Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El otro silencio de los corderos

Nuevamente estamos asistiendo a una oleada de violencia callejera en algunas capitales de provincia de España, y sobre todas ellas destaca la de Cataluña. A estas alturas de la película hay que ser muy ingenuo para creer que esa violencia se debe exclusivamente al apoyo que le muestran a un descerebrado rapero por haber sido condenado a la cárcel.

No voy a entrar en valorar la cuestión judicial de tal sujeto, sólo recordar que se trata de un reincidente, que ya antes había sido condenado y se había librado de prisión, y que por eso ha ingresado ahora, sin tener en cuenta que le siguen cayendo penas por otros hechos… y suma y sigue. Tampoco voy a entrar en si lo que ocurre es que la ley está bien proporcionada o no. Ni siquiera si dichas leyes penales deberían de revisarse.

Tampoco voy a entrar en el contenido de las letras del rapero, me parecen deleznables y ya está, pero no por meterse con el rey o con la democracia, allá cada cual con sus creencias siempre que se muestren de una manera correcta. No se pueden mezclar los temas, no vale decir que resulta que el rey emérito se ha ganado los insultos por sus actos (que espero que la Ley los juzgue si son delitos). Ni tampoco que a Cifuentes se ha ido de rositas, ese es otro asunto independiente del del rapero, ya habrá tiempo de ver si la Fiscalía ha cometido errores de bulto en ese caso que ha permitido que no sea condenada, y si así ha sido que echen a la calle a los culpables, como mínimo.

En lo que sí entro es en valorar los hechos posteriores, que no son por el rapero, insisto, esa es simplemente la excusa para que los violentos radicales, sin criterio alguno, la armen contra el mobiliario urbano, contra entidades privadas (sucursales bancarias, tiendas varias, viviendas o sedes…) y lo peor, contra la policía que cumple su obligación de guardar el orden. Son los grupos de siempre, gentuza que se apunta a las algaradas cuando hay una masa en la que cobijarse, son delincuentes, proyectos de terroristas callejeros que se mueven desde los hilos radicales anticapitalistas en muchos casos, sí, aquellos de la Terra Lliure.

Esos siempre están ahí, lo mismo saltan porque no les gustan las medidas anticovid que tratan de salvar vidas, como porque quieren independencia política. Da lo mismo, la cuestión es liarla, sentirse alguien que a lo mejor hasta sale en la tele quemando una moto, un semáforo o un contenedor, ¡ya ves tú qué mérito! Son el ejemplo claro de que evolución de la especie no ha sido tal. Indignifican la especie humana, incluso a la animal, su cerebro no cuajó en su momento y viven en una incipiente osadía perpetua sostenida por la sopa boba. Son la violencia por la violencia, no saben otro proceder.

Y sí entro en lo que los políticos opinan del tema, aborrezco a Echenique, nunca me ha parecido digno y una vez más lo ha demostrado. Parapetado en su silla de ruedas se cree con derecho a alentar la violencia y apoyar lo inapoyable. Pero lo mismo me pasa con Pablo Iglesias, el coletas que se coló en la Moncloa con el beneplácito de Sánchez. Otro que no hay por donde cogerlo por éste y otros mil motivos. Pero no piensen que yo es que estoy en contra de todos los podemitas, hoy he leído que Errejón, tan podemita como los otros dos, se ha desmarcado de sus excompañeros y ha hablado de este asunto con una coherencia que ojalá fuera su tónica general.

Porque cuando veo las imágenes de estos energúmenos por televisión siento una rabia que me cuesta dominar, me ponen de mal humor y pienso que vivimos en unos tiempos tan convulsos como incomprensibles. Con la que llevamos con la dichosa pandemia, donde ya no sentimos absolutamente nada cuando vemos la cifra de muertos por Covid, nos da igual todo y lo importante es salir a los bares sí o sí, y encima se nos suma la violencia inusitada alentada por políticos.

No voy a repetirme valorando a la casta política que nos ha tocado aguantar, me remito a anteriores artículos, pero lo que sí voy a hacer es apostillar que a pesar de todo debemos seguir creyendo en el ser humano, porque hay gente que merece mucho la pena, gente muy coherente que cura, enseña, construye, vende, siembra, conduce… que trabaja día a día con voluntad de servicio y que se siente tan decepcionada como yo por todo lo que vivimos. Y que esos somos mayoría, pero no una simple mayoría, somos una amplia mayoría, quizás demasiado silenciosa. A lo mejor ese silencio es el de los corderos.