Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Andrés de Cervantes, 50 años y miles de historias

Decía Rilke que “la verdadera patria de cada hombre está en su infancia”. La mía se fraguó entre un cortijo y el colegio de Belén, cuando el autobús que conducía Anselmo Rascón llegaba cada mañana al Molino de Córdoba, un cortijo en la Ermita de la Esperanza rodeado de viñedos y olivares donde vivía mi familia, trasladaba a niños que como yo, siempre habíamos vivido en el campo, a un mundo totalmente desconocido para nosotros, por lo que suponía de apertura a nuevos horizontes, que nos aportaría conocimientos y la posibilidad, u obligación, de relacionarse con otros niños allí mismo en el transporte escolar, o del propio pueblo al llegar al colegio.

Al principio costó. No era fácil ni agradable para un niño de 5 años que siempre había vivido en el campo salir de su burbuja familiar, de su confortable vida rural para entrar en un nuevo mundo que suponía obligaciones, esfuerzo y aprender nuevas formas de relacionarse. Pero poco a poco fui acostumbrándome a aquello de esperar cada mañana, sobre las 8:00, bajo la morera centenaria que había en la esquina del cortijo al coche ”Los Corpas”. No era fácil la rutina de recogernos cada día muy temprano, casi al amanecer en invierno, iba parando en cortijos, casillas y carriles a recoger a niños, que a veces llegaban tarde, y al terminar la jornada, tras un día de clase por la mañana, comedor y clase por la tarde nos retornaba de nuevo al autobús que repetía el periplo de la mañana para dejar a cada niño en su casa más de una hora después que los alumnos que vivían en el pueblo. Pero mereció la pena.

El colegio público Andrés de Cervantes fue el lugar que nos AMPLIÓ LOS HORIZONTES VITALES a los niños y niñas del campo como yo. Horizontes de diversidad que fueron experiencias y herramientas imprescindibles para la sociedad que como adultos nos tocaría vivir y construir. Eso era lo genuino de ese colegio: las diferencias sociales, culturales y religiosas, etc., de esos niños y niñas que cada mañana confluían en él lo hacía diferente al resto de colegios de Cabra. Recuerdo ese recreo ancho y amplio de convivencia después de salir del comedor, donde la suma de diferencias de aquellas niñas y niños es lo que nos modeló, abrió nuestras mentes a la diversidad y nos preparó para vivir en la sociedad diversa y plural que se estaba construyendo en este país. Un país que empezaba a construir su democracia tras la larga noche de la dictadura.

Allí me formé, hice buenos amigos y empecé a descubrir y analizar con curiosidad el mundo.

Pero nada de esto hubiera ocurrido sin una EDUCACIÓN PÚBLICA, sin el sistema que posibilitó que la enseñanza llegara a todas las clases sociales, incluidos los niños del campo.

Gracias a mis maestras y maestros por darme las mejores armas con las que enfrentarme a la vida, por su dedicación, por creer en nosotros, por apoyarnos y despojarnos de atavismos porque no solo aprendimos a leer y escribir, sino también nos cosieron y enseñaron a manejar los hilos de esa cometa que surca los vientos de vivir en libertad.