Creo haberlo tecleado. Todo esto de la modernidad, los avances científicos y las novedades tecnológicas, en tanto en cuanto beneficien a la humanidad, están bien; de hecho, son inevitables, pues son la consecuencia de la propia evolución humana. No obstante, este progreso tiene también sus efectos inmediatos, instantáneos, de radical implantación, en una sociedad que puede no entenderlos del todo, o puede no estar preparada para tamaña brusquedad, para lo súbito del efecto.
La Sociología, actualmente concebida, dentro de los parámetros de interrelación de los individuos que componen la comunidad de la especie, cambiará. Ya está cambiando. Las redes sociales, entre otras formas de contacto, depuran el concepto y transfiguran la idea aristotélica del zoon politikón. Quizá estemos en contacto con un mayor número de personas, mas este contacto es virtual, artificial, adulterado por una legión de cables y otros mecanismos metálicos, fantasioso, deshumanizado. Aunque la nueva humanidad que, a pasos agigantados, se va moldeando será así: una humanidad deshumanizada.
Esa nueva humanidad, creo insistir, será también una humanidad afanada a la vagancia, pues se ve interesada en confundir facilitar la vida con hacer la vida fácil. Una humanidad que no necesitará levantarse del sillón para encender la luz o hacer la comida, ni para salir a la calle a comprar o trabajar. Será, además, una sociedad con un nivel de estrés elevado a la enésima potencia, ya que, cuanto más rápidas se puedan hacer las cosas, más cosas se podrán aspirar a hacer.
Esa nueva humanidad traerá distintos modos de percibir el mercado laboral, con extrañas especialidades y originales grupos profesionales todavía por descubrir. Las profesiones listadas hoy pronto quedarán obsoletas. Y he aquí una grave negligencia gubernamental: no reestructurar los planes académicos en previsión de lo insólito que nos deparará el futuro cercano. Un futuro más próximo de lo que siquiera imaginamos.
El conflicto del taxi, completado con una fragosa huelga, que se sucedió durante las primeras semanas del año, fue sólo la avanzadilla de lo que está por venir. Salvo que la profesión quede blindada, como la de político, el taxista desaparecerá, irremediablemente, de consuno con muchas otras profesiones que se quedarán sin acomodo en esa nueva humanidad cuya silueta se vislumbra con contornos perfectamente definidos. La humanidad vive a través de la aplicación de un teléfono móvil, no existe nada fuera de eso, y se siente atraída por la invención, por la primicia del período, sobre la que se lanza desesperada, temerosa de la tacha de vetustez, de no adherirse a la moda, máxima pasión para la realización personal. Las profesiones, entonces, se proyectarán hacia la constante renovación, sobre todo, las de servicios, las cuales dejarán de tener como objetivo el de prestar un mejor servicio, sino el de ofrecerlo de una manera diferente a como lo venía haciendo, o a como lo vendrían haciendo otros prestadores del servicio (la competencia feroz nunca será hipótesis pretérita). Las profesiones se preocuparán, casi exclusivamente, de esa forzosa fase de refresco, como el corredor o el ciclista que, durante la carrera, y sin cejar en la zancada o el pedaleo, se aproxima a los puntos de suministro para bañar cuerpo y garganta con el agua endosada a discreción.
Exploraciones del terreno ya las hubo. Basta con acudir a una gasolinera, en la que el abastecimiento está informatizado. Sin embargo, aquella avanzadilla de la que tecleaba unas líneas arriba, no estaba únicamente organizada por vehículos con conductor contratados vía aplicación móvil. Poco antes, o, con probabilidad, a la sazón, otro importante gremio estaba siendo afectado por la arrasadora modernidad tecnológica, que no distingue categoría ni caldea el frío corazón de los directivos y altos ejecutivos de las entidades financieras. Y es que los empleados de banca han sido diezmados sin misericordia en los últimos tiempos. Sustituidos por algoritmos resueltos por computadoras relampagueantes, por aplicaciones informáticas, cajeros virtuales que gestionan dinero etéreo, se ha prescindido del tradicional encargado de caja de nuestro banco, si no ha tenido la fortuna (infortunio para algunos) de ser reconducido hacia la variable comercial del negocio, adaptándose a las ventas del producto, esperando que, en esta ocasión, sepa qué vende. Pese a ello, no he sido testigo ni he recibido noticia de reivindicaciones, manifestaciones o altercados públicos por su parte, interrumpiendo el tráfico o hackeando los móviles de los clientes o la central de operaciones informáticas del grupo bancario de turno. Pero, qué importa; al cabo, los bancos dejaron de caernos bien hace años, claro.
La batalla del taxi no es acontecimiento del presente. A principios del siglo XX, acaeció un enfrentamiento similar. En aquella época, los perjudicados por la llegada de los avances tecnológicos eran los cocheros, conductores de coches de caballos, quienes temían la amenaza de la ruina que acompañaba a aquellos ruidosos, a la par que veloces, vehículos a motor. El resto es Historia.