Llega el 8 de marzo, el día internacional de la mujer, y en los últimos años las efemérides de obligado cumplimiento en los puestos de trabajo, en las instituciones, en los medios de comunicación acaban por saturarnos.
La información sobre el origen de este día, los acontecimientos vividos, la muertes e injusticias previas a las mujeres, su alzamiento intelectual, cultural, la lucha por conseguir los mismos derechos laborales, salariales, políticos y emancipatorios del patriarcado tradicionalmente masculino, no pueden olvidarse porque en lugares cercanos y lejanos a nuestro entorno, en nuestro planeta siguen sin reconocerse en muchos puntos de la tierra.
No discuto que los acontecimientos culturales en torno al 8 de marzo dada nuestra trayectoria democrática, sean positivas, variopintas, que se de visibilidad a las mujeres de siempre en las instituciones, en la calle, en diferentes actos de todo tipo. Que ocupen su parcela cultural, histórica, tradicional, etc.
Nuestras abuelas, tías, madres, hermanas y amigas ocupen su lugar de relevancia, en nuestras vidas independientemente de nuestro sexo. Generaciones de mujeres que han sido ejemplos vivos, de las que hemos ido aprendiendo, acumulando saberes, experiencia, mano izquierda, cabeza fría, asimilando emocionales, compartiendo injusticias y sufrimiento que las han roto, que las han paralizado, que las han hecho resurgir buscando una solución a su problema, valorando su subsistencia vertebral en el entorno de una familia, con sus valías universales, no siempre reconocidas en público.
Me apena que la propaganda feminista olvide parte de la historia, que los lazos morados se impongan por sexo, que las banderas de igualdad se empañen en clasificaciones infinitas sobre las múltiples opciones de libertinaje sexual... Cuando la libertad de género y sexo es mucho más sencilla en realidad, no precisa de tantos dichos típicos, de posibles hechos simbólicos tópicos, cargados de mensajes políticos extremos y vacíos de moral, simplemente de afecto, verdad, lealtad y fidelidad entre personas, el tiempo que convenga esa conexión, ese vínculo elegido libremente por ambas partes ...
La tan anunciada ley de paridad de género, promovida por Europa y que en estos días anda en pleno debate en nuestro país, por nuestro gobierno, puede ser un principio constitucional, que promueve la participación equilibrada, justa, y legal de la mujer, que asegura que al igual que los hombres, las mujeres en toda su diversidad tengan una participación y representación igualitaria en la vida democrática, institucional, científica, del conocimiento, jerárquica, judicial, política o empresarial de nuestro país.
Pero aunque los números favorezcan la presencia de la mujer en los puestos relevantes, siempre nos olvidamos que en todas partes no se puede estar a la vez, que todos los frentes no pueden estar abiertos en la vida de una mujer y que antes o después nos vemos obligadas a elegir, también renunciamos, priorizamos o relegamos en función de múltiples circunstancias personales, familiares, laborales...
Para que la mujer avance, ocupe y se mantenga en puestos relevantes precisa una buena formación, seguido de un buen sueldo, también de un entramado familiar que le ayude, que trabaje a la par con ella en casa, un reparto de obligaciones reales (Con los padres e hijos), que le deje su espacio propio sin celos o egoísmo, desarrollar su identidad, disponer de horarios reales , derechos basado en los servicios que se precisan, en el momento que los requiere, que le permitiera ser madre sí lo desea en la edad propicia, sin las ataduras de un horario infinito, de una lista de responsabilidades mal repartida, sin las renuncias o elecciones que la educación mamada nos han transmitido por lo bajito, en la letra pequeña, en los mensajes subliminales de nuestros ancestros cuando enumeraban su número de vástagos y en especial de hijas.
La igualdad entre niños/as, entre chicos/as, entre hombres y mujeres no es la meta, sino más bien un largo camino por recorrer, por escribir y por hacer.