Las editoriales pueden llevar las mejores ansias creativas y gananciales a la gloria o al infierno, en la aventura comprometida de aceptar escribir bien y sin dictado ajeno al autor o autora. Eva Díaz es compromiso propio, constancia y sensibilidad, ha hecho camino con su andar literario como flotando entre la realidad y el deseo de la ficción. Envolvente callejear contemplador de azules vivos y suaves, coloridos del brazo de la realidad compuesta de un creador patrimonio de la sencillez del vivir diario y la divinidad de sus palpitaciones en la pintura.
Y copio como ejemplo la frase que el maestro cuando le dice al discípulo, como la autora de esta novela llena de magia le afirma: “Estoy seguro de que serás un digno servidor de la pintura. Y ahora..., id con Dios, maestro Murillo!” El Infierno ha sido apartado a un lado para otras ocasiones, puesto que en esta historia se trata de la envolvente historia de una pasión por la pintura.
Confieso que hace un tiempo fui un buen lector de novela histórica, pero la catarata de obras escritas con esa etiqueta, sin sustancias literarias de sólida construcción, me llevó al abandono salvo alguna que otra obra de tarde en tarde. Ahora la ocasión ha vuelto. Parada y fonda, reposo y deleite de la lectura de estos cuadros en familia, que me han atrapado desde un principio al percibir la fragancia narrativa ajena al escribir por escribir, sino compromiso propio de la escritora consigo misma y su pasión pasión mesurada de representar, no por oficio, aunque lo tiene, el saber ajustar con su mesura. “El mismo blanco que, unido al bermellón, nutre la piel rosada de miel de los ángeles. Esa pincelada de color que había creado la leyenda de que el maestro Murillo pintaba con sangre y leche, de forma tal”.
¡Y Sevilla!... Poseedora de belleza junto a sus miserias, ciudad de contrastes creadores que se elevan hacia arriba ofreciendo el fervor de las pasiones divinas mescladas con el quehacer diario de lo humano y lo bellaco, todo un tejido de supervivencia, procesión de muchos quehaceres, pulso cara a cara desde el boato de las alturas, hasta la descarnada miseria y alienación de los de abajo poseídos tanto del miedo de la superstición como la creencia desnuda hacia lo divino, el más allá que los espera.
Eva Díaz Pérez discurre por pasados siglos hacia atrás en la vida y milagros de la ciudad en proceso decadente, maltratada por la peste que se llevan a la fosas común los hijos de Murillo. Su arquitectura mantiene su la vejez en las esquinas existenciales, deteniendo a veces el tiempo de su grandeza para contemplar El color de sus azules. Y Juan de Santiago, su aplicado discípulo “con su mundo callejero y de picardías, le permitía asomarse de vez en cuando a ese territorio que una vez formó parte de su vida. Y si bien Rodrigo admiraba cómo su maestro pintaba cuadros de niños pobres, mendigos y viejas alcahuetas, sentía que lo hacía desde su visión de hombre bueno, sacando sólo lo amable de ese mundo”. En esta urbe de santificaciones y privilegios, el creador terrenal, alma limpia y bondad, en el silencio de aquellos espacios donde flotan sus cuadros se comunica con ellos el transcurrir de su vida en familia. Su esposa, también los visita y les reza.
Sus hijos le sirvieron de modelos “Y recuerda ahora sus hijos inmortalizados en sus cuadros. Pero ¿quién sabrá ahora que esa carne de ángel era de los hijos difuntos del maestro Murillo? Suave caricia en el tiempo, contemplación “para ocupar el los espacios iluminados de los ángeles de la posteridad. Placeres, en esta su sexta novela de su meditada y elaboración paciente donde la exquisita brisa de su prosa nos aporta, entre la realidad y la ficción que logra sumir al lector sensible al pintor dentro de un protagonismo con vida propia y sencilla, consiguiendo convertir las muchas esencias que testifiquen la vida del maestro, aceptar la realidad de la ficción gracias al poder narrativo de la autora. Somos quien somos y la vida es veloz, nos recuerda Pessoa. Fascinante aventura literaria el siglo XVII en honor a quien con luces de colores y humanismo se lo tiene merecido.