Hace unos días, en una conversación intrascendente que tuve con un amigo, recordábamos que desde la casa de mi niñez se podía ver el cine de verano del Jardín Cinema, y de forma gratuita. Efectivamente, al final de un pasillo había un ventanuco de luz que estaba en alto, al que accedía, o bien con una escalera o encima de una mesa, y gracias a eso tuve la gran suerte de poder ver en mi niñez y pubertad todas las películas que en los veranos se emitían, y quizás fue ahí donde se despertó tempranamente en mí el gusto por el séptimo arte.
Como se puede entender fueron muchísimas las cintas que, en la grandísima pantalla de aquel cine, me distrajeron, me aburrieron, me hicieron pensar o soñar, me enseñaron o me marcaron de una u otra manera. Entonces se daban dos funciones nocturnas, claro está, y los títulos cambiaban día a día, algunas duraban dos días y las menos llegaban a estar en cartelera tres días, siempre dependía del número de espectadores. Con esto nos podemos hacer una idea del número de pelis que estaban a mi alcance. Era obligada la visita casi diaria a las carteleras del cine que en la calle Priego tenía su entrada. Puedo recordar que en la parte delantera, donde se sacaban los tickets para pasar, había una bodega que formaba parte del edificio tras el cual se hallaba la explanada enorme donde estaban las sillas de gallinero y más cerca las de principal, situadas frente a un muro impresionante que encalado hacía de pantalla. Por supuesto que había un pequeño bar donde la chavalería consumíamos las Mirindas y las banderillas picantes, como manjares preciados, y si no pues las socorridas pipas, los quicos o los chicles y palotes. Por entonces no había palomitas de maíz ni tanta variedad de golosinas. Como yo las veía desde casa, no fueron muchas las veces que pagué por entrar.
La cuestión es que de esa conversación se me vino a la cabeza una película, concretamente, una escena en la que el forzudo Maciste sostenía sobre sus musculosos brazos unas placas de hierro que iban aumentado una a una los kilos, y unos grandes pinchos corrían el riesgo de clavarse en el vientre de sus amigos si él no podía con el peso. Llegó un momento en que uno de los pinchos llegó a la piel de su amigo, que era de raza negra, e hizo que un chorrillo de sangre surgiera de su piel. Al verlo, Maciste aumentó su fuerza y los libró. Eso es lo que yo recordaba con nitidez, esa sangre roja sobre la piel negra… era un recuerdo que ha aparecido en mi memoria muy esporádicamente durante mi vida sin saber por qué. Pero el título lo desconocía ya que había muchas pelis con el forzudo como protagonista.
Es cierto que vi muchas películas de Maciste y que los forzudos me apasionaban de niño, seguro que no era el único, de ahí que esas películas italianas fueran de mis favoritas. Hablo de principios de los años setenta, que ya ha llovido.
Bueno, pues esa misma noche no dejaba de rondar en mi cabeza la conversación del cine y se pegó a mi mente como una lapa aquella escena de mi héroe Maciste. Así que, ya tarde, me puse a buscar en una plataforma televisiva las posibles películas que estuvieran alojadas allí del forzudo. Me llevé la alegría del día porque, aunque solo había una, resulta que la carátula era de la escena que antes he relatado, y el título era: Maciste, el invencible. Por supuesto que me quedé a verla porque quería revivir aquel recuerdo imborrable, y lo hice a pesar de que eso supusiera acostarme a las dos y media de la madrugada.
¿Mereció la pena? Sí y no. Por un lado, fue emocionante aquella hora y media por los recuerdos, pero ¡dios santo, qué película más infumable! Durante la proyección no hacía nada más que pensar cómo cambia la visión de las cosas según las edades. En mis ojos de niño era lo más, ahora, ya con las gafas del tiempo vivido, es un bodrio soporífero, mala de solemnidad. Pero digo una cosa, a cualquier niño de ahora, a pesar del paso del tiempo, de ser generaciones distintas y del cambio tecnológico en las imágenes, también le gustaría. Ahora los héroes son los de Marvel con películas llenas de fantásticos efectos especiales, el mío era un culturista musculoso, el forzudo Maciste.
Y otra cosa que recordé fue que, unos años después, quizás poco antes de que el cine Jardín Cinema cerrara para siempre, fui un privilegiado por haber visto la cinta francesa Emmanuelle, película para mayores de dieciocho años que estuvo prohibida en España durante la dictadura por su contenido erótico, y que la gente pasaba la frontera hacia Francia para verla. Y vi unas cuantas de sus secuelas, como Emmanuelle negra. Y digo lo mismo, lo que antaño era la repera, sexualmente hablando, si la volviera a ver hoy me parecería caca de la vaca. Eso sí, los calentones que pillé mirando por el ventanuco no me los quita ya nadie.
Ah, y de niño también vi muchas de las películas de Bud Spencer y Terence Hill, los spaghetti western de Trinidad, guantazos a gogó que me divertían de lo lindo. Vi también alguna de Disney, cómo no, y recuerdo las de temática religiosa, una que me desconcertó: Hermano sol, hermana luna que trataba de la vida de un santo, creo que San Francisco de Asís, u otra que se llama El Cristo del océano, que me hizo llorar las dos veces que la vi, había ocasiones que me gustaba tanto que hasta repetía, como era gratis… Luego más tarde llegaron las de la época del destape, las de Pajares y Esteso, las españoladas de Alfredo Landa y Paco Martínez Soria, las comedias con López Vázquez y Gracita Morales, las musicales con Manolo Escobar, Marisol o Rocío Dúrcal.
Cada cual tuvo su niñez cinematográfica, la mía fue intensa y variada durante los veranos, no sé cómo será la de los chicos de ahora, pero a pesar de haber tantísimos cambios de todo tipo, no se la cambiaría a ninguno. Hoy día me alegro de haber tenido la suerte de que aquella pequeña ventana de luz, que estaba tan alta a ojos de un crío, me iluminara y me diera altura de miras.
Pd- sigo recordando dos de las guerras actuales, la de Ucrania que ya supera los tres años y a la que Trump no sabemos cómo meterá mano, porque ha abandonado al pueblo ucraniano en favor de Putin, y la de Gaza ahora menos activa, pero latente, también con el loco presidente norteamericano metido en el ajo a favor de Israel.