Con esta novela de Rafael Raya Rasero, vamos a pasear por las calles de Sevilla y su historia del siglo XIX, sus iglesias desaparecidas y las monumentales y derruidas puertas de sus murallas en la llamada revolución de 1886, junto a célebres personajes de la época y de la mano del más controvertido, radical y defensor a ultranza de la Iglesia más conservadora de la época, Francisco Mateos Gago; y sus enfrentamientos con las otras sevillas, que le niegan su amor, su bondad y la sinceridad que ésta merece y de las que dice: “ellas nunca tendrán dedicada una calle frente a la Giralda”. Singularmente Rafael Raya Rasero, con su “Gloriosa revolución del asco”, Editorial Clulipucar (2023), nos acerca a ese siglo con documentada y curiosa trama literaria.
“¿A quién se le puede ocurrir un diálogo entre Francisco Mateos Gago y una Sevilla personificada en su versión más conservadora?” -leo en el prólogo de Carlos Navarro Antolín. Supongo que esta pregunta encierra una sentenciosa actitud de amor a Sevilla, por la parte que le toca al autor de la obra, que nos retrata una singular defensa de su patrimonio, resaltando sus males y bellezas, donde quizás hoy, todavía, nos acose y nutra nuestro pensamiento social y político. Con no poca paradoja, nos adentra al gravoso y perenne problema base, de un gran Pacto de Estado por la Enseñanza y la Educación. El gran caballo de batalla: su control. Como sucedía en aquel siglo. Y ¡curioso! No faltará decirnos que los libros, son el camino del porvenir. Nos lastimará la queja de Sevilla: “por mis calles y plazas pulula a veces la desidia, fruto de una abulia milenaria y no cuidada”. Nos muestra con singular ironía, el rastro práctico y funcional de Sevilla. Quizás, nuestro propio egoísmo, “por defender lo propio”.
Mateos Gago, se dice a sí mismo “Soy así, o lo tomas o lo dejas”. A medida que avanzamos en su lectura, iremos paseando con unos personajes célebres de la Sevilla más culta y a su vez, la menos productiva. El meticuloso esfuerzo investigador de Rafael Raya, nos adentra en aquella ciudad que ya no podemos ver físicamente. Mostrándonos, como es costumbre, los oportunistas del fraude, aprovechando los peores momentos sociales para su lucro personal. He ahí, el alma humana. En esto, sí hay perfectos y radicales revolucionarios.
En ese diálogo encontramos nuestro propio carácter: “Mis hijos no son perfectos, ¿y quién lo es?” -dice la propia Sevilla, con tono pesimista. Toda una lección de amor y bondadosa humildad nos va desentrañando. El hecho de acercarnos al bien y al mal. Lo mejor del cambio racional y lo peor, el exceso de su irracionalismo, llevando la insensatez irreparable de sus daños; el hacernos ver lo malo del conservadurismo radical, y lo bueno del ser humano cuando ama la obra bien hecha, debiendo ser tratada con respeto ante todos los ojos, con no poco mimo y admiración de grandeza en bien de todos. Es por lo que pienso que esta novela invita a ser leída contrastando su contenido detenidamente, para entender mejor qué somos como humanos, y por qué tan desiguales e incoherentes con nosotros mismos. ¡Ay!, cuánta poesía hace falta leer, para mejor amueblar nuestros sentimientos. Su autor no se identifica con el ideal de Gago. Yo tampoco, y sin embargo, su dignidad lo mueve.
Según vamos leyendo, van asomando fantasmones que todavía producen cierta rentabilidad y pesan en nuestra sociedad. “Un magma que se fue cociendo durante los siguientes años en una especie de olla exprés que explotó sin remedio”. ¿Podría ser cierto esto? ¿Y que no seamos capaces de quitárnoslo de encima? Veremos unas circunstancias conventuales, donde la imagen del diablo, espantosa figura tan socorrida en tiempos inquisitoriales, es protagonista de réditos fundados en el pecado. “Aquella noche -dice Mateos Gago-, la pasé en mi hotel. Necesitaba una estrategia para no cometer errores. Estaba metido dentro de un volcán lleno de peligros por todas partes”. Todo un ejemplo de integridad, coherencia y valentía.
Las corrupciones fueron la ruina de todos los imperios. Las democracias tienen ahí también su pudridero. Está claro que sólo la honestidad puede hacer libre a los pueblos. ¿O es una utopía? Nos llevará por el movimiento cultural y la Fundación del Ateneo de Sevilla, con Sales y Ferré y otros, junto a Mateos Gago. Gracias a su afición arqueológica dio “lugar el descubrimiento y excavación de una necrópolis romana de Carmona”. Doctor en letras y latines, nos declara su inflexible defensa del patrimonio artístico monumental y cultural sevillano.
Nos viene a reconocer que, a pesar de su radicalismo católico, Mateos Gago, “defendió la libertad de pensamiento político de sus compañeros eclesiásticos”. Veremos al personaje más controvertido de su tiempo, siendo partidario de una política alejada de la Iglesia o viceversa. Y “de lo cual me alegro” -le dice Sevilla. “Se enfrenta a su jefe para mantenerse fiel a sus ideas”, aliándose incluso con el positivista Sales y Ferré, cofundador del Ateneo de la Ciudad. Lo que mueve a pensar con optimismo en su vocación cultural. Desvelándonos que en la Sevilla de aquella mitad del XIX, existió por sus calles un excepcional movimiento ilustrado y personajes de interesante celebridad. “Yo, Isidoro, un obrero sevillano, firme opositor a cuanto Mateos Gago representó […], le rindo homenaje por su coherencia y honestidad. Descanse en paz”.