Coincidencia lógica que con la caída del Muro de Berlín tomara vida propia en la ya agonizante y degenerada Unión Soviética, esta obra magistral de Yuri Dombrovski, La facultad de las cosas innecesarias, dotada de sólida fuente de fluida documentación mezclada con personajes entre ficción y realidad, que por sus casi setecientas páginas (edición en español por la editorial Sexto piso), en la que se narra por parte del autor esta historia que significó un laborioso trabajo de investigación sobre 1500 títulos, soporte y base de lucidez y humanidad ,frente al desvarío de las cosas inútiles e incesarías propias de las dictaduras, Así como una crítica realista y conmovedora de esa dolorosa maldad de las cosas incesarías, que tanta desgracia y desatino originaron durante la larga etapa de Stalin como máximo y único Padrecito y Gran Timonel de la Unión Soviética. Endiablada versión cruel y adúltera al convertir el Marxismo en el más demencial despotismo que con los años llevaría al derrumbamiento de la Revolución de Octubre, maligno fruto de una abrumadora y total corrupción sin la ausencia de un mínimo de libertad para el sacrificado pueblo ruso.
La suma de años ya vividos por uno al adentrarme en la lectura de esta embriagadora obra, produce una sonrisa de tristeza al encontrar en ella narrada con cuidado y crítico estilo, la tétrica tragedia de extermino por el ínclito Padrecito Stalin y sus fervorosos acólitos, de los que también muchos de ellos fueron siendo aniquilados por la propia fiebre de la depuración de todos los “enemigos” del pueblo y muy especialmente los “trotskistas” con un celo y desequilibrio solo comparado a aquella otra locura de Adolf Hitler con los judíos y los que no eran judíos, Y recordemos que éstos fueron perseguidos y aniquilados por la dictadura bolchevique. Y la memoria de uno vuelve la vista atrás, a la década de los cincuenta, sesenta y setenta, no en España donde tenía su reino y firmaba penas de muerte Francisco Franco con el beneplácito y santidad de la Iglesia vaticana, gozo y esplendor de divina comedia adulterada, sino en la Europa democrática, fe de carboneros, piaras de intelectuales en la Francia libre orgullosa de su resistencia contra el nazismo hitleriano. Una intelectualidad que ciegamente se arrodilló y rendir el culto más macabro y ridículo a favor de la defensa y admiración intelectual hacia una Rusia y países satélites bajo el peso, la tortura y aniquilamiento de millones de ciudadanos y ciudadanas que participaron en la Revolución y su ideal por labrar una nueva y distinta sociedad, sin la explotación del hombre por el hombre. Hasta que “los nuevos aires que irrumpieron a lo largo y ancho de Europa en las postrimerías de la década de 1980. El hormigón gris del muro de la Vergüenza, que dividió Berlín durante casi tres décadas, cayó el mismo año en que se publicó en la Unión Soviética, en forma de libro, la obra maestra del moscovita Yuri Dombrovski”. Tan cerca y tan lejos queda tanta sangría y desaliento en la sociedad actual para aquellos un día fueron testigos peligrosos, restos de unas generaciones desencantadas con el tiempo, padecimientos sufridos a veces de altísimo coste de millones de vidas humanas que lo dieron todo por la transformación de la sociedad capitalista.
Como señala la autora en su versión al español Marta Rebón, una joya literaria de un escritor masacrado y vilmente tratado por el estalinismo, iniciada en 1964 y terminada en 1978, que fue la culminación de su carrera literaria que nos habla “de los valores de la civilización cristiano-humanista en un mundo anticristiano y antihumanista” Una condena de los totalitarismo valiente por la dignidad humana. Algunos de ellos conocieron las hieles y los sinsabores de ambos mecanismos represores, pues también habían pasado por la experiencia del Gulag y el destierro. Fue el caso de Yuri Dombrovski (1909-1978), poeta, crítico literario, prosista de enorme coraje e inmensa dignidad, autor de la que es considerada la mayor novela soviética después de El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, un lúcido análisis del totalitarismo sobre la base de su experiencia personal, un tercio de cuya vida transcurrió en medio de detenciones, campos siberianos —incluido Kolimá— y confinado en Kazajistán, en esa misma república socialista donde antaño Fiódor Dostoievski tuvo que servir como soldado tras su liberación de la katorgazarista, donde Serguéi Eisenstein rodó Iván el Terrible y donde Aleksandr Solzhenitsyn, tras estar recluso en un campo kazajo para detenidos políticos, estableció la trama de Un día en la vida de Iván Denísovich.
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