Me gusta llevar la contraria. Parece que ya se ha pasado la marea a la que todo el mundo se ha sumado como una manada de borregos: Yo soy Charlie Hebdo, yo no soy Charlie Hebdo. Como si al personal le hubieran preguntado lo que es o lo que deja de ser y como si eso le importara un pimiento a cada cual. Como parece que ya nadie habla de eso, quiero yo hablar un poco, con la ventaja de que habiendo oído todas las opiniones anteriores, la mía, por fuerza, no tiene más remedio que ser más fundada.
Repasando un poco los hechos, todo empezó un día de este mes de enero en el que dos hermanos de origen magrebí pero nacidos en Francia irrumpieron armados en el semanario Charlie Hebdo, y a la voz de que iban a vengar a Mahoma, la emprendieron a tiros con el personal de la revista matando a 12 y dejando heridos a otros 11, y huyendo a continuación.
Como en Francia no se andan con chiquitas, el Estado puso en funcionamiento un dispositivo de 90.000 policías que peinaron literalmente el país. Entre tanto, otro yihadista mató a una policía y secuestró a varios judíos.
A las 50 horas aproximadas del primer atentado la policía dio con el paradero de los tres terroristas, matándolos, si bien el último de ellos tuvo tiempo de matar a cuatro judíos que tenía como rehenes.
Antes del desenlace ya había habido declaraciones, entre las que destacaron las del presidente Hollande, que sentenció que aquello era un ataque contra la libertad de expresión.
Al día siguiente o a los dos días, a alguien se le ocurrió poner en Twitter el slogan “Je suis Charlie”, y como borregos, me parece que fueron 7 millones los que lo retwittearon haciendo suya tal afirmación, que fue lo más destacado de la macromanifestación que se organizó en París en solidaridad con los periodistas asesinados, al frente de la cual iba Hollande.
El “Je suis Charlie” cundió como la pólvora los días posteriores. Sin embargo, en la sociedad de la información donde se puede decir que todos, quien más, quien menos, están en pelota ante todos por culpa de Internet, se fue viendo en esa semana que los de Charlie Hebdo eran en realidad unos verdaderos canallas que desde su fundación en 1968—vaya año—venían mofándose de todo el mundo a base de tocarle los cojones al prójimo sin que nadie les pusiera coto, llegando a la continua blasfemia no solo contra la religión musulmana, sino contra todas las religiones, incluyendo por supuesto la católica.
Lo que pasa es que esos chicos estaban muy mal acostumbrados porque creían que poner la otra mejilla era cosa de todas las religiones y ha resultado ser que precisamente eso no aparece por ningún lado en la religión musulmana. A lo mejor habían pensado que los católicos no experimentábamos indignación al ver pisoteado y mancillado el nombre de Dios en las puercas páginas de su revista. Se equivocaban. Experimentábamos exactamente la misma indignación que esos terroristas que los mandaron a la otra barriada. La única diferencia es que la religión cristiana no tiene la violencia como medio para defender el nombre de Dios. Quizá por eso eran doblemente cobardes, porque sabían que su acción iba a quedar impune.
Pero calcularon mal. Yo creo que su error fue fruto de su ignorancia. En vez de dedicarse a panfletear podían haber dedicado algo de tiempo a estudiar la historia de las religiones y a enterarse de que hoy día, en pleno siglo XXI, hay gente dispuesta a defender el nombre de Dios con una metralleta en la mano, algo que quizá le parezca inaudito al masón de Hollande y a todos esos carcamales que creen que se puede herir impunemente los sentimientos religiosos de los ciudadanos exaltando un pretendido derecho a la blasfemia.
Hace ya tiempo escribí en otro medio de comunicación que lo que de verdad es odioso de Occidente para los musulmanes no es que tengamos otra religión—la católica, la protestante o la ortodoxa—sino la impiedad, la irreligión, el ateísmo institucionalizado, la mofa de Dios y la blasfemia, que se han apoderado del mundo occidental. Eso es lo verdaderamente inadmisible para un musulmán, hombre religioso donde los haya.
Pronto surgieron twetts alternativos del estilo “Je ne suis pas Charlie”. Efectivamente, somos muchos los que, sin compartir los métodos de esos terroristas compartimos su indignación al ver pisoteado lo más sagrado de nuestras vidas por esas sabandijas del periodismo gráfico.
Quizá lo más sensato que he visto en estos días pasados ha sido un whatsapp del obispo de Oviedo en el que dice “Je suis seulement Chretien”. A estas alturas no es poco pedir que nos dejen ser simplemente lo que somos, y el que quiera hacer caricaturas injuriosas contra Dios o los elementos de la religión de los demás, que se dedique a hacerlas de su puta madre, de la de él.
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