ARQUEOLOGÍA. Gracias a los trabajos que se desarrollan con el Programa de Fomento del Empleo Agrario (PFEA) 2018-2019, el antiguo PER, se han excavado dos nuevas tumbas romanas en la necrópolis oriental del Parque Arqueológico de Torreparedones. Fue durante la construcción de un nuevo acceso al centro de recepción de visitantes cuando se localizaron estos dos enterramientos similares a los ya excavados años atrás en el mismo espacio, por lo que deben fecharse en época romana.
Como explica el arqueólogo municipal y director del yacimiento, José Antonio Morena, “se trata de tumbas de inhumación realizadas mediante fosas abiertas en el terreno y revestidas de lajas de piedra acuñadas con ripios, con una orientación noroeste-sureste. La posición de los cadáveres es decúbito supino frontal, con brazos cruzados sobre el abdomen, cabeza en el noroeste mirando al sureste. Ninguna poseía restos de la cubierta que debió perderse tiempo atrás durante las labores agrícolas”.
Según Morena, la primera resulta más compleja e interesante. En ella se enterró a una mujer de entre 1,40 y 1,50 metros de altura y cuya edad oscila entre los 16-18 años. “Lo más curioso es la ausencia de algunas partes del cuerpo como el cráneo, por lo que parece evidente que la tumba debió sufrir algún saqueo posterior que conllevó la retirada o pérdida de esas partes que faltan, debido a la acción depredadora de algún animal o, más bien, por una extracción intencionada. No cabe pensar en una inhumación parcial del cadáver pues había algunos dientes, por lo que, en el momento de la inhumación, el cuerpo estaba completo”.
“Una posibilidad es la retirada del cráneo por motivos religiosos al tratarse, probablemente, de una persona santa, de modo que estaríamos ante una reliquia que sería venerada en un lugar de culto. Esto fue algo habitual ya desde la época romana y después bajo dominio musulmán con los mártires cristianos. La joven poseía como ajuar personal un collar o pulsera, elaborada con cuentas de oro, pasta vítrea, perlas, resina fósil, cornalina y azabache”, destaca el arqueólogo municipal.
Además, “se podría resaltar el poder adquisitivo de la familia de la difunta por los materiales en que estaba realizado el collar o pulsera, no sólo por la presencia de oro, o la perla, sino también por la cornalina y el azabache, materiales escasos en la península ibérica. Las cuentas de azabache son de forma paralelepípeda a las que se ha recortado y pulido los vértices de las caras más largas formando rombos de catorce caras, y con perforación axial bicónica. En el centro de dichos rombos aparecen grabados unos círculos que contienen en su centro un punto también grabado. El azabache (succinum nigrum) es uno de los materiales gemológicos empleados por el hombre desde la prehistoria, un carbón petrificado hace unos sesenta millones de años, transformado en una variedad de lignito de color negro intenso, brillante, frágil y susceptible de ser pulido. No sólo era apreciado por su particular belleza sino porque además se le atribuían propiedades medicinales, curativas y de protección”.
Por otra parte, “en la segunda tumba se enterró un individuo masculino, en posición decúbito supino, con los brazos cruzados sobre el abdomen. El desplazamiento lateral del cráneo hacia el lado derecho puede deberse a una recolocación natural durante el proceso de descomposición de los tejidos musculares del cuello y por el efecto de la gravedad. Medía 1,60 metros de estatura y tenía una edad comprendida entre 25 y 35 años. No se halló resto alguno de ajuar”.