.
La paciencia solo es paciencia cuando está llena de esperanza, como nos recuerda san Pablo en Romanos 8, 24-25. Tenemos paciencia porque esperamos que también otros se llenen del espíritu de Jesús. La relación entre la paciencia y la esperanza viene muy bien enunciada en Romanos 5, 3-5. y se apoya en que ante lo coñazo del prójimo, no vemos en él amor, pero esperamos verlo, y por eso actuamos con paciencia al tratarlo, porque hay un núcleo bueno en cada persona por ser imagen de Dios, y es en ese núcleo donde radica nuestra esperanza.
Ante alguien coñazo, se pone de manifiesto clarísimamente el valor de nuestro tiempo. Es muy saludable aguantar con paciencia los defectos del prójimo, percibir que "estamos perdiendo el tiempo" al escuchar a alguien, y sin embargo, seguir escuchándole por amor, entendiendo a base de paciencia que no es tiempo perdido si está en juego el bien de nuestro hermano, para el cual, quizá baste simplemente esa escucha que nadie ha tenido la caridad de darle.
Entregar nuestro tiempo a nuestros hermanos es en realidad entregarles nuestra vida, pues nuestra vida es tiempo, y entregarlo al prójimo supone ver en él, por encima de sus defectos molestos, su dignidad de hijo de Dios.