Decía Camilo José Cela que «todas las generalizaciones son falsas, incluso esta», por lo que también lo es que tomemos de esta manera el título del poemario de Ana Patricia Moya (Córdoba, 1982) como Material de desecho. En efecto, no por ello hay que desdeñar los versos de esta joven autora escéptica y pluriempleada, responsable de los volúmenes Bocaditos de realidad (Groenlandia, 2006 y 2012) y Cuentos de la carne (Groenlandia, 2010), así como de la muy destacable revista Groenlandia, que rige, no sólo con determinado afán, sino también con atractivo arrebato.
Leí en una ocasión de don Manuel Alcántara, poeta y articulista que se me ha hecho imprescindible, algo así como que hay una variada gama de grises que nadie atiende cuando el mundo se empeña en verlo todo blanco o negro. En esta obra de Ana Patricia, la serie de grises es tan diversa que nos hace pensar en que lo correcto hubiera sido llamar a la obra Material de deshecho, pues la autora se deshace, se fragmenta, se reparte por cada poema, por cada verso, por cada palabra, como si miráramos en un caleidoscopio que nos ofrece multiplicado el corazón atravesado por una puntilla que se presenta en la cubierta.
El poemario se divide en cuatro secciones. La primera, «Estropajo, polvo y libros», posee composiciones de aire reflexivo para presentar el estilo de la autora y es un medio de conducción a la segunda parte:
Cielo, dejemos a los poetas con su oficio,
que yo ya tengo bastante con mis miserias…
…y con mis tres empleos.
La segunda parte, «Eso que llaman amor y que se le parece», ofrece una visión muy personal del amor, entre el sarcasmo, la ironía y la verdad de la mentira, entre la pasión, la sinceridad y la soledad de la compañía. Causan herida los poemas breves, que recuperan en nuestro ánimo alguna cicatriz que creíamos olvidada, como en «El amor es como la política» o «Un instante». Sin embargo, son de mi preferencia aquellos en que Ana Patricia, habituado a su ingenioso juego de palabras y de imágenes (por ejemplo, «Amor sintético»), añade sugerentes mensajes y metáforas para mostrar lo lúcido de su verbo y, por qué no, para que no todo sean generalizaciones:
Testigo: el colchón.
Aromas de fruta mezclados.
El mundo en tu vientre.
De las cuatro secciones, la más lograda es «Sesos, exilio y poesía», pues contiene los poemas de mayor calidad y de mayor belleza de la poética (que en verdad es una antipoética) de nuestra autora. Basta con leer los siguientes ejemplos, desde el intenso «Por cada milímetro de mi piel» hasta el impresionante y humilde «El mejor poeta del mundo» para vernos obligados a no desechar este libro:
Por cada milímetro de mi piel
tendréis tatuajes de palabras invisibles,
palabras que son testigos de mi existencia. («Por cada milímetro de mi existencia»)
[…]me autocastigo. Escribo diez veces:
la poesía es inútil, la poesía es inútil […]
Y no escarmiento:
mañana nacerá otro poema. («La penitencia del poeta»)
El mejor poeta del mundo
es mi padre:
jamás ha escrito versos
pero sus manos grandes y sufridas
son ásperos poemas
de vida. («El mejor poeta del mundo»)
«Nada ha cambiado… (Ochos años después)» se titula la parte final que, a modo de epílogo dividido en dos capítulos, recoge más poemas sobre las dos primeras secciones del libro. Llama la atención el cambio de estilo en los últimos poemas, aunque mucho más el regalo de «Epílogo», que de una dedicatoria a otras artistas como Kahlo, Dickinson o Woolf, pasa a un contrapunto, por un lado, al humor «Que en paz descansen todas ellas. Amén» y , por otro, a la reafirmación de la postura antipoética del yo en su parte final:
Porque no aspiro a nada, porque sólo aireo mis miserias
como si fuera asquerosa basura…
…como el material de desecho que suda mi corazón.
No quiero cerrar este artículo sin atender a dos de las virtudes de la poesía de la cordobesa Ana Patricia Moya en Material de desecho (mierda en el corazón). La primera es la nota humorística basada en lo intenso del contraste, como observamos en «Petición típica de fin de año», «Miénteme» o «Claro que existe el amor», con el resultado final del desengaño. La segunda es la versatilidad de su verso, que es la que permite esa visión caleidoscópica, arriba mencionada, de su corazón, como nos avisa desde el principio:
Mi corazón:
material de desecho.
Sin la aportación de las voces del estilo de Ana Patricia, que nos recuerdan que hay más de una visión poética que la dictada desde festivales y editoriales para un público selectivo, caeríamos en un descuido alejado de las azucenas, del que nos avisa nuestra poeta con una generalización que sabemos a ciencia cierta que no es falsa:
El peor poeta del mundo
es el orgullo,
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