En Las soldadesas, el eco horrísono de los ideales militares al servicio de la crueldad, reverbera incesante. Si bien el íntimo clamor de los personajes abriga conmiseración.
ABRAZANDO EL DOLOR. Cuando nos adentramos en la barbarie humana, la guerra y su poder destructor aparece como una de las más altas cotas de miseria y vileza. Los ideales que amparan la irracionalidad de su puesta en escena, apelan a ese honor patrio amenazado, denostado, herido o insuflado por razones intervencionistas. Está en juego la salvación de los símbolos, no la de los seres humanos. El espectro bélico se regodea hasta la contrariedad, tiñendo de sangriento sarcasmo los campos de batalla. La muerte y su afilada guadaña velan la noche interminable y febril. La literatura nos reporta ese reducto de resistencia intelectual y liberador de ataduras. El caos y la involución de esta tragedia inmemorial contendrán, entonces, otras interpretaciones. Nos permitirá como lectores deslizarnos hacia otros asuntos y circunstancias que no aparecen en la historia oficial. Hablamos de la dimensión humana y ese controvertido quehacer entre luz y sombra. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, aunque aparentemente sea un título alejado de ello, se halla en el centro del conflicto. La poción del doctor Jekyll, cuya capacidad de deslindar lo maléfico y perverso de lo bondadoso, señala esa dualidad en la que se centra la obra de Robert Louis Stevenson, que en situaciones terminales como la que nos ocupa, caracteriza la conversión en lo más abominable o, sorprendentemente, halo compasivo y protector. Agustí Calvet Pascual y Erich Paul Remark, conocidos por los pseudónimos, Gaziel y Erich María Remarque, son autores de dos obras contemporáneas, De Paris a Monastir, y Sin novedad en el frente que ante el horror de la I Guerra Mundial aspiran a contravenir el cruento mandamiento y nos conminan a ser objetores de ese banderín de enganche fratricida. Al igual que Las soldadesas, de Ugo Pirro, sobrenombre de Ugo Mattone, donde la heroicidad pende exclusivamente de la determinación épica del autor en constatar, a través de su escritura valiente y arriesgada, el submundo abyecto que nos presenta.
LAS SOLDADESAS –Altamarea Ediciones C.B. 2018. Traducción de Gerardo Matallana Medina. Prólogo de Íñigo Domínguez. Epílogo Donatta Carelli- El sustantivo que da título a la obra, no reconocido por la Real Academia de la Lengua Española, se puede considerar como de oportunísima conveniencia por parte del traductor. Es un término que infiere a la obra de fuerte carácter. Unido a la contundente y desiderativa portada, es un reclamo a la mano lectora que selecciona textos. Esa primera impresión está avalada por una narración en la que la linealidad se sacude cualquier otro aditamento que no contribuya a un recorrido definido por la concreción. La escritura interpenetra hasta definirse en la conciencia de ese yo que habla en primera persona, pasando por el tú que los lectores ávidos reconocen como interpelación directa. No hay lugar para las medias tintas. El poder de la palabra se acrecienta en cada nuevo capítulo. El 28 de octubre de 1940 el gobierno fascista de Mussolini invade Grecia desde la ocupada Albania. Se trata de la Operación Marita. A pesar de la superioridad del contingente italiano la ofensiva es un fracaso. El 6 de abril de 1941 intervienen las tropas nazis desde Bulgaria El país es dividido en tres zonas de ocupación entre Alemania, Bulgaria e Italia. Son los comienzos de la II Guerra Mundial. En la naturaleza testimonial de la obra se desentraña el drama personal de un teniente de complemento, a quien se le ordena una misión nada decorosa y sumida en el caldo espeso y nauseabundo de los bajos instintos castrenses. Es un viaje de ida y vuelta de 300 km entre Volos y Atenas. El atractivo de encontrarse con la ciudad gloriosa y distanciarse de la cotidianidad pesarosa del acuartelamiento, obvia la curiosidad por el mandato que recibe. Con suma sencillez la visión del jovencísimo oficial de origen campesino, desmitifica todo atisbo de gloria y honor en las acciones u omisiones que perpetra junto a otros compañeros circunstanciales de armas. No existe juicio de valor ni comparativa moral, Es una exposición de hechos y realidades asentidos en una escritura fílmica fría, distante, desangelada, pero de vigorosa, terrible y aleccionadora disposición anímica. Una crónica que profundiza en el desencanto guerrero y baja las escalinatas del sótano donde encontramos el desprecio y amor por la vida. La renuncia por mor de la verdad que escupe en el rostro y la secuela de la impunidad que es pesadilla. Quince prostitutas le esperan en la capital griega para ser repartidas en los burdeles militares de las diversas Comandancias del ejército sagapó. Le acompaña Esposito, conductor del Fiat 26 que les servirá de transporte. La sensación de proxeneta germina en su interior. Todo un proceso de inquina contra sí mismo revierte en esa transformación que gradualmente sufrirá y lo convertirá en otro hombre. En este periplo la elocuencia minimalista sobre el desorden interior y exterior que nos presenta el personaje, se extiende como untuoso aceite, “Todos teníamos malaria y nuestra jornada concluía a las cinco. Así pues, solo nos quedaba una hora para pasear y procurarnos una mujer. No era difícil, pero a menudo el amor necesita la complicidad de la oscuridad para crecer y consumarse, y sin embargo, la fiebre nos desarmaba antes de la puesta de sol”.
EN LA SENDA MÁS OSCURA. Como si de un viaje iniciático se tratara, el solo hecho de visitar Atenas, apura en el teniente de veinte años el deseo de reencontrarse con otra panorámica más alentadora. Sin embargo, en el transcurso vivirá con cansancio, hastío y asqueo el mural de desolación que se encuentra y sobre el que se desata el caudal de desesperanza con el que las vicisitudes asaltan sin piedad. La descarnada y cruenta visión, alejada del frente, retumba con sonoridad tétrica, “Llegamos a Atenas a la mañana siguiente. Cantábamos felices, como si hubiésemos llegado a una ciudad italiana, pero nuestra alegría terminó de repente, nada más avistar las primeras casas del extrarradio. El estrépito del motor vaciaba las casas; las mujeres se echaban a centenares a la calle gritando: ¡Psomi! ¡Psomi! Mendigaban el pan que les faltaba desde hacía meses; en sus voces no había señales de rabia ni de indignación por nuestras caras bien nutridas: el hambre, a esas alturas, había consumido hasta sus legítimos sentimientos de venganza”. Las historias que complementan a la principal son interludios, pequeñas composiciones de un todo, que introducen al lector en la biografía de hechos notablemente sustanciosos por su desatino belicoso. Suzy Primans, la bailarina acrobática, “el último baluarte por conquistar”, que concentra en su virginidad el paroxismo alemán e italiano del cabaré Vaterland. Ese primer encuentro con las quince prostitutas que formaban parte del XI ejército a cambio de satisfacer sus necesidades alimentarias, “Aquel ingreso a piernas abiertas en el ejército del amor costaba doscientos cincuenta gramos de buey congelado”. El pasaje de Tebas y la mortandad infantil, “Huíamos como asesinos”. El soldado suicida que se ahorca ante la imposibilidad de regresar a casa como castigo por contraer una enfermedad sexual. El capellán castrense que ignora las leyes raciales y se dedica al estraperlo. Los andartes –partisanos- y la refriega para rescatar a las quince jóvenes escuálidas de las garras del enemigo, “¡Nos disparan porque nos llevamos a sus hermanas!”. El camión se convierte en un símbolo de agresión. La compañía del comandante perteneciente a las camisas negras con porte desvergonzado, oportunista y ruin. Su desencuentro con el pope y la violación de su esposa. El desenlace luctuoso de Aspasia y Elenitza, esta última a quien entre las manos colocan un trozo de pan negro en vez de un rosario, “¿Así que una puta vale más que dos hombres?” La chirriante rectitud del teniente de carrera de carabinieri que cuestiona y arremete contra el oficial de mayor rango por no custodiar la mercancía carnal, “Las prostitutas sirven para mantener alta la moral de las tropas son parte del armamento moral del soldado”. El fusilamiento de los dos rebeldes en la aldea asediada, y los civiles que son desalojados, “Eran gente triste y resignada pero sin arrepentimientos”. El transporte militar alemán y ese grado de superioridad que les hacía ser subordinados a pesar de ostentar la misma graduación. El brigada panadero y su inclinación enamoradiza, “Entre aquellos civiles y los soldados panaderos existían otras relaciones. La guerra desapareció el día que encendieron el horno por primera vez”. Las patatas fritas de Esposito, su voracidad incesante, la generosidad con los campesinos y ese recuerdo impregnado de identificación con el paisaje, “Me agradaba aquel aire, que cada vez me parecía más familiar. Poco a poco lo reconocí: era el aire de mi casa”. Tula, Penélope, Elenitza, Aspasía , Ketty, Nausica y Eftijía, son algunas de las muchachas que componían el grueso del cargamento humano. La carga sentimental del oficial se desparrama con un aire de tristeza solemne, “En aquel instante me di cuenta de que no sabía absolutamente nada de ninguna de aquellas chicas. Me consternó el pensamiento de viajar en compañía de desconocidas. Las miré una a una, como si hubiese bastado una mirada larga y atenta para comprender”. Eftijía con la que mantiene una relación tortuosa durante el desplazamiento, concentra el desgarro procaz por quien se siente atraída y más tarde despreciada, a pesar de entregar su pureza, “Puedes responder sinceramente a una pregunta? (…) Querría saber si he sido tu primer hombre o tu primer cliente”. Todo este panegírico en loa a la destrucción del alma, sustancia anecdóticamente el modus vivendi despiadado al que nos arrastra la narración. Con todo, el rumor de desasosiego e indolencia que aflora, acentúa el sino violento de un tiempo sumido en la mezquindad. El autor realiza una esquela funeraria de la guerra, donde todos son perdedores y, de alguna manera, mutilados por la dentellada voraz de lo inevitable. Compasión, vergüenza, remordimiento se retuercen en el fuego de las experiencias de amor y muerte. La lectura conmociona hasta zaherir, mas provoca ese sentimiento de profunda humanidad ante la desesperación.
UGO PIRRO, LA ELEGANCIA DEL COMPROMISO. En la trayectoria vital del autor italiano, hijo de ferroviario, el alistamiento en el ejército italiano fue un antes y después. Cursaba estudio en la universidad de Nápoles y en un arranque de fervor decidió engrosar las tropas fascistas ansiosas de un imperio. Grecia, Yugoslavia y Cerdeña fueron lugares en los que entre 1940 y 1943 transcurrió su etapa militar. Al finalizar de la guerra, cambió de nombre y comenzó su militancia antifascista en el Partido Comunista. Puede resumirse este desengaño y conversión en un fragmento de esta obra, cuando el teniente analiza su propia evolución, “Dentro de mí se iba apagando ese instinto bestial que hierve en la sangre a los veinte años y a menudo produce gestos, deseos y decisiones irreflexivas”. Publicada en 1956, el germen literario del autor nacido en Salerno, que ya lo fue antes en su faceta de guionista y que le llevo en 1972 a ser nominado a los Premios Óscar - Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, de Elio Petri, optó al premio al mejor guión original, y El jardín de los Finzi-Contini, a la estatuilla al mejor guión adaptado, la magnífica obra de Giorgio Bassani, no sin cierta resistencia a la versión de Pirro-, se provee de la experiencia personal para enmarcar este manifiesto de exhortación. Altamarea Ediciones nos presenta una bella muestra de su producción editorial, con este título gustosamente editado. Su catálogo centrado en autores italianos es un verdadero acierto, teniendo en cuenta la rica veta que la literatura italiana, tan versátil como deliciosa, contiene como paradigma de buen contar.