Leer una vez más, y van algunas, el cuento de Julio Cortázar La autopista del Sur, este que comento en una edición de Nórdicalibros, significa gozar de participar en la aventura surrealista de una realidad de contenido tanto en la forma de su planteamiento, sobre cuyo tema nos podrá resultar de los más cotidiano y actual como suelen ser las interminables caravanas de la alienación motorizada y las relaciones humanas de una sociedad de consumo teledirigido. Y que con el virtuosismo mágico literario del mejor Cortazar, nos convierte en observadores cronopios, todo un banquete sociológico participando en une atasco provocado por el embotellamiento autológico de lo más usual, que refleja la pobreza social de nuestra sociedad de consumo. El embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y París, un domingo por la tarde, cuando el regreso a la gran metrópoli.
Casi tantos personajes apresados y metidos en faena como en Guerra y paz de Tolstoi, miles de coches de una amplia variedad de marcas silenciosos complacientes y resignados propietarios que los ocupan, chapa y plástico, y motores apagados que resisten el desasosiego de una serpiente mecánica ocupada por seres humanos que ante lo que puede estar a punto de pasar del alboroto a lo explosivo, opta por el diálogo vecinal y la capacidad de algunos de los protagonistas. Metáfora realista donde van surgiendo los problemas y conflictos entre los humanos en sus propios hábitos consumistas bien disfrazados por el poder del Gran Timonel, mago absoluto para vender como calidad de vida en más alienador despropósito construido y costeado por los propios consumidores protagonistas de este cuento de carretera sacado del libro “Todos los fuegos el fuego” dirigido por un narrador magnífico cuya contar narrativo alucina.
Mas las largas horas de espera compartiendo noticias que pretenden ser creídas a modo de consolación y que pronto quedaría todo solucionado. Pero todo lo que se ha abanado en una tarde han sido cuarenta metros, corta distancia ganada al fin de la tragedia que tanto tensiones y desequilibrios nerviosos paralelos a risas amarga y bonachona convirtiendo en gran cotarro en una obra surrealista. En la tarde colapsado el tráfico que impide avanzar porque en algún punto de la carretera ha tenido que producirse un accidente de altura por lo que en el transcurso de las horas los viajeros van conociéndose con lo que alejan la explosión de una espera que parece interminable.
Y se acerca el anochecer, el sofocante calor parece que disminuye la columna ya no avanzaran ni siquiera otros cuarenta metros que despierte un mínimo de esperanza que el deseo imaginativo elevará como esperanza caída del cielo, pero el cielo en este caso no quiere saber nada de la tierra. Los alimentos empiezan a escasear, nadie había previsto en este inocente viaje fin de semana carnaval idílico consumista pudiera suceder. Personas mayores se ponen enfermas, unas monjas hacen lo que pueden atendiendo con su bondad y caridad sin tener que rezar, Se respira una cierta solidaridad y cada persona o familia aporta lo que puede, solo los niños juegan y piden agua, la noche llega, la mayoría duerme en sus coches, otros se tumban el la hierba, Hay amores pero no matan, brotan los adioses, las direcciones intercambiadas y la prisa por llegar al dulce hogar, ducharse y comer. Han sido unos días largos que comentarán el trabajo, tomando una caña en el bar del barrio. Es nuestra sociedad y la sangre no llega al río. El consumismo y eso que tan políticamente se ha llamado “bienestar social” hace de mago Merlín. No sería un error vender este embrujador cuento de La autopista del sur, en las gasolineras, por su surge de verdad entretenerse un rato con su rica lectura.