Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Desde Antonio Burgos hasta nuestra Semana Santa

Aunque en nuestra tierra se vive la Semana Santa, si no la totalidad, casi los 365 días del año, sé que no digo nada nuevo al afirmar que desde enero la tengo muy presente. Y ahora, a unos días del comienzo, mucho más. No se trata de que algún familiar o amigo sea santero o de que yo esté involucrado en alguna cofradía, sino que todo se debe a un aspecto más literario. Uno de los regalos de Reyes fue un libro que ya tenía en mi biblioteca y que, por la bondad de la librería, me cambió por otro que tuviera en sus estanterías. En cuanto vi el nombre de Antonio Burgos, no lo dudé y, así, adquirí Memorias de la vieja dama, cuyo subtítulo es «Mis mejores artículos sobre Sevilla». A Antonio Burgos lo leía en El Mundo y, ocasionalmente, en ABC, hasta que en su web pude seguirle más fielmente. En el libro se recogen varios artículos en los que Sevilla es la protagonista y, en la sección «El camino más corto», en los que la Semana Santa representa un papel más allá de lo importante, digamos que en comunión simbólica del ánimo de Sevilla con su Semana Santa de Pasión. Así, aunque son inolvidables los dedicados al Gran Poder y a la Macarena, me han llenado de emoción los que tratan sobre quienes hacen posible la Semana Mayor, desde Javier, aquel nazareno del último tramo del Crucificado del Lunes Santo, hasta quienes están en el hospital en esas fechas y reciben la visita de sus familiares vestidos con la túnica.

Aunque evidentemente Antonio Burgos no hace mención a Lucena en ningún artículo, el interés por esta ha crecido en mí como la ilusión del día de Reyes en un niño, de tal manera que en aquellos artículos en los que la propia Sevilla semanasantera y algunos de sus lugares, o alguna devoción en concreto (aparte de las mencionadas del Gran Poder y de la Macarena), adquieren un relieve mayor, me permito la licencia de trasladar sus palabras a Lucena.

«Piedras y bronces viendo cofradías» ofrece un original modo de ofrecer la Semana Santa tal y como la contemplan las piedras y bronces de la capital. Si lo imaginamos en Lucena, San Mateo, San Pedro y San Pablo son los primeros en contemplar el inicio del Domingo de Ramos y, además, tienen un lugar idóneo para ello en la portada de nuestra Parroquia de la Plaza Nueva, pues admiran el paso de todas las cofradías, salvo la del Carmen. Digamos que las llaves de San Pedro tiene un segundo significado, no solamente abre con ellas la puertas del cielo, sino también las del cielo de nuestra Semana Mayor; que San Pablo está a su lado, para custodiar que nadie se las quite; y que San Mateo debe tener el sitio principal, para repasar una y otra vez las Escrituras y que no haya nada discordante con el Evangelio lucentino.

Con trote santero, Jesús llega al Llanete de San Francisco, donde San Jorge le ofrece agua para las bestias, que aún queda mucho por recorrer, a sabiendas de que después no se podrá detener, pues Le siguen sin descanso Jesús de la Agonía y de la Bondad, y su Madre de la Estrella y del Divino Consuelo, a quien susurra San Juan que el Encuentro Inmaculado con Nuestra Madre sucede en la Plaza de San Agustín. Y de vuelta a la Plaza Nueva la imagen de la Fe, en el balcón del Sagrario, juega a hacernos creer que permanece impertérrita, pero, siempre, en la oscuridad que proporciona la salida del Silencio, seguro que no resiste la tentación de mirar por encima de la venda.

En estos términos me entretenía tras la lectura de los artículos de don Antonio.

Pongo otro ejemplo: en el artículo «El Dios gitano de la lluvia», Antonio Burgos habla de que en las Semanas Santas de agua la Hermandad de los Gitanos tiene claro que sale. Es muy ilustrativo el ejemplo de aquel hermano de Los Gitanos que, al llamar al Servicio Meteorológico, tras este avisarle de que iba a caer una buena, le respondió: «Pues nosotros vamos a salir, porque si el Señor de la Salud se moja es porque Él quiere mojarse…». Y, pensándolo bien, para los hermanos y devotos del Cristo de los Gitanos, ¿habría de veras una madrugá o una Semana Santa sin su Cristo? ¿A que no? Igual me imagino, cuando el agua pone en entredicho el Jueves o el Viernes Santo, ¿habría una Semana Santa sin el Cristo de la Columna o sin Jesús? ¿Quizá si llueve es porque Él quiere mojarse?

Por último, en «Estreno de Domingo», nos damos cuenta de cómo uno, de chico, se viste de hermano, con los cuidados de limpieza y planchado de la túnica, que hacen las madres, quienes nos asisten con los pestiños y roscos que conllevan estas fechas para aguantar todo el recorrido; y que en la adultez, siguen insistiéndonos con los pestiños y los roscos para sobrellevar más dulcemente ver las procesiones y lo que ofrecen estos días.

Animo a que lean los artículos semanasanteros de Antonio Burgos y que no duden en lanzar la imaginación al vuelo y situar sus palabras en nuestra Lucena, para la que pronto llegará el Domingo de Ramos, en el que, tomando las palabras de este sevillano, basándose en las de otro, el gran poeta Rafael Montesinos, «todos somos niños de Domingo de Ramos que estrenamos cada día las manos de un amor, de un sueño del país de la esperanza».

 

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