Cuando Joseph von Spaun, uno de los íntimos amigos de Schubert, le preguntó si le ocurría algo, el músico respondió: “Pronto lo oiréis y lo comprenderéis…”. Una rica historia del romanticismo alemán.
El tenor Ian Bostridge, cantante de ópera, historiador, escritor y músico, apasionado hasta convertirse en experto investigador vocacional de la magia creadora de Schubert (1797 – 1828). Incluidos los lieder del mago austriaco, desde los poemas del genial maestro de la literatura alemana Johann Wolfgang von Goethe hasta los apasionados poemas de Wilhelm Müller (1797 – 1828) del libro de poemas Viaje de invierno. Poética de unos valores, que lo impulsan profesionalmente abordar este fascinante ensayo de cuatrocientas páginas sobre la obra musical y lírica. Maestría creadora de la prosa bien documentada, ardor antes del temprano adiós definitivo de Schubert. Conversión musical del prodigioso creador de la perennidad de los versos del poeta y amigo.
Así lo cuenta con todo detalle esta obra que el tenor ha escrito sobre el ciclo las 24 canciones que componen: «Viaje de invierno» de Schubert. Anatomía de una obsesión. Editado por Acantilado y traducido por Luis Gago, en una cuidada edición con grabados de la época romántica. Relata cómo sus amigos de tertulia, poetas y músicos, lo notaban especialmente huraño y distante en un momento determinado del final de su vida. Cuando Joseph von Spaun, uno de sus íntimos, le preguntó si le ocurría algo, el músico respondió: “Pronto lo oiréis y lo comprenderéis…”. Y le oyeron, convencidos de que a Franz Schubert había entrado en una especie de inspiración profética y de sensibilidad poética con la lectura de la obra de Müller. Vivía envuelto de una fiebre efervescente volcado sobre Winterreise. “Le invadió un tono bíblico”, manifiesta en el libro que el narrador Ian Bostridge describe con todo detalle sobre el ciclo de 24 canciones, Viaje de invierno. Un Schubert, como cuentan sus amigos, envuelto en la fiebre soñadora del romanticismo alemán. Ellos lo percibieron, con cierta alarma, en su comportamiento huraño y distante en un momento determinado, ya al final de su atormentada vida.
Hablaba el músico con el poeta, poseído del don natural de su capacidad creadora: “Hoy voy a cantaros un ciclo de tonadillas espeluznantes” Era la voz de emocional pureza, alterada y un tanto dolida de sentirse ante una situación límite de su sufrida existencia. Esfuerzo humano de un creador nato, seguro de su capacidad y pulso del creador, entre el dolor del cuerpo y la pasión del genio que viene palpando el último adiós a la vida para pasar a la posteridad con tan embriagador logro. Ligero de equipaje artístico, pureza de estar dando vida real a los veinticuatro poemas, de un libro sobre el que el propio autor Müller, convencido manifestaba, “que la poesía escrita sobre el papel blanco con tinta negra, tiende a desaparecer con el tiempo. Solo si la música es quien envuelve los versos, puede quedar viva en el inmenso espacio de la posteridad. Verso y música, Unidad deseada”.
Ian Bostridge, nos muestra con escritura expresiva hasta los pequeños detalles por los que transcurre su atormentada existencia. Su entrega por una de las obras más extraordinarias de la música occidental, el schubertiano ciclo de «Viaje de invierno». Se confirma así mismo, el reconocimiento de que “incontestablemente una labor de arte que debería formar parte de nuestra experiencia común en la misma medida que lo son la poesía de Shakespeare y Dante, los cuadros de Van Gong y Pablo Picasso…” En toda su medida, sin desmesura de una pasión paciente, examinando uno a uno los veinticuatro poemas de Wilhelm Müller, descifra sus enigmas y sutiles significados, así como las circunstancias bibliográficas del compositor y los condicionantes históricos que pudieron intervenir en la concepción de una de las más perfectas simbiosis de música y poesía.
“Junto a la fuente, ante la puerta, / se alzaba un tilo; / soñé bajo su sombra / tantos dulces sueños. / Talle en su corteza / tantas palabras de amor; / siempre me atraía hacia él, / en la alegría y en la pena. / También hoy, en plena noche, / hube de pasar junto a él; / aún en la oscuridad, / he cerrado los ojos. Y sus ramas susurraron / como si me llamaran: / «¡Ven aquí, compañero, / aquí hallarás tu reposo!» / El viento gélido sopló / y me dio en pleno rostro; / el sombrero voló de mi cabeza, / yo me di la vuelta. / Hace ya muchas horas / que me alejé de aquel lugar / y no dejo de oír esos susurros: / «Allí encontrarías reposo!»”.