Las enseñanzas de Jesucristo considero que no es un atrevimiento por mi parte resumirlas en el mandato supremo que nos dejó: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.
El amor, o la caridad es la piedra fundamental del cristianismo que nace del amor que Dios tiene hacia los hombres, y, al mismo tiempo es la respuesta que el hombre debe de dar a Dios en justa correspondencia por el que Él pe profesa.
Es definida como una de las virtudes teologales y que en esencia la podemos especificar como amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Pero no deberemos de considerar el prójimo como a ese ser lejano de nosotros al que deberemos de profesar todo cariño. No, la palabra prójimo viene de la latina proximus que significa el que está muy cercano, quien se encuentra junto a nosotros, el que tenemos más inmediato, por lo que esta virtud deberemos de comenzar a aplicarla en los que se hallan junto a nosotros, sin que, por ello, obviemos a los demás.
El amor al prójimo lo podemos comparar como una piedra que se lanza al centro de un lago y las ondas que ocasiona van, poco a poco, alejándose hasta los confines del mismo.
Se comienza demostrando amor y cariño a los que tenemos al lado y también llegará a los más alejados, pues el amor engendra amor
La caridad tal como la define S. Pablo (1 Cor. 13, 1 a 13), en lo que yo considero el mejor cántico que sobre ella se haya podido hacer, es la única de las virtudes que permanecerán tras la muerte pues, con el gozo de la presencia del Padre Eterno, llegará al culmen de su perfección.
Jamás deberemos de confundirla con la filantropía, pues aunque ésta sea el amor al género humano, no está impregnada de la sublime trascendencia que caracteriza a la caridad en la que el motor principal de la misma es el amor a Dios y consecuentemente al resto de los humanos, pues como dice S. Juan ¿Cómo se puede decir que se ama a Dios a quien no se ve, y sin embargo no hacerlo con su hermano a quien ve?
Pero, qué debe de ser primero el amor-caridad, o la justicia. Yo considero que ambas han de ir paralelas, cuando la segunda no preceda a la primera.
Me explico, no con mis palabras, sino con las del mismo Jesús: Todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, al nacer no pueden haber diferencias entre unos y otros. De ahí que todos deberemos de gozar de los mismos bienes y tener las mismas oportunidades para conseguirlos.
Por desgracia esto no ocurre así, hay miles, millones de personas en el mundo que no tienen ni lo más elemental para alimentarse. El hambre mata a más personas que puedan hacerlo el sida la malaria y la tuberculosis juntas. Hay más de 795 millones de seres humanos que carecen alimento suficiente para poder llevar una vida saludable.
El 45% de los niños que mueren antes de llegar a cumplir los cinco años, fallecen por desnutrición, lo que supone un total de tres millones cien mil criaturas anuales.
En España, donde se encuentran nuestros más próximos, cerca de dos millones de niños pasan hambre.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por falta de alimentos?, ¿La Tierra no produce lo suficiente para poder hacer frente a las necesidades alimenticias de los que la pueblan?
No son estas las causas de tanta ruina y miseria. Lo que ocasiona tanta desgracia irremediable es la falta de Justicia, la mala distribución de la riqueza que produce el planeta.
La Justicia distributiva consiste en dar a cada uno aquello que le corresponde, en no privar a los demás de lo que les pertenece, y a todos los humanos, hijos de la Tierra, les debe de corresponder parte de lo que ésta produce.
¿Por qué no sucede así? Por la avaricia de unos pocos que, yendo en contra de toda justicia, acaparan para sí lo que debería de entregarse a quien lo necesita.
Esta codicia desmesurada llega a tal extremo de iniquidad que las empresas dedicadas a su comercialización, destruyen los alimentos, para poder seguir obteniendo unos criminales beneficios que son la causa directa de la muerte por inanición de millones de seres humanos.
Bienvenida y en buena hora sea la caridad que da de comer a tantos menesterosos y necesitados, pero si se pusiese en práctica la justicia para que cada uno tuviera lo que, como persona, le corresponde, esta faceta de la caridad al proporcionar alimentos a los que los necesitan, posiblemente no sería tan necesaria.
Las organizaciones que ayudan a los indigentes son indispensables y están llevando a cabo una labor tan meritoria que no tiene parangón, pero debería de organizarse un movimiento mundial que buscase el cumplimiento de la Justicia distributiva para que se eliminase el hambre el mundo.