La pasada noche volví a ver por tercera vez la película Nebraska (2013), dirigida por Alexander Payne y protagonizada por Bruce Dern y Will Forte. Disfrutando del deleite tragicómico de este film creo haber encontrado reflejada, a modo de comparación, parte de la estremecedora situación que para millones de seres humanos se viene encima.
Un nuevo timonel que piensa transformar la gran América y gran parte del mundo. Al contar con el fervoroso apoyo de las masas anodinas y marginadas aplaudiendo un populismo amenazador, hasta el extremo de haber cambiado las sencillas cortinas del despacho Oval por unas aterciopeladas y brillantes de pésimo gusto e impropias de la categoría de un Comandante en Jefe del ejército más poderoso del mundo. Lo que muestra ser poseedor de Don dinero para enarbolar brutalmente su trono de coloso rico nuevo de la impetuosidad, emitiendo órdenes con fanática brusquedad sin ocultar, al contrario, su estruendosa vulgaridad, pese al sobrepeso del oro que decora su casa particular. Sin importarle la falta de modales y cultura que posee toda persona civilizada que emplea con buenas maneras el placer del diálogo, incluso con criterios diferentes de sus posibles rivales.
En la historia de esta película, que ha ganado un considerable número importante de premios, Woody Grant es un anciano con síntomas de demencia al que le comunican por correo que ha ganado un premio. Cree que se ha hecho rico y obliga a su receloso hijo David a emprender un viaje para ir a cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos, rota durante años por el alcoholismo de Woody, tomará un cariz distinto para sorpresa de la madre y del triunfador hermano de David, sorprendido porque el viejo alcohólico decida viajar hasta Nebraska a recoger tan codiciado premio, que le permitirá, especialmente, verse propietario de esa furgoneta que ha deseado toda su vida.
El viaje es toda una aventura de esquina en esquina y el desfile de esos personajes, familiares y amigos, todos perdedores natos y de escasos recursos en general, es para mí como espectador, una masa uniforme que muestra esa cara de América que no tiene nada que ver con el deslumbrante Manhattan de Nueva York ni los casinos de las Vegas, que tanto embriagan a nuestro Comandante en Jefe en la Casa Blanca, cada día un poco más oscura y tenebrosa.
Son esos personajes reales de esa América que, dada su alienación ausente de toda capacidad y espíritu crítico, resulta ser esclava de la televisión y el deporte de masas, ha votado a este pretencioso fantasma que planea sobre todo el mundo quitando el sueño a toda esa sociedad capaz de pensar por su cuenta, incluso desde una óptica neoconservadora que calenturientamente planea sobre todos nosotros.
Y vuelvo, mientras desfilan estos personajes por la pantalla mostrando esa semblanza que forma parte de quienes han votado su brutal logro de ocupar la Casa Blanca, a repasar la obra de Alias Canetti “Masa y poder”, pues si la obra 1984 de Orwell vuelve a leerse la de Canetti no debe ser ajena. Y me pregunto cómo ha sido posible que este brutal acontecimiento que se cierne sobre todo el mundo haya podido suceder. ¿A quiénes preguntamos? Pues sencilla y tristemente a los otros políticos y poseedores de Don Dinero que, aunque se les había venido advirtiendo de su propia ambición y servilismo político, no han logrado frenarlo a tiempo. Pero la barbarie ya está en marcha, las acciones emprendidas aterrorizan y comienzan a perjudicar a una gran parte de la sociedad global. Ante esto, lo menos que se puede hacer nos lo señala Canetti en esta certera frase: “Nadie conoce toda la amargura de lo que aguarda en el futuro. Y si de pronto apareciera como en un sueño, la negaríamos apartando los ojos de ella. A esto le llamamos esperanza”.