Ni un leve trazo es el libro que estaba esperando, o, quizá, que llegó en el momento en que lo necesitaba. Editado por Cuadernos del Laberinto en este 2023, Ni un leve trazo pertenece a David Pulido Suárez (Gran Canaria, 1981), que es autor también de Dame un nombre (Idea, 2011) y Décimas de juguete (Canariasebook, Cam-PDS, 2017). Cuando he dicho que era el libro que estaba esperando, me refería a que, como lector habitual de poesía actual, esta tiende a rehuir del ritmo, de la rima y de todo vestigio del llamado plano fónico-fonológico, para centrarse en la imagen y en el plano semántico; esto último, con la entrada de esos poetas superventas de Instagram, ha quedado relegado a jueguecitos de palabras, generalmente cursis. Pero me estoy desviando de lo importante, de que Ni un leve trazo tiene lo bueno de la imagen y del ritmo; lo que da lugar, por ejemplo, a versos tan valiosos como estos, pertenecientes a un soneto:
O estos, también de un soneto, en la estructura del serventesio:
No todo son endecasílabos o sonetos en Ni un leve trazo. El buen poeta ha de dominar cualquier ritmo bajo cualquier forma, tal como hace David Pulido. Aporta algunas décimas, una de ellas, brillante de inspiración machadiana: «Nada queda. Todo pasa. / Este tren no se detiene: / ya se marcha apenas viene / y su horario no retrasa»; y textos en verso blanco y una prosa poética, «Pleamar», en el que también está muy logrado el uso del ritmo de la palabra.
De la forma al fondo, que bien podría resumirse en las tres heridas hernandianas: amor, vida y muerte desde el asunto más cotidiano, por ejemplo, que llamen a la puerta, hasta lo más profundo, como puede ser el sentido de la existencia, a veces con un humor desencantado y otras con la resignación de quien asume que el tiempo pasado le cambia a uno y nunca se recupera: