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"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La Luisiana española (VIII)

Atestiguó Luis de Unzaga y Amézaga, como Gobernador de La Luisiana, los primeros conatos de rebelión de las colonias británicas, que España, con demasiadas cuentas pendientes contra la Pérfida Albión, debía columbrar atentamente. Este propósito movió a Unzaga, tras los sangrientos sucesos de Boston del 5 de marzo de 1770 (Masacre de Boston), a desplegar una ingente red de espías por todo el territorio de las Trece Colonias, al tiempo que comenzó a aprovisionar dinero, armamento, munición, medicamentos, alimentos y demás vituallas a los independentistas.

            Tratar de explicar por qué, por ejemplo, el escudo de Texas contiene las banderas de España y de la dinastía borbónica, el símbolo del dólar es el que es, se le dio tal nombre a la moneda, cuál fue la de curso legal en Estados Unidos hasta, prácticamente, 1870 o la causa por la cual el diplomático español Juan de Miralles falleció en 1780 en la casa de su íntimo amigo George Washington, recibiendo honores militares en su funeral, supone explicar la trascendental importancia de España en la independencia de las Trece Colonias, sin cuyo soporte no se habría producido, así como la profunda huella en el conjunto de Norteamérica. Pasado el centenario, claro, todo había quedado ya diluido en la memoria estadounidense, y nos la jugaron bien, en 1898, con los temas del Maine y de Cuba, manipulada información propagandística incluida. Y mucho antes, cuando la bisoña nación únicamente reconoció y pagó el 10% (redondeando) de la deuda contraída con España… Al fin y al cabo, no dejaban de ser británicos.

            Pero, para tamañas vilezas, todavía habrían de transcurrir algunos años… De nuevo en los setenta del siglo XVIII, Unzaga aprovechó su labor política para contraer matrimonio el 20 de febrero de 1775 con Elizabeth de Saint-Maxent, hija de un pudiente comerciante de origen francés, a través de quien el apoyo de Francia a la independencia colonial se inició con determinación. Sólo dos meses después, el 19 de abril, un cuerpo de milicianos de Lexington se enfrentó a la tropa británica que, procedente de Boston, se dirigía hacia Concord, a fin de sofocar otra rebelión colonial. En medio de la tensión, se abrió fuego, se ocasionaron las primeras bajas, había arrancado la Guerra de la Independencia.

            Continuaría siendo clandestino el socorro hispano-francés a las aspiraciones de los colonos rebeldes norteamericanos durante, al menos, un trienio. En el ínterin, el rey Carlos III reasignó a Unzaga, otorgándole el mando de la Capitanía General de Venezuela. Bernardo de Gálvez fue nombrado Gobernador de La Luisiana.

            Gálvez, militar de carrera, se había adentrado en América de la mano de su tío José de Gálvez y del virrey de Nueva España Carlos Francisco de Croix, para integrarse en la unidad de los Dragones de Cuera, en la que pronto alcanzaría la oficialidad. Sus incursiones contra los apaches habían sido persistentes, asistiendo, además, en la defensa de los presidios. Ganado el prestigio militar, un par de heridas graves lo habían obligado a regresar a España, donde, recobrado, había reanudado su carrera, hasta que, en 1776, a propuesta de Alejandro O’Reilly, ocupó la plaza de coronel del Regimiento de Infantería de la Provincia de La Luisiana. Sólo unos meses más tarde, en septiembre, con el destino venezolano en trámite, Unzaga delegaría en él parte de sus funciones, para acabar sustituyéndolo tras su definitiva salida del gobierno. En 1777, Gálvez perpetuaría la política de asociación hispano-francesa impulsada por su antecesor, al contraer matrimonio con su cuñada Marie-Felicité de Saint-Maxent.

            Bernardo de Gálvez era un hombre con una misión político/militar: mantener y aprovechar la red de espionaje generada por Unzaga a lo largo de las Trece Colonias y preparar la provincia para la más que previsible guerra contra los británicos. En febrero de 1778, Francia exteriorizó lo que hasta entonces venía haciendo de manera reservada, aunque con pública notoriedad, y firmó una alianza con los colonos rebeldes. España aguantó el secreto cuanto pudo; sin embargo, los Pactos de Familia la abocaron a suscribir con Francia el Tratado de Aranjuez, el 12 de abril de 1779, por el que se declaró oficialmente la guerra a Gran Bretaña, con el objetivo de, derrotada ésta, recuperar territorios perdidos como Gibraltar, Menorca, Florida, la bahía de Honduras o la costa de Campeche. Mientras que Francia requirió con el compromiso Senegal, la exclusiva presencia francesa en Terranova, el comercio con la India y la conservación de Dominica. De hecho, Gálvez apenas dejó pasar unas semanas para llevar a cabo aquellas actuaciones para las que mejor preparado estaba, aquellas penetraciones de corta duración en territorio ocupado por los enemigos. En septiembre de 1779, emprendió una campaña relámpago al sur del Misisipi en la que arrasó a los británicos, pues siempre tuvo Florida en sus pensamientos.

            La manifiesta declaración de guerra legitimó, por su lado, a los británicos, quienes se sirvieron de su dispersión por la vasta extensión norteamericana para revolverse contra los españoles y golpearles por retaguardia, para asediar y hacerse con los presidios ahora vulnerables, allí donde la concentración de fuerzas españolas se hallaba alejada.