Pertenezco a esa clase de persona que le teme más a un psiquiatra que sacarse la muela del Juicio sin anestesia mientras le guiño un ojo a la ayudante del dentista. A todo esto nadie me ha escuchado hablar mal de ellos, de los psiquiatras. Además en mi memoria y recuerdos se encuentran dos importantes psiquiatras andaluces con lo que logré un rico aprendizaje: Castilla del Pino y José Aumente. Y viene a esto porque en mi placer de escribir crónicas de Novela negra he vuelto a leer Objetivo Wall Street de William P. McGivern. Si el posible lector de esta crónica decide abordar su lectura (la edición de 1983 en Club del Misterio de Bruguera es fácil de encontrar por tres euros), seguro que lo pasará muy bien, ahora que el señor Pujol tras confesar de todo corazón que en 34 años gobernando Cataluña no tuvo tiempo de aclarar sus cuentas privadas. Y yo me pregunto en monólogo discreto ¿cuánto pueden abultar 1.800 millones en billetes de veinte para disimular y si se pueden ocultar en el altillo de un ropero empotrado o son necesarias tres palaza de garaje, por ejemplo.
Y es que existen tipos que emocionan sin faltar ganas de darle una patada en el trasero. Bien, pues, con este par de psiquiatras además amigos íntimos, como son Otis Pemberton y Alex Hastings profesionales intuitivos y de originales conductas, en extremo y por carambola de la vida se ven metidos en una insólita y original aventura que no es moco de parvo que se diga: Atracar uno de los bancos más importantes de Nueva York con el objeto de conocerse a ellos mismo y lograr descubrir sus verdaderas personalidades. Y sin apartarme de esta historia de novela negra, el honorable Pujol lo que de verdad necesita es una pareja de psiquiatras como esta de Objetivo: Wall Street, que con estilo ritmo narrativo seductor nos cuenta William Peter McGivern (Diciembre 6, 1918 - Noviembre 18, 1982), autor de una veintena de novelas de crimines y misterios de las que algunas se convirtieron en excelentes películas del Séptimo Arte de los años gloriosos, década de los cincuenta. Su capacidad creadora también le llevó a escribir otro tipo de literatura, que logra convertir en Best-seller cuyas acciones se desarrollan en el sur de España.
La historia de la que hoy me ocupa narra la vida con pocos milagros de una excelente pareja de atracadores, con capacidad organizativa y especializada, con atrevimiento para realizar robos que se pueden considerar como modelos de astucia y eficacia, pero que una vez terminado el fino trabajo, por diferentes razones que se desconocen, siempre suelen terminar con una metedura de pata. ¿Resultado?, que la policía los trinca y al no ser honorables personajes que en plan mafioso piden una mordida de un tres por ciento para implantar el nacionalismo en los estados donde actuaban, terminan el trullo, cosa que difícilmente le puede pasar a un Honorable aunque lleve treinta años ejerciendo de salva patria y de capo mafioso que deja a los colegas sicilianos a la altura de una alpargata de posguerra.
De manera que al considerarse una banda inteligente y moderna decide contratar a un psiquiatra que logre evitar esa inclinación celebrar el atraco con juergas de sus limpios trabajos. El discípulo de Freud que consiguen contratar por medio de un chantaje no es otro que Otis Pemberto que tiene una deuda de 20.000 dólares de aquellos tiempos, por jugar a las carreras de caballo con medios poco claros. De manera que no tiene otro opción que aceptar, pero imponiendo condiciones profesionales aquí se descorre de verdad el telón paras disfrutar de la aventura más rocambolescas de la historia de la delincuencia de Novela negra. El ingenio y lo sutil se cogen del brazo del psiquiatra que por varias razones admite en el juego al amigo y colega Alex Hastings para preparar y efectuar un famoso atraco en plena Wall Street sin la menor violencia, eso si, con el apoyo, entre otros elementos, de un tanque dispuesto a derribar cualquier muro u otro obstáculo que se presente, para eso convencen nada más y nada menos que a un general, por cierto, paciente de Otis Pemberton. Pues tiene el buen hombre el fastidioso problema de no poder subirse, cerrar, la cremallera del pantalón. Posible lector, si no conoce esta novela, póngala entre sus manos y comience su lectura, es una obra maestra contada con fino humor agudo y un estilo que va mostrando curiosos aspectos de la sociedad y Norteamérica de su tiempo en la que, no lo digo con regocijo, el oficio de psiquiatra en cierta medida no sale muy bien parado.
Añadir nuevo comentario