Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Tocar al intocable

Corría el año 1987 y un joven aficionado a las corridas de toros, por aquella época, se atrevió a contradecir a un poder fáctico del pueblo ante la crónica que éste hizo en el periódico local de una corrida que se presumía que iba a ser memorable. El joven era un servidor y la corrida fue en Cabra con un cartel de lujo, entre otras cosas porque volvió a los ruedos el viejo torero madrileño del mechón, el maestro Antoñete, acompañado de Tomás Campuzano y Espartaco.

Sí, me gustan las corridas de toros como me gusta la Semana Santa, como diría Frank Sinatra, a mi manera. En ambas actividades me centro en lo plástico, lo estético, lo cultural, lo antropológico y en lo artístico. Si en la segunda ignoro lo religioso, en la primera ignoro la muerte de un animal, aunque evidente y desgraciadamente en cada una esos hechos son consustanciales.

Mi etapa universitaria estuvo muy marcada paralelamente a la afición a los toros. Recuerdo que hice un trabajo en la asignatura de Teoría del Arte donde quise poner en jaque el llamado Arte taurino, puesto que parece que los únicos y autodesignados como verdaderos aficionados entienden que lo que llaman arte está anclado en un único modelo, y que es inalterable. Y lo que no es eso son baratijas para el populacho. Lo mismo pasa con los semanasanteros, que son barrocos o neobarrocos sin admitir nada más. Yo huyo de estancamientos, me gusta el arte egipcio o el clásico de Roma y Grecia, como el románico o la vanguardia, pasando por los muchos estilos artísticos, de los que disfruto de lo que considero mejor. Por eso mucha gente se queja de que la Semana Santa siempre es lo mismo o de que el toreo es aburrido. El arte debe ser cambiante y evolutivo, sabiendo apartar la paja del grano, por supuesto.

Pues en esas estaba yo en plenos 80, de veinteañero rebelde y contestario cuando osé escribir una carta al director dando mi versión ante la crónica que se había publicado, en la que ensalzaba el toreo que había hecho Antoñete y prácticamente obviaba a los otros dos diestros. Yo no daba crédito a lo que leía porque parecía que hablaba de una corrida inventada, y le decía que por desgracia Antoñete no había hecho nada y que ya me hubiera gustado que lo hubiera hecho. Sin embargo, los triunfadores fueron Tomás Campuzano y un Espartaco en la cresta de la ola, que sí le pusieron ganas y consiguieron faenas meritorias y atractivas plásticamente que el público agradeció, admiró y premió. El madrileño estaba ya mayor, exhausto, de todos era sabida su afición desmedida al tabaco, y con su edad, esa corrida le vino muy larga.

Pues bien, cuál fue mi sorpresa cuando, tras la publicación de mi carta, quien firmaba las crónicas con el pseudónimo de Curro Viñuela tuvo a bien replicarme con una misiva ofensiva, prepotente y burlesca, que se dedicaba poco menos que a menospreciar mi capacidad de juicio crítico de una corrida de toros, pero en ningún momento aportaba nada que sustentara su opinión en contra de la mía más allá de su experiencia. Lo que más me jodió fue que eso molestó a mi padre que me dijo: te lo advertí.

Volví a la carga, y basándome en bibliografía taurina volví a escribir una misiva contundente para contestarle al anónimo cronista punto por punto. Mi gozo en un pozo, no la publicaron. Pedí hablar con el director del medio informativo y me contestó que era decisión de la redacción el no publicar mi contrarréplica. Volvió mi padre a decirme: lo ves, así son las cosas en este pueblo. En el 87 ya ven ustedes cómo estaba la censura periodística por aquí. Los poderes fácticos de aquel momento eran tan intocables que así estaba la prensa.

Reconozco que con el paso del tiempo mi distanciamiento con el mundo taurino ha ido in crescendo paulatinamente, no sólo porque ha ido pesando mucho en mi conciencia el tercio de varas, las banderillas y sobre todo el último tercio donde se ejecuta al animal, cediendo esos lances de la lidia ante el sentimiento animalista, sino también porque me desagrada cada vez más el tinte político que se ha instalado en la ‘Fiesta Nacional’. Eso de que los toreros enarbolen la bandera de la derecha política, así como ganaderos, empresarios y demás gentes que componen el mundillo taurino, me parece una verdadera falacia. Yo conozco bastante gente de izquierdas que les encanta ir a ver los toros a la plaza o por la tele. Como siempre hay quienes se encargan de mezclar las churras con las merinas, o los Jandilla con los Miura, buscando un beneficio político, cuando las corridas de toros deberían de estar al margen de esas movidas. Y me llama mucho la atención que los taurinos defendiendo su trabajo ante los que quieren que se acaben por decreto las corridas de toros, aludan a Picasso o a Lorca, ambos amantes y defensores del toreo, ambos estandartes de la cultura, pero se olvidan que ambos no eran precisamente de derechas. ¡Qué contradicciones!

Hoy día, con las redes sociales y la comunicación como está cualquiera puede opinar, los poderes fácticos lo siguen siendo, pero menos, se andan con más cautela y no se duda en atacarlos si se tercia. Ahora, yo no contestaría a ninguna crónica taurina ni de nada, me dedicaría a hacer la mía y publicarla donde hubiera libertad sin censura, como en Sur de Córdoba, o en las redes sociales que me encartaran. A mis veintitantos años yo osé tocar al intocable, y no me arrepiento.

 

pd 1- este artículo ha coincidido con la noticia de hoy sobre la supresión del premio nacional de tauromaquia, es pura coincidencia.
pd 2- y que no se olviden las guerras de Ucrania y de Gaza, por mucho que nos retraten como una sociedad decadente.