Terminé la novela y necesité volverla a leer, tenía la sensación de que en una relectura captaría matices nuevos, sospechaba que no la había entendido del todo, que merecía un análisis más profundo, un mayor detenimiento, que le asomaban flecos sueltos, y no porque los hubiera dejado el autor, sino porque yo como lectora no conseguía abarcar todo cuanto me ofrecía. No sé si logro explicarme, pero me pareció que ese poder que le adivinaba y me superaba, como un tsunami literario, no era más que una inequívoca señal de que no estaba ante una lectura cualquiera.
Era, es, la gran novela “La península de las casas vacías” de David Uclés, de una escritura exuberante, que a veces parece desbordarse en ideas, emociones, o imágenes, y me costó seguirla, lo confieso: al principio leí con ansía, me cundía, me ayudaba la estructura en capítulos cortos, pero cuando llevaba más de media, empecé a ralentizar la lectura, en ciertos momentos noté una especie de digestión lenta. Si, con ella he sufrido, también he sonreído, me he espantado, he quedado perpleja, y sobre todo he tenido que buscar información adicional. Hay que digerirla, al menos a mí eso me ha pasado.
Cuando decidí leerla, lo hice porque a través de algunas entrevistas conocí al autor, y percibí que tampoco es un autor cualquiera. Confieso que me enganché a él, porque más que un autor me parece todo un personaje, poliédrico como su obra, majo, joven y sobradamente preparado, artista, bohemio, rural de raíz, urbano de ramaje. Admito que un pelín de envidia me da su facilidad para el arte, con la palabra, la música o el dibujo, su desparpajo, la profundidad ligera que desprende, su energía tranquila, y sobre todo la capacidad de conectar con la emoción del otro.
Y es tan personaje que lo sientes en la novela todo el tiempo, te interpela, te conduce, te explica, se atreve a dar a sus otros personajes la capacidad de ser conscientes de formar parte de una trama novelesca, y aún más, da papel en su obra a personajes históricos reales, con los que dialoga él o sus personajes ficticios. Si, ya sé, no es el autor, sino el narrador quien se entrevista, por ejemplo, con el mismo Franco. ¿Y eso que importa? Sabemos que es ficción, pero en ella el autor (narrador, en suma) es el demiurgo que crea.
Y es tan creador que, en una historia sobre la Guerra Civil Española, con datos verdaderos y épica exacta de las principales batallas, sin ahorro de detalles dolorosos, vergonzantes y escabrosos, se permite cambiar el nombre al país, abogando, y con intención política iberista, por Iberia, la península en la que se incluye a Portugal. No es una novela más sobre la guerra civil, porque la escribe desde el realismo mágico, con dosis de poesía en algunos instantes, cercana a las nívolas de Unamuno en otros, en la que el protagonismo es coral, desde Jándula, trasunto de Quesada (Jaén), la familia de los Ardolentos (trasunto, parece ser a su vez, de la propia familia de David, algo que me parece increíble, que esas vivencias dramáticas, mágicas y epifánicas a un tiempo, puedan tener un punto de realidad) transitan por la península sufriente durante la guerra (1936-1939), hasta casi desaparecer, de hecho el apellido Ardolento se pierde.
Cómo digo la novela, larga y muy trabajada, pero de capítulos cortos, admite muchas lecturas, tantas como miradas queramos aplicarle, es interesante por ejemplo verla desde el punto de vista etnográfico, aparecen en ella múltiples alusiones a costumbres ascentrales ibéricas, conviviendo con tradiciones imaginarias, tan bien traídas que parecen posibles. Hay muchas curiosidades, a mi entender dignas de estudio, como es el tratamiento de los nombres propios, desde el que recibe el patriarca de la familia, Odisto, que recuerda al protagonista de La Odisea, el de muchos personajes que tienen nombres raros, y llama la atención el caso de uno de los hijos, Pablito, que va cambiando su nombre, conforme va evolucionando. Estoy segura que hay alguna intención por parte del autor en su forma de nombrar a sus personajes, que no es el azar quien los nombra.
En suma, “La península de las casas vacías” está llamada a ser una novela eterna, que pase a la posteridad, y que da mucho juego para la tertulia, para el análisis o la crítica literaria (como intento hacer). En estos días, propicios para regalar libros, aconsejaría fuese uno de los títulos a tener en cuenta porque ofrece a cada lector, y en cada lectura, descubrimientos nuevos, de hecho, yo que acabo de darle la segunda vuelta, estoy pensando que va siendo hora de ir a por la tercera.