Suelo caminar diariamente de un lado para otro en el pueblo donde vivo Lucena. Aunque sea conductora de automóvil, me puedo pasar varios días sin usar el coche, ahora que el trabajo me permite tenerlo en el mismo lugar donde resido.
Elegí vivir y adquirir mi vivienda cerca del paseo de Rojas, tengo la suerte de vivir relativamente cerca de un par de parques más (Los que rodean a la Iglesia del Valle) y la Plaza de la Paz. Suelo atravesar esos barrios y sus calles para cumplir con mis compras diarias de pan, supermercados varios, acceder al banco, usar los servicios básicos de salud, farmacia, visitar a la familia, etc.
Intento buscar el cobijo de los árboles en mi recorrido diario, mirar sus ramas, su floración, tocar sus troncos, escuchar el movimiento de sus hojas, sus ramas moteadas por el sol, sus troncos rugosos, observar la tonalidad de sus hojas, sus contrastes de luz cuando el sol los inunda, las avecillas que anidan o se cobijan, los gatos que los escalan y establecen su puesto vigía con instinto cazador en ellos...
Un árbol, es algo más que planta de tronco leñoso, más o menos grueso y elevado que se ramifica a cierta altura del suelo formando la copa, con fines madereros, ornamentales, frutales, con hojas caducas o perennes.
Los árboles son seres vivos, que nos despiertan los sentidos, nos conectan con el presente, nos recuerdan un pasado y nos plantean un posible futuro de vida o muerte, según los cuidemos o no.
El árbol es una planta vinculada a la vida y la muerte del ser humano. La filosofía siempre tomo al árbol como metáfora para hacerlos entender lo visible e invisible para las personas. Pues representa la vida del cosmos, su densidad, su opacidad, el crecimiento, la proliferación del ser, la generación del saber y la regeneración de las distintas fases de la vida. Dice un proverbio hindú: «El que antes de su muerte ha plantado un árbol, no ha vivido inútilmente».
Yo tengo mis dudas terrenales como mera observadora de mi entorno, sobre la supervivencia de los árboles generadores de la vida, puesto que no son inagotables. Mi realidad arbórea mengua por días, su variedad y salud disminuye por momentos. Indignándome cuando los veo cortar, podar hasta la extenuación o cortar sus ramas cuando avanza la primavera, impidiendo que den sombra en verano o cuando ya han hecho sus nidos en ellos algunas aves urbanas, teniendo que abandonar sus huevos, sus crías recién nacidas, condenándoles a la muerte... Sin olvidar que por la sequía se han cortado todas las fuentes públicas donde se abastecían de agua estos animales urbanitos.
Como mujer que vive y siente los cambios bio-climáticos de nuestro medio con conciencia ecológica, constato que cada vez son más cálidas las estaciones, menos lluviosas, más desérticas, menos variadas. Nos vamos adaptando al encorsetado del asfalto, al uso de refrigeración moderado en nuestras casas durante el verano o invierno, a la ausencia de zonas verdes, a la moribunda ausencia de agua, de nutrientes, de espacios libres para el crecimiento personal o la salud mental de su gente...
Lucena, es una gran ciudad, no me cabe la menor duda, vivo aquí, aunque su política de árboles, jardines y espacios verdes requiere muchas mejoras, acordes con los tiempos que vivimos, con el modelo de ciudad, donde sean compatibles las plantas y las personas, su cuidado y mantenimiento. Una ciudad más limpia, civilizada y comprometida con la vida. Pues había avenidas completas de árboles que han ido desapareciendo en varias décadas, en ocasiones por cuestiones estéticas se han arrancado unas especies sustituyéndolas por otras. Otras veces las han dejado sin tratamientos o cuidados, pudriéndose y cayéndose...
Mi paso diario es por la zona del Paseo de Rojas y la puerta del ambulatorio (Centro de salud I). Allí en ese tramo de acera había una hilera de árboles, de los cuales sólo quedan ya tres sanos, uno más podado exageradamente y otro con doble tronco divido y propenso a la caída más adelante.
En estos últimos años cada caída de árbol muerto, cortado o eliminado por las obras de nuevos asfaltados, han dejado su hueco desierto en el acerado, pese al tránsito peatonal de la zona. No se ha repuesto el arbolado, ni replantado, ni realizado un mantenimiento acorde con las necesidades de estos seres vivos y sus pobladores. Es obvia la urgencia de sombras en espacios frecuentemente transitados por lucentinos y foráneos, puesto que los veranos son cada vez son más calurosos y duros de soportar.
Y es enervante, irritante y exasperante, que cada árbol que se pierde en Lucena, en el Paseo de Rojas, en sus cercanías o en cualquier otro punto de nuestra ciudad, deficitaria en zonas verdes para el uso y disfrute de su ciudadanía, sea un espacio propicio para ser cubierto con una nueva tanda de losas.
(Ver imágenes en https://docs.google.com/
Dicen que el número de árboles sanos de nuestro entorno vital equivale a la salubridad de las especies vivas que lo habitan...