Cada veinticuatro de diciembre los cristianos: católicos y protestantes celebramos que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se cubrió de carne humana y nació como un tierno infante para redimir a la Humanidad. Unos y otros denominamos su noche como Nochebuena
Tal día se prepara con muchísima anticipación ya que para esa fecha se engalanan las calles con vistosos y coloridos alumbrados y se comienza a barruntar un cálido ambiente de amor, fraternidad y deseos de felicidad y buenaventura, como no tiene lugar a lo largo del año.
Los comercios alargan sus horas de atención al público porque son muchas las compras que se han de realizar para festejar dicha noche pues en ella se reúnen familias y amigos, algunos venidos desde lejos, para estar unidos y disfrutar de la noche al calor de los seres queridos.
Las amas de casa se afanan pensando en lo que han de servir en los platos a los que lleguen a su casa para agasajarlos cumplidamente.
Los días anteriores se dedican a adquirir regalos que unos distribuyen en la misma Noche Buena y otros, más tradicionalistas los reservan para la sorpresa del día de Reyes Magos.
Son días en los que anticipadamente comenzamos a festejar esa noche tan señalada, con reuniones y comidas de trabajo, de amigos, algunos de los cuales hace años que no han tenido contacto físico y que en ese día recuerdan tiempos pasados y se complacen al comprobar que su amistad se renueva y se hacen promesas de continuar en contacto y no dejarla enfriar.
Este es el aspecto más complaciente de esos días tan señalados en los que todo el mundo se desea felicidad y parece como si un vapor de amor se hubiese extendido por la Humanidad que hace que todos se sientan radiantes de alegría y felicidad.
Esta es la cara bella, complaciente y agradable de la que todo el mundo parece disfrutar.
Pero también existe el lado opuesto, el aspecto triste y desolado de los que no pueden sentir la complacencia de esos días.
Son los desheredados, los pobres, los que han perdido su trabajo, los que no tienen un techo bajo el que cobijarse ni la posibilidad siquiera de encender un pequeño fuego para calentarse.
Se trata de los que verdaderamente no tienen nada ni siquiera ánimos para pensar que son días de alegría y paz.
Gracias a las campañas de recogida de alimentos que se han hecho con la debida anticipación, podrán acercarse a un comedor social atendido por organizaciones religiosas, o a los albergues municipales.
Posiblemente disfruten esta noche de un poco de calor que les proporcionen las abnegadas personas que intentarán que, aunque sea por un breve rato, olviden la mochila de penas, sinsabores, fracasos y sufrimiento que cargan a sus espaldas.
Muchos de ellos han conocido días verdaderamente felices porque han gozado de un buen trabajo, posiblemente, en algunos casos de una boyante posición, pero que la desgracia les ha hecho perder y se sienten como pobres vergonzantes que no se atreven ni a poner los pies en esos lugares que dan alimento gratuitamente, de tal manera que, en ocasiones, esas almas caritativas y desprendidas son las que se lo llevan a su casa para evitarle la vergüenza que sienten al verse en tal situación.
Y ahora me pregunto: ¿Qué derecho tenemos los que podemos complacernos con el gozo de unos días tan venturosos?
¿Qué mérito hemos hecho para que el Padre Eterno nos haya seleccionado entre los elegidos que podemos disfrutar de espléndidas, cuando no opíparas comidas, parabienes y felicidad?
¿No somos todos hijos de un mismo Creador, y, en principio, no habría de haber diferencia ente unos y otros?
¿Hemos meditado y sopesado este pensamiento alguna vez?
¿Nos hemos preocupado o pensado siquiera en tantos como lo pasan mal, hemos sentido un adarme de compasión por ellos?
¿Nos hemos desprendido de algo que verdaderamente necesitemos para poder ayudarlos, o hemos donado lo que no precisamos, pensando que hacemos una inapreciable obra de caridad?
Antes que la Caridad está la Justicia y esta es la que se debe de distribuir entre ellos.
Es injusto, totalmente escandaloso que algunos no nos privemos de nada, mientras otros están sufriendo lo indecible en tanto nosotros nos complacemos en las tantas comodidades de las que nos rodeamos.
Esta es la situación: unos padecen y otros disfrutan. Ahora que cada cual se quede a solas con su conciencia e intente poner un poco de remedio dentro de sus posibilidades.