Está haciendo mucho ruido que se ha aprobado en el Congreso la excarcelación de varios etarras de manera unánime. Incluso el PP y VOX la han apoyado, pero le han dado el apoyo porque no se habían leído lo que votaban. Sí, es cierto que hubiera salido adelante sin el favor de estos dos partidos, pero esa es otra historia, como diría algún que otro personaje de las películas de Billy Wilder. No son estas palabras para valorar que se les reduzca la pena a asesinos, pues, si ya había hecho con violadores, en fin...

Lo más llamativo de esta situación es que los diputados y las diputadas no leen lo que votan. O sea, que tener un sillón en el congreso no es otra cosa que asistir cuando toca y darle al botón que alguien del partido diga que hay que dar. Me dan pena porque no tienen libre albedrío, libertad de decisión; que nadie pueda disentir porque, oye, igual esto concretamente no le convence así como está, pero, nada, ¿que hay que votar que sí o que no? Pues eso hace. Y cobran por esto, y no es un sueldo cualquiera, y ahora sabemos que por ni siquiera conocer lo que se vota.

Cuando fui estudiante de bachillerato, una profesora nos mandó un trabajo sobre El Quijote. Un compañero estaba seguro de que la profesora no se leía los trabajos más gruesos o que solamente se leía las primeras páginas; así que solamente escribió las doce primeras páginas y el resto, hasta cincuenta o sesenta, lo completó con fotocopias de la página 12. Le puso un 7. Siempre recuerdo esta anécdota cuando me da pereza leer trabajos, notificaciones o textos infumables, pero los leo por completo para evitar un ridículo como el de los políticos o el de esta profesora.

Yo obtuve un 8 con un trabajo original, que me leí El Quijote con desgana, de unas 25 páginas que, en vista de lo sucedido con el otro compañero, comprendí que no se leyó o que no lo hizo nunca por completo.