En este verano que se alarga más de lo previsto, sí las cosechas nacen ya bastante menguadas y los agricultores pueden cogerlas sin pérdidas cuantiosas o nos las podemos permitir económicamente por sus elevados costes... Seguiremos con las costumbres propias de la época. Probaremos las castañas, aunque sea esporádicamente, todavía en manga corta, sentados en una terraza de un bar por la tarde buscando la sombra. Incluso por la noche seguimos abanicándonos, más que abrigándonos con las mangas largas o las mantas, mientras esperamos que la castaña afloje su cascara por el calor y su fruto se desprenda, sin quemarnos los dedos, saboreándolas junto a las batatas cocidas, las gachas con cuscurros de pan frito con anís, con su canela, sus frutos secos y/o su café. Productos típicamente otoñales, que nos hacen aterrizar en las fechas que estamos, aunque la climatología siga manifestándose contraria a la época, recordándonos sus cambios climáticos, su déficit hídrico, su calor persistente y los inmediatos cambios de hora.
En estos días, retomaremos nuestros paseos al invernadero de la localidad, también al camposanto, trasiego de gente, este año más numeroso y multitudinario, porque vuelve su gentío sin restricciones, su normalidad, sus horarios amplios. Personas ya con cierta edad, caminando entre jardines y cipreses. Unos solitarios, otros en grupo, otros acompañando a sus mayores, ya más torpes, más despistados en la vida diaria, menos autónomos.
Hombres y mujeres con una larga memoria emocional, con las bolsas preparadas, con los útiles para fregar las lápidas, subiéndose y bajándose casi siempre hijas a las escaleras metálicas, con prácticas cadenas a las que hay que abonar un euro para utilizarlas, aunque después lo recuperes volviéndolas a su lugar de anclaje, haciendo turno en las piletas de agua, cargándolas con su pedal dispensador de agua, soltándolo todo de nuevo al acabar...
Lugares de encuentro, de saludos respetuosos entre conocidos y desconocidos vecinales, de curiosidad, de coincidencias. Espacios para el añoro y los susurros, los suspiros de nuestros mayores, con sus silencios interpersonales, con sus conversaciones telepáticas ante los simbólicos despojos o cenizas humanas que allí habitan, que allí esperan, estando o sin estar, aguardando nuestra visita o no, para retirar las plantas o flores estropeadas, colocar otras en su lugar, flores a los difuntos, una tradición extendida en muchas culturas. Aprovechando la visita para pasar un tiempo con el cuerpo y la mente, mostrar respeto y cariño a esas personas que se fueron, que ya no están entre nosotros, un gesto simbólico que sirve para honrar su memoria.
Antes de emprender de nuevo nuestro caminar por las calles más céntricas del cementerio, entre sus solemnes cipreses que ahí se encuentran plantados, por ser árboles vistosos, altos y frondosos, destacando su longevidad como ser vivo, por su hoja perenne y por no necesitar cuidado especial alguno. Soportan bien los cambios bruscos de temperatura y no varían en su forma o color (siempre verde oscuro). La altura del ciprés ayuda en gran medida como cortavientos en superficies amplias, próximo a los muros del camposanto, y al crecer su raíz de manera vertical y recta hacia abajo, esta no crea los posibles estropicios que otro árbol ahí plantado causaría a las lápidas, nichos y otros ornamentos fúnebres.
Espacios con sus viandantes ocasionales, algunos con prisa, otros particulares, que se mueven con soltura entre la necrópolis. Lugares propicios para observar, para mirar más allá de lo visible. Siempre en estos últimos años, me ha llamado la atención la presencia continua de un señor ya mayor, bien vestido, conocido por el personal que trabaja allí o frecuenta aquel espacio fosal. Un hombre curtido, del que no podría precisar la edad, con alma noble a la par que distante, que persistentemente permanece allí. Yo lo buscaba en mí recuerdo, en mi mente curiosa, por su aspecto, por su recuerdo tierno. En parte yo pensaba, que este señor estaba esperando o acompañando a sus seres, de alguna manera lo creía yo triste una y otra vez. No obstante, deseaba encontrarlo de nuevo este año también, con sus ojos pequeños grises, sus manos arrugadas recogidas a la espalda, paseando solo, encorvado hacia adelante, cabeza agachada, sin prisa, con calma, observadora a los que van o vienen. Siempre él parado por aquí o por allí, esperando atento un saludo de quién se lo diera, no una conversación, porque es huidizo... Este año me responde nuevamente, tocándose entrañablemente el ala del sombrero pulcro que lleva puesto e inclinando levemente la cabeza cuando nos encontramos, cuando le sonrío, me sonríe, cuando contacta su mirada conmigo es fugaz, el observador es observado, por quién quisiera fijarse en él.
Me alegra encontrarlo, me ha sido grato verlo de nuevo aquí, en su espacio, espiarle esta vez con discreción, mirarlo con respeto y ver, al igual que él hace con los transeúntes... Verlo como coge las flores de plástico o tela arrojadas a los cubos de basura de este cementerio de pueblo blanco, las lava con delicadeza apartándose un poco del público, las adecente de nuevo, las sacude, las agrupa, las selecciona y las recicla... Emprende con ellas en el mano decidido su camino hacia alguna sepultura concreta, en ocasiones hacia los enterramientos del suelo, esas que tienen placas avisando de su próximo desalojo a los herederos o familiares. Su ramillete de flores recicladas, vuelven a la vida, al ser colocadas en las lápidas más antiguas del cementerio, en los restos de esas personas que fallecieron ya hace mucho tiempo, que ya no tienen quién los visite o no pueden, no quieren, sea por el motivo que sea no tienen compañía...
Mi sensación de pena hacia este señor mayor se ha disipado, con una sonrisa ingeniosa, por su gesto atento, sencillo, desinteresado, porque al reciclar las flores del cementerio, es una forma proceder, de honrar los restos o la memoria de muchos fallecidos ya solitarios restos óseos de este enterramiento, que por tradición católica cada 1 de noviembre celebra el día de Todos los Santos (niños pequeños muertos sin bautizar), mientras que el 2 de noviembre celebramos el día de los Muertos ya adultos (supuestamente con los sacramentos recibidos).
Este anciano ha elegido su manera de ser útil, de dar, de cuidar, de querer, de hacer y de ser. Un intermediario entre la vida y la muerte, entre el olvido de los muertos y la memoria de las costumbres.