Enrique Bellido Muñoz
Pues que quieren que les diga, a mí, que me considero católico de bautismo, comunión y matrimonio, aunque mal practicante y crítico con algunos de los comportamientos de la Iglesia, me parece no mal sino, muy al contrario, bien, que Benedicto XVI venga a España, tenga un encuentro con jóvenes de todo el mundo y lleve a cabo la labor pastoral que como máximo representante del catolicismo tiene encomendada.
Me he leído desde “La izquierda tiene que decir…” hasta “….intento de instaurarla en nuestro país” del “No comulgar con ruedas de molinos” que Juan Rivera publica en estas páginas y respetando, como no podía ser menos, sus posiciones, abiertamente contrarias a la Iglesia y a algunos aspectos de la visita papal, me choca, desde el principio, ese “basta ya” ante lo que él denomina como reinstauración del Nacionalcatolicismo en un intento por dar más énfasis a una crítica que evidentemente puede dirigirse por otros derroteros pero no por el de la memoria histórica que tanto gusta de utilizar la izquierda.
En absoluto. La visita del Papa a una España cada vez menos católica en su entramado oficial y social, no puede afrontarse desde las antiguas trincheras ideológicas del comunismo, sino que hay que hacerlo desde la evidencia de una realidad sociopolítica en la que prima por encima de otros conceptos el de la libertad de expresión –también religiosa- y en la que la Iglesia Católica ocupa un espacio que ahora no vamos a descubrir, ni tampoco a tratar de eclipsar.
Parece ser que el gran argumento con el que cuentan los detractores de esta visita es el de que se destinen fondos públicos –hay quien habla de “colosal desvío de fondos públicos- a cubrir parte de ella.
Baste decir que los actos se cubren en su totalidad con fondos privados, bien sean aportaciones de los jóvenes, de empresas privadas o de la propia Iglesia, y es cierto que el Estado, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital de España habrán de poner a disposición de la organización del evento los medios humanos y materiales para garantizar la seguridad y el orden del mismo.
Unos gastos, estos últimos, que, no lo olvidemos, cubren la parcela laica de la visita, la cuál, por otra parte, dejará múltiples beneficios económicos en nuestro país y en Madrid, más concretamente, ante la afluencia de miles de jóvenes de todas partes del planeta, en unos momentos, precisamente, en los que lo que nuestro país necesita es esto, dinamizar todo nuestro tejido turístico y comercial y, a la vez, proyectarnos al extranjero a través de citas de esta importancia.
No. No es lo mismo que nos visite Benedicto XVI a que lo haga Fidel Castro junto a Chávez en lo que Rivera denomina como Encuentro Mundial de la Juventud Revolucionaria. Como va a ser lo mismo.
Mientras la Iglesia Católica está presente en todo tipo de países, con todo tipo de regímenes e incluso perseguida y hostigada, ni el cubano ni el venezolano permiten en los que le son propios –el suyo es otro concepto de la propiedad- que la democracia, el principal de los valores laicos, se desarrolle en toda su amplitud y diversidad.
Por ello, como va a ser lo mismo. Por supuesto que no. Pero es que, además, afortunadamente ni Fidel ni Hugo serían capaces de aglutinar libremente al número de jóvenes que el Papa va a concentrar en nuestro país.
La historia de la Iglesia está plagada de errores, algunos de ellos gravísimos, pero tras esa historia, que no es sino de hombres, subyacen una serie de principios éticos y morales que son los que realmente le dan valor a esta religión.
Unos principios que se podrán compartir o no, pero que al margen de lo que es doctrina de la Iglesia Católica, han venido alimentando durante siglos la conducta humana, a la vez que marcando pautas muy positivas de comportamiento social en quienes los asumían desde el compromiso auténtico.
Comprendo que el denominado como laicismo –por cierto, antagonista de lo que ha representado la Historia de la Humanidad, siempre ocupada y preocupada por la búsqueda de la deidad- quiera presentarse como incompatible con manifestaciones religiosas como esta, pero resulta también sorprendente que muchos de estos laicos se apoyen o se hayan apoyado en estructuras educativas, sociales e incluso económicas, en algún momento, de la Iglesia Católica, para sus fines personales o políticos.
Que el catolicismo congregue a cientos de miles de jóvenes puede levantar ampollas en los detractores de la propia Iglesia, pero no deja de ser un síntoma más de su vitalidad, de su proyección de futuro y de lo necesitada que esta la sociedad mundial de encontrar referentes éticos sobre los que edificar su desarrollo o su transformación.Frente al “basta ya” habría que lanzar una llamada de esperanza para que el mensaje del Papa mueva a conseguir una sociedad basada en el respeto mutuo, los valores intrínsecos del hombre y la solidaridad.
Enrique Bellido Muñoz
Exsenador del PP y miembro asesor del PP-A
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