Pedro Sánchez, nuestro Presidente del Gobierno, es un superviviente.
Se hizo con las riendas del PSOE primero y de la primera instancia del país, después, en unas circunstancias inauditas e inalcanzables para otro mortal cualquiera. Lejos de parar, y tras construir una coalición de gobierno social-comunista, se fue apoyando en quién necesitó en cada momento y lugar, fueran estos independentistas o herederos de la extinta ETA.
Y en esto, llegó la pandemia. Obviando los primeros momentos de la misma, y sin entrar en valoración sobre la rapidez de las medidas y la oportunidad de ciertos eventos, para todos los gobernantes mundiales en curso, esta ha sido el reto más duro al que se podrían enfrentarse, solo superado por una guerra activa, y eso suponiendo que la actual, y los efectos de todo lo que nos venga a continuación, no lo sean en si mismos.
Inició nuestro Presidente sus alocuciones televisivas con un tono severo, apelando al coraje y la solidaridad colectivas, al patriotismo y al trabajo en común, para buscar la salida de la situación entre todos, pero pronto volvió al monte. Mensajes contradictorios, a veces completamente opuestos en horas 24, descalificaciones a propios y extraños, búsqueda de apoyos (y encuentro de los mismos) en socios inhabituales con la sorpresa primero y el consiguiente enfado de los habituales, que poco comprendían de lo ocurrido. En fin, una hoja de ruta, si es que esta existe, de una tortuosidad y comprensión de muy difícil digestión.
¿Esta manera de comportamiento es una forma en sí misma, o el camino para llegar a algún fin predeterminado? Con Sánchez, nunca se sabe. Solo su alter ego, Iván Redondo y el altavoz de todos los datos, Tezanos, pueden alcanzar algo de comprensión del asunto, pero solo ellos. Dudo que el propio Pablo Iglesias, empeñado en salir en la foto como sea, disponga de todas las claves del fenómeno, y esté, eso sí en primera fila, de unos hechos de los que lo que no podemos dudar nadie, son de una gravedad extrema.
La práctica del gobierno, es decir gobernar, es mucho más importante y seguramente difícil que ser Presidente del Ejecutivo. El momento insisto es de una gravedad preocupante y de la que aún no conocemos el verdadero calado y repercusiones finales. Es por ello, que pareciera sensato apelar al verdadero entendimiento y consenso entre todos aquellos que de verdad busquen en los momentos actuales, lo más adecuado para toda nuestra sociedad, ahora y en el futuro inmediato. La oposición, mejorable en alguno de los aspectos de toma de decisiones y explicación de los mismos, está ahí, y convendría contar con ella, y que asumiera su cuota de responsabilidad en lo que ocurra en el futuro. Solo así, apartando contiendas cortoplacistas y mirando lejos, saldremos de este agujero, parecido, sino igual que el del 2008.
Uno pasa de los 60 y repasando lo que he vivido y los libros de la reciente historia de España, no encuentro mejor momento que la Transición de 1977-78 donde fijar nuestra atención. La densidad y generosidad de aquellos políticos, la estamos echando de menos. Hoy día una información en redes sociales o una “buena“ encuesta, tienen más valor que un consenso trabajado en una mesa con la única intención entre los contertulios, de conseguir sino el mejor, el mejor posible de los acuerdos.
Si no recuperamos esa manera de actuar, entendiendo que estamos en otro momento histórico deferente, con otras claves si queremos, pero con la misma necesidad de resolver la situación, mal nos irá.
A unos peor que a otros. Y, por cierto, Pablo Casado hará bien en tentarse la ropa, no vaya a ser que dentro de unos días todo lo ocurrido sea responsabilidad suya, habiendo pisado la Moncloa pocas veces y solo de visita. Si no, al tiempo.