La recuperación de Teresa Romero en su lucha contra el virus del Ébola, pone fin, por ahora, a una inesperada crisis política y social que nos ha tenido en vilo a los españoles y que ha venido a demostrar, una vez más, que el ser humano es vulnerable a los agentes externos, como no podía ser de otra manera si aceptamos que tenemos fecha de caducidad y la inmortalidad queda limitada a los dioses y a las almas, quienes la tengan.
Se inició todo con la llegada de dos misioneros de la Orden de San Juan de Dios, orden hospitalaria donde las haya, infectados por el virus. Ya aquello dio que hablar en el sentido, primero, de repatriar o no a este tipo de enfermos, con alto poder contaminante, y, después, sobre si la Orden o el Estado debían correr con los gastos de traslado.
Creo que en ambos casos se actuó correctamente, simplemente utilizando como argumento que los dos misioneros realizaban en Liberia y Sierra Leona el papel que a España y a otros muchos países les hubiera correspondido desempeñar hace ya tiempo en esa zona del continente africano, castigado por esta y otras enfermedades. Era el mínimo pago que se les podía hacer por ello cuando, además, trabajaban desinteresadamente.
A partir del fallecimiento de ambos cooperantes los acontecimientos dieron un giro casi dramático con el contagio de la auxiliar de clínica del Calos III y todos aquellos otros que en cadena pudiesen haberse producido mientras esta incubaba la enfermedad. Fue tras su ingreso cuando se desataron todas las fuerzas de la naturaleza mediática, política y social contra la hasta ahora Ministra de Sanidad, Ana Mato, culpándola de la presunta mala gestión que de la situación se había realizado, a la vez que situándola en el calvario pidiendo su crucifixión política.
Agobiado el Gobierno creó un gabinete de crisis, presidido por la vicepresidenta, Sáez de Santamaría, no, como se ha venido a decir, desautorizando a Mato, sino implicando al Gobierno en su totalidad en la gestión del asunto. Y a nada de iniciar sus contactos el citado comité y pasar a ser los profesionales sanitarios quienes sirvieran de enlace directo con los ciudadanos, surge la gran sorpresa en Estados Unidos, el paradigma de la medicina avanzada, diagnosticándose dos casos de Ébola, precisamente en sanitarios que habían atendido a enfermos estadounidenses repatriados.
El famoso protocolo, que para los detractores de la ministra española había fallado, quedaba también en evidencia al otro lado del Atlántico, lo que tal vez debiera hacernos pensar que ni españoles ni americanos, ni el resto del mundo desarrollado, estábamos preparados para atajar con todas las garantías de seguridad una enfermedad como esta, lo que, por otra parte, resulta lógico. Por ello que considere que, al margen de otros errores, fundamentalmente de comunicación, se ha actuado con demasiada precipitación a la hora de colocar la corona de espinas a Ana Mato, movidos por el fariseísmo de algunos.
No se ha actuado de igual manera contra quien tenía en la Comunidad de Madrid la responsabilidad directa de la gestión sanitaria, el consejero Javier Rodríguez, que hace tiempo debía haber sido cesado en su cargo, simplemente por lo tan inoportunamente como abordó la búsqueda de responsabilidades y su altivez al expresarse, si no por los errores cometidos a la hora de atender y trasladar a Teresa Romero.
Informaciones de última hora hablan de una posible dimisión del mismo.
En definitiva, la primera persona infectada en España por el virus está curada y ninguno de los posibles contagiados han dado muestras de la enfermedad, al margen de que esta situación podría haberse repetido con casi toda seguridad en hospitales gestionados por el PP, el PSOE, PNV o CC, en otras Comunidades autónomas.
Ello debería hacernos recapacitar y en asuntos como este de tanta repercusión e inquietud social, buscar todos, sin exclusión, las necesarias complicidades políticas y sociales que permitan abordar los mismos con la mayor eficacia y el menor daño social.
Añadir nuevo comentario