En estos tiempos que corren de calima especialmente calurosa, donde las ventanas aparecen casi cubiertas o tapiadas con sus persianas bajadas buena parte del día, con sus cristales herméticamente cerrados, con toldos desplegados que apenas se mueven para protegernos de las jornadas largas de sol que tenemos en nuestro sur cordobés.
Pero entre tanto cierre siempre se nos cuela el recuerdo cercano y lejano de alguna familia peculiar en los lugares que hemos vivido, que hemos frecuentado, en los espacios vecinales, que aguarda asomado al balcón fielmente, pegado al ventanal, con o sin visillo cerrado o aguardando tras la puerta del portal al que tú debes acceder o accedías hace décadas.
En ocasiones la particularidad presencia de una familia, de un hombre ya curtido en años, o de una mujer también mayor, tal vez viuda o no, con sus típicos bambos veraniegos floreados y delantal de cuadros o volantes como complemento diario, sea cual sea la hora del día, siempre en chanclas sí era verano o zapatillas de casa invernales... En ocasiones la mujer era tan auténtica, que siempre andaba despeinada, pero oficialmente preparada con sus rulos y/o redecilla en la cabeza, paño o trapo en la mano y escoba o fregona cercana, parapetados en el dintel de la puerta propia o del portal principal que debías franquear.
Desde ahí aguardaban las entradas y salidas del personal que allí habitaba, de las personas que iban y venían al lugar, que entraban y salían por cuestiones de trabajo, de familia, de ocio, de compras … Mirando por allí, por allá pasaba su tiempo, su vida y la de los demás, pues conocían a toda la comunidad, a todos los repartidores que por allí pasaban: al butanero, al cartero, al chico de la tienda del barrio que repartía las bolsas de los mandados, hoy en día reconvertido en tendero de un gran centro comercial local , etc.
Pasaban los más discretos en su presencia el día camuflados entre los visillos de su hogar, con sus miradas controladoras al universo de esa calle que nada podía ocurrir sin que ella o él lo supieran, lo permitieran o ayudasen para que fuese posible hablando, presuponiendo, comentando o argumentando tal o cual asunto...Desde muy temprano, hasta muy tarde, hacían guardia en su ventanal, en su puerta de entrada, porque era gente muy madrugadora, permaneciendo en su puesto de vigía hasta muy tarde porque era gente insomne, que con poco descansar tiraban adelante, ya que el alimento de su existencia era el conocimiento socio- comunal.
Ellos y ellas personas,gente que te lanzaban saludos y preguntas a la par. Familias que planteaban interrogatorios espontáneos y naturales, clanes curiosos, muchedumbres atrevidas, con intereses ajenos, con necesidades insaciables de conocer y saber... Hombres o mujeres preguntonas que te asaltaban una y otra vez, con más o menos estilo. Con mayor o menor discreción, cordialidad, con don de gente, gracia o picaresca, que siempre existieron y existirán en versiones más modernas o renovadas en nuestra memoria vivencial, mediática, televisiva y en las redes sociales que rigen nuestro presente y futuro diario.
Y aunque los pueblos sean grandes, las ciudades o la sociedad de hoy en día se presten menos a la conversación diaria, al conocimiento vecinal. A la entrada y salida de la casa del vecino/a, de la puerta de al lado de tu vivienda. Siempre habrá gente entre nosotros, personajes peculiares que han aprendido por múltiples circunstancias que la manera de relacionarse o interaccionar o socializar con su entorno humano es mediante la vigilancia intensiva en su balcón, su portal, su puerta, su ventana o tras su visillo de su vivienda...
La espera paciente e impaciente, suma minutos y horas muertas, antes o después dará su fruto su persistencia, su vigilancia, su saludo, su conversación, su pregunta... Porque pronto o tal vez más tarde, pasarán por allí, pasaremos por allí alguien al que saludar, comentar, preguntar, tratar, cuestionar, informar o interrogar... Y generalmente él o ella, esa persona que mucho habla, poco escucha. El hombre o la mujer que mucho pregunta, que te abordaba o ataca con insistencia al vecino/a de antes y de ahora, poco dice de sí mismo/a, pocas verdades cuenta, porque nadie osa preguntarle.
Pero ante los problemas siempre existen soluciones creativas... Por ello los vecinos de antaño y de ahora que nos sentíamos interrogados en algún momento del pasado o del presente, siempre recurríamos a las estrategias de entradas o salidas silentes, a las respuestas rápidas de huida, a los saludos cordiales escuetos, a las frases hechas, al teléfono móvil simulando conversaciones, achacando prisas y/o actividades imperiosas que requieren nuestra presencia inmediata en otro espacio y lugar, todo ello sin perder la sonrisa amplia o las buenas formas de compartir nuestra urbanidad vecindad.