Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

"Arquitectura yo" de Josep M. Rodríguez

La responsabilidad de construir

Arquitectura yo es un cálculo de estructuras en llamas. Un proyecto fin de alma que nos anuncia un desmoronamiento hacia nosotros mismos. Versos profundos como un pozo de petróleo, charcos negros ardiendo a un lado y otro de la memoria que nos conducen instante tras instante tras instante al horizonte del aquí y ahora. Éste es el último libro de Josep M. Rodríguez, genial poeta de Súria, que le ha valió en 2012 para ganar el prestigioso Premio de Poesía Generación del 27 editado por la Colección Visor de Poesía.

La primera parte del poemario actúa como cimiento de lo que vendrá, sostén oculto que nos suena a viento de septiembre, a postales de otoño que lo universalizan todo y a todos. Barcos, ventanas u horizontes; porque como nuestro poeta dice: alguien vivió un instante igual a este… y por ello nos sentimos menos solos ante lo que nos rodea, ante esta inmensa poesía. Estos versos iniciales están introducidos por una cita de Alejandra Pizarnik: está oscuro y quiero entrar, perfectamente traída, porque da igual a dónde, si el camino te lleva a ti mismo. Islas de plástico, lunas nuevas, corazones o infancias, cualquier lugar es bueno para la nostalgia y la sed de ser quien somos. Entrar para entender, para entendernos. Y aunque la memoria tan sólo es otra jaula, leyendo estas líneas entendemos que debemos entrar, a sabiendas que dentro, tal vez nos desprendamos de todo lo que somos. ¿Acaso la belleza sea como una pluma,/ quiero decir,/ que pertenezca a algo hasta que se desprende? En esta parte llegamos a uno de los poemas centrales del libro: “Formas”, en el que se vislumbra lo puro de esta obra, la arquitectura que nos define en constante lucha con lo que nos circunda. Josep M. logra abolir en un acto de amor, la distancia entre el hombre y los objetos, entre el hombre y la naturaleza o entre el hombre y el hombre mismo. Hay algo que no vemos/ y que no sé decir,/ aunque pueda sentirlo, lo que siento es una estructura en esta poesía que contribuye a eliminar de nuestra mente las diferencias entre realidad e irrealidad. Monet o la luz  son fantasmas-poema, usando un concepto usado por Todorov para la crítica literaria; él los llamaba hombres-relato. En nuestro caso, esos fantasmas-poema nos van recordando a otros y sirven de semilla para ir construyendo el intertexto mítico y poético del libro. Se va creando una atmósfera inquietante con olor a petróleo que nos adormece. Hasta que de pronto despertamos por el crepitar de algún verso genial y nos damos cuenta de que la hierba/ sigue/ viva/ debajo de la nieve.

La segunda parte de la construcción es la más nipona, el autor reinventa el mundo con imágenes antiguas, con palabras tatuadas en nuestros ojos y con una gran explosión del ser por debajo del lenguaje, así, nos alumbra: cruzo una habitación y soy otra persona, una frágil serenidad que nos persigue copo a copo en nuestra lectura. Además, vislumbramos una doble línea oculta a lo largo de toda esta parte, una línea simbólica, a la manera de Cortázar, que a modo de contrafuerte sostiene el desdoblamiento del poeta, estando su empuje máximo en el poema Excusa. En este sentido se explica aquí la cita de Paul Celán que abre estos versos: Yo soy tú cuando soy yo. Aquí el poeta se refugia en la sensación de cambio. Es una demostración en miniatura de la poesía dentro de la propia poesía; esta técnica se denomina representación en abismo (explotada por Borges) y trazada de forma excelente por nuestro autor. La tercera estructura del libro es de madera, y al leerla cruje la infancia volviendo sobre sus pasos. El poeta desnudo hasta de forma que intenta cobijarse sin éxito del temporal del porvenir. Pasado o lluvia que se hacen astillas contra los postes de luz de su poesía. Y como Josep M. Rodríguez sabe que todo es víspera, se acerca al final del libro intuyendo que tal vez vaya al principio. A cada instante existo un poco menos (…)Y el momento se acerca/ no quiero arrepentirme nunca más.

Lawrence Ferlinghetti dijo que “la poesía es la cuarta persona del singular”, en este caso la cuarta parte de Arquitectura Yo es plural, te obliga a involucrarte en su propósito, en su realidad, en sus silencios. En este momento, cuando aún no se nos ha pasado el temblor que nos ha producido el poema ESPESURA y cito: Me escondí en la espesura del dolor:/ no quise ver a nadie./ Si la muerte es un árbol que sólo tiene sombra,/ ¿por qué nunca cobija? En ese justo instante, el lector ya forma parte de esta obra, ya no puedes despegarte de ella porque su ritmo profundo vive ya debajo de tu piel. Empiezas a leer estos últimos poemas del libro, tal vez sentado delante de una amplia ventana y notas como es cierto que puedes enamorarte poco a poco de la muerte y de su frío estable y rotundo como lo son estos versos finales. Poemas que subrayan a Eliot y se anticipan a Keats, versos o Ícaros con alas de nieve en llamas, que culminan la doble arquitectura de este poemario. Porque “yo” en poesía siempre es plural. Arquitectura yo es una obra terminada, y como en toda arquitectura hay que entregar un proyecto; su proyecto final lo tenemos aquí, ahora, un gran libro de un gran poeta, porque todos los cuerpos encierran una historia. Y las historias aquí construidas pueden ser también nuestras. Josep M. Rodriguez, un poeta muy joven que entiende la responsabilidad de construir.

*(Josep M. Rodriguez, Arquitectura yo. XIV Premio de Poesía Generación del 27. Madrid, Colección Visor de poesía, Visor Poesía, 2012).

 

Jacob Lorenzo
Ldo. Filología Hispánica, crítico literario y poeta.

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