1.-
Las empresas dedicadas al dinero tejen en torno a nuestra actividad cotidiana una red, en apariencia trenzada para nuestra comodidad y para que podamos tener más ventajas en el sistema en el que existimos; sin embargo, como toda red, lo único que conseguimos es enredarnos y quedarnos más atados, casi sin posibilidad de escapatoria.
Más o menos así me lo contó un conocido, con quien topé en una cena de compromiso. Acababa de tener un problema con un banco de Internet, al utilizar por error una tarjeta de la que había cancelado su cuenta.
–Fue un error –incidió–. Me di cuenta una vez la aceptó el datáfono, y no caí en la cuenta de cancelar la operación.
El asunto es que recibe mediante correo postal una notificación de que debe ingresar ese dinero en una cuenta de dicho banco, ya que, como él esperaba, él ya no tiene ninguna a la que cargar el importe automáticamente. Así lo hace y, al mes siguiente, recibe otra carta en la que ha de pagar una comisión de impago. En resumen, decidió llamar al teléfono de contacto para solucionar rápidamente este asunto, pero solamente se encontró con respuestas vagas y poco precisas.
–Fíjate. Le pregunté a la chica que me atendió si, debido a esta comisión de impago, se ha generado la comisión de impago de esta comisión, y que, de seguir así, se generaría cada mes la comisión de la comisión de la comisión de la comisión…
–Parece un comentario de Groucho –le apunté.
–A él le hubieran hecho más caso. A mí me soltaron un triste «No lo sé. A fin de mes lo sabrá». ¡A fin de mes! ¡Para que se me cargue otra comisión!
–¿No decía nada en la notificación al respecto?
–Daba igual. Como ellos no tenían copia de lo que me habían enviado, me decían que no podían asegurar lo que ponía en el papel.
2.-
Para este asunto había dos posibles soluciones: una era cambiar el número de cuenta, la otra consistía en darse de baja. Al pedir información sobre las dos, le resultó muy llamativo cómo realizar lo segundo, esto es, la baja. La conversación, con el permiso de los lectores, la recreo así:
–¡Oiga! ¿Cómo hago para darme de baja y que no sepa nada de ustedes? –espetó mi amigo a quien le atendía.
–Usted debe escribir una carta ORIGINAL, donde aparezcan sus datos y su firma…
–Disculpe –le interrumpe–, ¿qué quiere decir «original»? ¿Que sea creativo?
–No, no, que usted escriba la carta y la envíe por correo ordinario.
–¿Cómo dice? Para el alta y las modificaciones admiten trámites telefónicos, pero para una baja hay que hacerlo a la antigua usanza, escrito de puño y letra, ¿no?
–Sí, así es, señor. Luego la lleva al Banco y pide que la envíen a la oficina número…
–Disculpe, pero no lo entiendo. ¿No se supone que ustedes tienen recursos tecnológicos para mayor comodidad? ¿Y he de escribir una carta, como quien le escribe a su novia?
–No, no en ese sentido, señor.
–Ya, claro, pero es que estoy sorprendido con lo de la carta a mano. ¿Ahora resulta que su banco es nostálgico y quiere recuperar modos perdidos de comunicación con sus clientes? –Esperó respuesta, tras un silencio– ¿Oiga? ¿Está ahí?
–Sí estoy. No sé qué responder a esa pregunta, señor. Lo único que tiene que hacer para darse de baja es…
Y dio toda la charla mecanizada del sistema de baja.
Evidentemente, como le comenté a mi conocido, este tipo de servicios se venden como comodidad para el pago con tarjeta en estaciones de servicio, lo que recluta clientela fácilmente, pero luego ponen trabas ridículas, a fin de que no se marchen y sigan ofreciendo productos.
3.-
Cada año suelo escribir entre tres y cinco cartas a mano, por el gusto de comunicarte mediante este medio con un amigo o con alguien con quien tuviste una amistad en el pasado, del que hoy solo queda ese enlace postal. Sin embargo, escribirle una carta al banco para darse de baja de sus servicios es tan poco apasionante… Y mucho menos congruente con los servicios ofrecidos desde Internet, telefonía móvil o simples llamadas telefónicas de la actualidad. A fin de efectuar una baja, un banco de Internet debería ofrecer, como la manera más básica, el correo electrónico; por lo que sorprende lo de la carta «original».
Le propuse a mi conocido que escribiera la carta como si fuera una carta de ruptura a una novia, a la que no te atreves a decírselo en la cara…
–Estoy desentrenado. Con los móviles, el Internet y el whatsapp no sabría cómo empezar.
¡Ya lo entiendo!, pensé yo, la cuestión no es impedir que alguien se quiera dar de baja, sino que alguien sea capaz de redactar una carta para darse de baja o para cualquier otro asunto, ahora que nadie lo hace.
–Es muy sencillo –le dije, un tanto enfadado por la trampa de la que me había percatado–, comienza así: «Mi querida Entidad Bancaria: Debo confesarte que ya no te amo. Se me hiela el corazón con solo oír tu nombre y tengo serias sospechas de que solo me quieres por mi dinero. No quiero saber más de ti. ¡Hemos terminado!»
Comentarios
¡Genial!
Las trampas del presente usan recursos del pasado. Muy bueno lo de <<Mi querida Entidad Bancaria:>>.
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