Juan Pérez Marín
"Ante el abandono escolar hemos de saber que sin la Universidad como eje, un pais no avanza"
La sociedad de hoy, hay quien la titula SOCIEDAD MODERNA LIQUIDA- ZIGMUNT BAUMAN. (Vida Líquida. Editorial Paidós.), es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinada.
La vida líquida como la sociedad moderna líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo.
Estamos en una sociedad en la que los logros individuales no pueden solidificarse en bienes duraderos porque los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos.
Siguiendo a Bauman, la extrapolación de hechos del pasado con el objeto de predecir tendencias futuras, no deja de ser una práctica cada vez más arriesgada y con demasiada frecuencia, engañosa. Cada vez resulta más difícil realizar cálculos fidedignos y los pronósticos infalibles son ya inimaginables.
La vida líquida en resumen es una vida precaria, vivida en condiciones de incertidumbre constante. La vida líquida es vida devoradora. Asigna al mundo, a las personas y a todos sus demás fragmentos animados e inanimados en papel de objetos de consumo1 .
Habría que preguntarse en profundidad qué es lo que significa ser en nuestra sociedad de hoy, un individuo. La individualidad supone ser diferente a todos los demás, pero en el caso de la discapacidad la limitación añade un estigma generalmente peyorativo que lo individualiza en un sentido absolutamente negativo y como consecuencia de ello lo excluye de la normalidad.
Nos encontramos pues ante el reto de generar programas que incorporen a la persona con limitaciones al sitio que le corresponde, que puedan estar donde todos estamos y que puedan ejercitar sus deseos y sus posibilidades con absoluta libertad.
Los programas pensados para ayudar a las personas a entrar en contacto con su auténtico yo, motivados supuestamente con unos ideales emancipadores, suelen tener el efecto de presionarlas para que acaben pensando de tal forma que se confirme la ideología de los fundadores del programa.
Muchas veces queremos ayudarle pero terminamos haciendo de nuestra ayuda un programa que le cercena su libertad y le imposibilita su autonomía.
El acto de emancipación y autoafirmación personal, lleva consigo, una decisión individual libre de toda atadura. Pero para que esto se produzca, necesitamos que la sociedad actúe desde la cuna y que permita que la persona indefensa en los primeros días de su vida encuentre posibilidades de desarrollo, que le permitan crecer en afectividad y encontrar su espacio en el entorno que le tocó nacer.
La individualidad es una tarea que la propia sociedad del individuo fija para sus miembros, pero en forma de tarea individual y por consecuencia ha de ser llevada a cabo individualmente.
Porque esto es así, la afirmación “soy un individuo”, significa para todos nosotros que soy el único responsable de mis virtudes y de mis fallos y que es tarea mía cultivar las primeras y arrepentirme de los segundos y ponerle remedio.
Aunque el derecho y el deber del libre albedrío de toda persona, son premisas tácticas o reconocidas de la individualidad, no bastan para garantizar que el derecho de la libertad de elección pueda ser utilizado y por tanto la práctica de la individualidad se corresponda con el modelo que el deber del libre albedrío exige.
Richard Rorty, reflexionando sobre la reciente transformación de la sociedad estadounidense, sugiere que “al aburguesamiento del proletariado” le ha sucedido allí la “proletarización de la burguesía”, debido a que los ingresos de un numero creciente de familias de clase media, apenas dan para una humillante y precaria existencia, acuciada además “por el temor a rebajas salariales y de plantilla y a las desastrosas consecuencias de una baja por enfermedad aún de las más breves” 2.
Las ideas que he esbozado, de alguna manera subrayan las dificultades importantes que esta sociedad nuestra plantea a los individuos con limitación descalificándolos de entrada y asediándolos en el trato, pidiéndoles siempre quizás lo que saben que no pueden hacer, sin darse cuenta que a pesar de su limitación sus características, su forma de ser y sus posibilidades, si las descubrieran se sorprenderían.
Porque esto existe en nuestra sociedad de hoy, hemos de crear nosotros el camino de promoción que permita darles una identidad nueva sin ningún tipo de estigma, que les permita su desarrollo personal, su equilibrio afectivo y ejercer sus capacidades con absoluta libertad.
Pero hemos de pensar que toda entidad reclamada y/o ansiada, se ve envuelta en un dilema (el dilema de la identidad como problema frente a la identidad como tarea) y su lucha por emanciparse del mismo será siempre infructuosa. Navega entre los extremos de la individualidad intransigente y el sentimiento pleno de pertenencia a un colectivo; el primero de ellos es inalcanzable, pero el segundo succionará y tragará como un agujero negro todo aquello que flote en sus inmediaciones. La identidad del discapacitado cuando se la escoge como destino, provoca inevitablemente movimientos de oscilación entre esas dos direcciones.
En resumidas cuentas, en el actual discurso de la identidad converge la búsqueda de dos valores distintos, la libertad y la seguridad, sumamente codiciados por resultar indispensables para una vida digna y feliz. Estas dos líneas de búsqueda son muy poco proclives a coordinarse entre si, y cada una de ellas tiende a llevarnos a un punto en el que la otra corre el riesgo de verse lentificada, detenida o, incluso, revertida. Aunque no hay vida humana gratificante y digna concebible sin el concurso tanto de la libertad como de la seguridad, rara vez se logra un equilibrio satisfactorio entre ambos valores: a juzgar por los innumerables e invariablemente fallidos intentos del pasado, es muy posible que tal equilibrio sea inalcanzable. Cualquier déficit de seguridad hace que el “exceso de libertad” (rayano en el todo vale) alimente inevitablemente una incertidumbre y una agorafobia angustiosa. Cuando la que es deficitaria es la libertad, la seguridad se vive como una experiencia que incapacita a quienes la sufren (que se refieren a ella por el nombre en clave de “dependencia”).
Por otra parte cuando lo que falta es libertad, la seguridad se vive, como una esclavitud o una prisión. Peor aún: cuando se sufre durante mucho tiempo sin respiro alguno y sin haber tenido ninguna experiencia de un modo alternativo de existencia, esa misma reclusión puede acabar reprimiendo el deseo de libertad y la habilidad para practicarla, y la prisión deja de ser vivida como algo opresivo para convertirse en el único hábitat que la persona siente como natural y habitable.
Juan Pérez Marín
Médico
1.- Zygmunt Bauman. Vida Líquida. Paidós .
2.- Richard Rorty. Achieving our Country, Harvard University Press. 1997, págs. 83 y siguientes (trad. Cast. Forjar nuestro país: el pensamiento de izquierdas en los Estados unidos del siglo XX. Barcelona Paidós 1999).
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