Me encontraba, pues, esta mañana leyendo “Loco afán”, el nuevo poemario de mi amigo y compañero articulista Manuel Guerrero, cuando caí en la cuenta de que no había hablado por aquí del ciclo de cine organizado por la Asociación Cultural “Naufragio”, el cual viene desarrollándose desde octubre, para culminar en enero. Y usted se preguntará, claro, a qué demonios viene tamaña relación de ideas y confusión de artes. Comprenderá, si le descubro —o le recuerdo— que Manolo es el Director Ejecutivo de la mencionada asociación. Dilucidado el asunto, sigo. Explotando en mi memoria el desliz, decía, aprovecho un descanso en mi apasionante lectura y atiendo a las palabras de poeta, quien versifica: «¿Por qué no escribes?».
Este primer ciclo de cine está dedicado al director y guionista británico Guy Ritchie, cineasta de mérito no porque el abajo firmante coordine el ciclo, sino por la calidad de su obra. Nacido en Hatfield hace cuarenta y tres años, es un autodidacta. A los quince años abandonó los estudios, empecinado, pese a su dislexia, en triunfar en el mundo del celuloide. Me gustan las personas autodidactas, quizá por ello me caiga bien, aunque no haya cruzado con él palabra alguna. También ayuda su perfil simpático con un ligero matiz pícaro en el gesto, convirtiéndolo en el clásico amigo sinvergüenza, querido por todos. Y ésta sería la primera impresión que causaría a cualquiera: la del amigo con el cual te vas de cañas los fines de semana. «¿Este tío es director de cine? ¡No jodas!». La cuestión de la nacionalidad es más fácil de asumir. Su aspecto de hooligan, de seguidor del Liverpool, del Manchester, u otro de la pérfida Albión es indudable.
Aprendió y sobrevivió a través de la dirección de videos musicales, logrando rodar su primer corto en 1995. Precisamente, este año, inició su relación de amistad con el productor Matthew Vaungh, gracias al cual, al fin, pudo estrenar su primer largometraje, “Lock & Stock”, en 1998. La película fue un éxito de crítica y público, calificada como la mejor película británica de los noventa y entre las cincuenta mejores de la historia del cine británico. Los premios llegarían más tarde, con “Snatch, cerdos y diamantes”, estrenada en el 2000. Dos obras que ya han pasado por el ciclo de “Naufragio”. Pero nadie es perfecto, por supuesto. Si gozásemos de la infalibilidad, no seríamos humanos. Así, contrajo matrimonio con Madonna, y murió. Artísticamente hablando. “Barridos por la marea” (2002) y “Revolver” (2005) fueron —y siguen siendo— dos bodrios infumables, un insulto al espectador y una decepción para sus prosélitos —ni el coordinador del ciclo ni la asociación osarían emitirlas, tranquilo.
Nadie es perfecto, ya lo advertía. Tras su divorcio, en 2008, regresó a la cumbre con “RocknRolla”. En esta ocasión, colocó un pie en Estados Unidos, sustentado por la producción de Joel Silver, para arrastrar el resto del cuerpo promoviendo un nuevo éxito: “Sherlock Holmes” (2009). Esta última es la única cuyo guion no ha sido escrito por el propio Ritchie; no obstante, su toque maestro se aprecia en cada fotograma. “RocknRolla” y “Sherlock Holmes” son las películas que completan el ciclo de cine y se emitirán en diciembre y enero, respectivamente.
Las comparaciones son odiosas. De este modo, hay quien lo compara con Quentin Tarantino. Personalmente, creo que existen diferencias sustanciales entre uno y otro. Las historias, el trato de los personajes, el desarrollo del guion, la elaboración de los diálogos, el encuadre de los planos o el montaje de las escenas son disímiles en ambos cineastas. Ritchie recurre a la introducción como elemento narrativo de la historia, los diálogos son más dinámicos y agudos, el reparto es coral —de ser él el guionista—, los villanos son sofisticados e influyentes y siempre dedica un apartado especial a la amistad verdadera, tal vez porque, después de todo, sea algo inherente a su carácter, como señalaba más arriba. Posiblemente puedan vislumbrarse toques recíprocos, pero cualquier aficionado avispado distinguiría con claridad sus largometrajes.
Hay muchas películas buenas o entretenidas, o ambas cosas al tiempo. Sin embargo, soy de la opinión de que un ciclo de cine debe aportar algo más. No ha de conformarse con la mera simplicidad de jugar sobre seguro. Al contrario, habrá de ofrecer al espectador algo que reavive su atención, rearme su espíritu crítico, replantee sus modelos cinematográficos y amplíe su perspectiva en el momento de intercambiar impresiones. El espectador habrá de abandonar la sala con una sensación enriquecedora, en definitiva; no en vano el cine es una forma de cultura. La Asociación Cultural “Naufragio” cumple los objetivos con este ciclo. Anímese, merece la pena.
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