El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es "el fin justifica los medios". (Georges Bernanos)
En las lecturas y comentarios dedicados a la novela negra tengo la satisfacción de leer las novedades incluso de autores de los países escandinavos en aquello que significa novedad editorial, pero de vez en cuando, suelo volver sobre los viejos roqueros de la novela negra, Esos clásicos que sin ánimos de desacreditar la actualidad del nuevo revivir de tan envolvente género, no los considero superados. Sí en verdad, que muchos de esta nueva generación de escritores agobia un tanto la densidad del número de página que ofrece cada obra en esta nueva etapa de la novela negra. Esa es la razón de hacer cambios entre tiempos y regresar con deseo a la frescura y riqueza del diálogo de los maestros de ayer y siempre. Y es que la lectura de un clásico es como una cura suave de salud literaria para aliviar pesares, gracias a esa ducha de estilo vivo en el arte de narrar con desahogo los desasosiegos de la trama que se desarrolla. En una palabra: disfrutar con un libro entre las manos.
Y para tal disfrute y a continuación elaborar esta crónica, he tirado de Ross Macdonald seudónimo de Kenneth Millar; (Los Gatos, 1915 - Santa Bárbara, 1983) escritor norteamericano considerado por sus propios maestros Dashiell Hammett y Raymond Chandler uno de su más directo heredero que logró enriquecer la delicia del diálogo directo de los personajes, la densidad psicológica y el dibujo de los caracteres de estos que, en un autor contemporáneo de novela negra de fama y calidad, Benjamin Black, podemos encontrar. Y en este cambio de lectura buscando una ficción refrescante le ha tocado a La mirada del adiós, considerada una de sus mejores novelas dentro de las muchas obras escritas e incluso bien llevadas al cine como fue Con el agua al cuello (1975), interpretada por el inolvidable Paul Newman.
Y La mirada del adiós ha sido el tonificante aplicado por su protagonista principal el calmoso y sagaz detective Lew Archer que en esta ocasión es contratado por un reputado abogado amigo y protector de una rica familia con el objeto, un tanto extraño, de investigar el pequeño robo que al parecer o al menos se disimula, de forma muy curiosa, lo cual no despista sino que sitúa en actitud interrogante a nuestro detective Lew Archer, pues la desaparición de buscado pequeño cofre estilo Renacimiento que contiene las cartas de anciano cabeza de familia, durante la primera Guerra Mundial se considera simplemente algo sentimental para la todos ellos. Nada del otro mundo visto desde fuera, pero que en esta rica estirpe y un hijo único de veintitrés años con problemas psicológicos que ha desaparecido, irá convirtiendo el caso rutinario en asunto conflictivo de un amplio y oscuro repertorio de personajes implicados en misteriosos sucesos con asesinatos incluidos uno tras otro.
Lógicamente, cada asesinato tiene que ofrecer el arma que lo ha ejecutado. En este caso es una pistola que ha liquidado a un sabueso, y resultando ser la misma que quince años antes había servido para liquidar a un tipo que se había embolsado medio millón de dólares. Siguiendo la pista de la pistola nuestro detective se tropieza un par de cadáveres más, que sumándolos al misterio del cofre robado y el joven desaparecido compone una sórdida historia de oscuros resultados y apaños de familias con altura y coctel de actitudes apasionadamente femeninas naturales si existen hombres por medio.
Con calma y agudeza de ingenio Archer va atando cabos y situando a cada uno en su lugar sin importarle mucho el posible castigo de los culpables. Mas lo cierto es que todos tenemos algo dentro para captar sensaciones donde la pasión y el deseo inquieta.
Y aunque sea contenido en ocasiones, produce súbitos efectos y deja huellas no exentas de cierta ternura y no menos tristeza en La mirada del adiós, en cuyo transcurrir narrativo vemos reflejada toda la inmundicia de una sociedad corrompida y no menos despreciable, que de forma magistral limpia y serena se expone en la historia con el sonido de un musical especial de diálogos entre los personajes que la componen.
Abre esta crónica la portada clásica del Club del Misterio de los años ochenta que con la figura de contenido y continente la Editorial Bruguera nos ofreció a dos generaciones, De justicia pues, la reedición de esta novela, como tantas otras, por RBA de la que ofrecemos su portada La mirada del adiós. Y que viene reeditando poco a poco las novelas de Ross Macdonald.
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