Es una lástima que ya uno muerto no pueda leer. Nadie me confirma bibliotecas en el Infierno, Purgatorio o Gloria. Aquí pues, intentaré ocultar en mi esqueleto La Divina Comedia.
Hoy he amordazado mi nostalgia. Los espejos no retratan mi persona. No me encuentro a mí mismo. Decido leer poesía con la luz del día a mis espaldas. Conscientes de estar viviendo bajo la amenaza de un nuevo “Farenheit”, nos encontramos obligados a la defensa y propagación constante de la lectura. Descubrir las maniobras de muchos medios de comunicación adictos a los sistemas de los poderes establecidos. Su pretensión es confundirnos sutilmente con actitudes culturales prefabricadas, semejantes a las cuentas de cristal de aquellos collares para indios que utilizaban los conquistadores por las Américas.
No se te ocurra en un descuido vender o tirar la horma de tu zapato por considerarla vieja. Es como entregarse a ese enemigo que nos invita caer en su trampa de la modernidad maliciosamente entendida. Me duelen los dedos de una mano. La otra tamborilea una copla y Parece estar alegre. “Ojos verdes, verdes como el trigo verde, al verde, verde limón”.
Cuando se ha tenido la fortuna de conocer y disfrutar de una buena parte de la obra literaria de B. Traven cuya existencia personal está llena de leyendas, formando una unidad indisoluble con su vida misma tanto envolvente como misteriosa y enigmática, provocadora y deseada. Acertada, pues, en su justo término aquella pregunta que le formularon a Albert Einstein: “¿Qué libro me llevaría a una isla desierta? y la respuesta: “Cualquiera, con tal que sea de B. Traven”.
La vida va dejando aristas en la lucha por la existencia al volver de cada esquina. Y cada encontronazo es un aviso de un nuevo engaño. El próximo desencanto se acentúa
Es una lástima que ya uno muerto no pueda leer. Nadie me confirma bibliotecas en el Infierno, Purgatorio o Gloria. Aquí pues, intentaré ocultar en mi esqueleto La Divina Comedia.
Cuando el mundo se conmueve a medias de lo que viene sucediendo en Palestina y Gaza, con esas pausas de promesas de paz para calmar a los ingenuos, fingimientos de conversos y oportunistas, conviene preguntarse qué tal vez, si los políticos leyeran a Nelly Sachs, Sarah Kisch y Paul Celan, Primo Levi, Rosa Ausländer, entre otras. Esta desorbitada sociedad hambrienta de barbarie y corrupción posiblemente sería menos sangrienta, cínica e hipócrita.
No ocupar el tiempo discutiendo con los mediocres de lo vulgar es signo de calidad. Mejor mantener silencioso monólogo desde la contemplación de unas ruinas emblemáticas que nos trasladen al pasado.
Un poema nunca se culmina del todo ni alcanzará su final definitivo. El poema lleva consigo el más exigente de los diccionarios para las correcciones. Muchos agoreros pregonan que el futuro de la lectura impresa como hada creadora y literaria puede extinguirse. Otros, al ser lectores convencidos, enamorados de pasar una hoja tras otra acariciando esa obra que se tiene entre las manos donde palpitan mundos y personas, cree que el libro nunca desaparecerá, pese a esos iluminados, que en distintas épocas de nuestra historia han formado hogueras con ellos, poseídos de fanáticas ceremonias de totalitarismo e intolerancia. El poema celebra constantemente su existencia con la evolución, rehusando morir. Queda la muerte como compás de rescoldos, flecos donde yacen los desencantos.
En democracia, toda manifestación debe ser expresada con absoluta libertad y transparencia. Si es posible con estilo y buenas maneras. Aunque en la trastienda, agazapada, espere codiciosa y con sonrisa falsa la mentira.