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"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El complot mongol, oralidad mortal y corrupta en la esfera del poder

La edición española de El complot mongol, de Rafael Bernal, supone una interesante novedad literaria, de la que emerge una visión tenebrosa de las cloacas del estado.

La literatura es libertad. La escritora norteamericana Susan Sontag, cuya capacidad  creativa amplió a la dirección de películas y obras teatrales, expresaba con esta significativa  y lúcida afirmación, el posicionamiento y compromiso de la literatura desde su personal perspectiva, en la que como señalaba el poeta cubano José Martí, "El mejor dicho es el hecho". La guerra que asoló el corazón de Europa y que vino en llamarse la Guerra de los Balcanes, no fue osbtáculo para que la autora de El poder de la palabra sacudiera las conciencias desde la férrea convicción y admirado coraje, al proponer y disponer representaciones teatrales durante el terrible asedio que sufrió la ciudad de Sarajevo. Esperando a Godot, de Samuel Beckett fue la obra elegida. En un escenario de dolor y muerte, la capacidad del ser humano ofrece la tenaz resistencia desde la escenificación y sobrevuela cualquier condición que le sumerja en la soledad y la incomunicación como tragedia añadida y contextualizada en las sociedades contemporáneas. Es la contestación a la barbarie, a la simplificación y alienación. Aspectos con los que se trivializa la agresión. Es la fórmula expedita y salvaje de imponer la brutalidad por principio.

José Manuel Caballero Bonald se refería a esta misma idea en el discurso de entrega del Premio Cervantes, considerando que "La literatura es sinónimo de libertad". Incidía en el valor de los libros y la amenaza que pesa permanentemente  sobre ellos por mor de su trascendencia social y espiritual, "La quema de libros es una metáfora de la esclavitud, bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades". Literatura y libertad son equivalentes en cuanto a que la manifestación escrita es la consumación del pensamiento. El proceso racional de la comunicación es matizado por las emociones que insuflan el alma de esta y la dotan de adjetivación, de esa esfera tan insólita como  connatural al hecho que nos lo facilita "Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón". Semejante al vibrante sonido que se elevaba entre los escombros de Sarajevo. La voz del violonchelo que tañía Vedran Smailovic, emergía y flotaba como un milagro redentor entre tanta desolación.

El complot mongol -Libros del Asteroide. Prólogo de Yuri Herrera. Posfacio de Élmer Mendoza- nos depará el asombro de una lectura tan expectante y vital como mortal y dramática lo es su historia. El desenfrenado ritmo de los acontecimientos involucra al lector desde el primer momento. La herramienta literaria devenga el valor de la libertad para entregarse indubitablemente al pensamiento de aquél. En esta obra la recreación da alas a la imaginación y permite la concesión del placer y buen gusto en la lectura, mientras los finados campan a sus anchas. La ambientación mefistofélica crece con  el grado de cinismo y perversión que embarga a  la novela, al que sólo un personaje como Filiberto García, "un fabricante de pinches muertos", puede enfrentarse y saldar la deuda del mal en el propio mal. Es decir, liquidar cuanto le separe del umbral de la muerte, la misma que el procura como asesino a sueldo. Porque matar también posee unos principios benefactores, que no redentores, en la sombra que vela la soledad de la muerte y sus ejecutores, como lo es él.

La controversia es voraz. La novela transita por la senda abyecta del poder y fluye con el dinamismo que las especulaciones logran desenfrenar. Los servicios de espionaje soviético y estadounidense han recibido la información -convencidos de su veracidad a pie juntillas-, que la República Popular China pretende atentar contra el presidente de los EE.UU en su próxima visita a Méjico, que será efectiva en un plazo 72 horas. En un burdoy ridículo intento de contratacar desde la esfera gubernamental de aquel país, se solicita la intervención de Filiberto García, un sicario que vende su eficaz oficio de asesino a la propia policia mejicana.Y que en esta ocasión se propicia por la relación que mantiene, a través de las timbas, con la comunidad china. Su misión se verá estimulada por la compañía de Graves y Laski, agentes del FBI y KGB. Dos viejos conocidos por sus escarceos y enfrentamientos con pistola en mano durante la Guerra Fría.

Rafael Bernal -Ciudad de Méjico 1915 - Berna, Suiza, 1972- deconstruye la realidad, para una vez ensamblada unificarla sobre la pátina de corrupción. Barniz de la sociedad mejicana que es extrapolable, con matices nacionales  a otros países, como  señala Yuri Herrera en el prólogo, "(...) creo que puede servirle a los lectores españoles como una lente, precisa e implacable, con la cual mirar su propio caos nacional". El diplomático y polifacético escritor -cultivó diversos géneros: guión,  poesía, cuento, periodismo, ensayo, novela- despliega en esta obra una mirada nada condescendiente con la transformación del estado tras la Revolución. Y escoge la antítesis de lo que pudiera suponerse un garante de las libertades, un matón -"La pistola cuarenta y cinco era parte de él, de Filiberto García; tan parte de él como su nombre o como su pasado (...) Matar no es un trabajo que ocupa mucho tiempo, sobre todo desde que le estamos haciendo a la mucha ley y al mucho orden y al mucho gobierno"-, para desarrollar una  investigación cuyos visos de sofisticación no coincide con los métodos expeditivos que éste emplea. El fiel cumplidor de los encargos fúnebres tiene conciencia y decisión propia. La soledad le corroe de pies a cabeza lo que le supone un permanente soliloquio. Son pensamientos mascullados desde la más ácida y crítica percepción y la íntima convicción de sentirse ajeno al tiempo que vive, un tipo solitario que vive de la misería y podredumbre del poder, que lo desprecia  tanto como lo necesita, "Nosotros estamos edificando México, y los viejos para el hoyo. Usted para esto no sirve. Usted sólo sirve para hacer muertos". El autor dota al protagonista de un lenguaje expresivo y analítico interior que incorpora sorprendentemente la sentimentalidad de lo trascendente, tanto en el amor como en la muerte, "Su cara estaba inmóvil. Como de piedra amarga. Tenía las manos cruzadas sobre las piernas. El odio le empezaba a doler en los ojos". Aunque siempre desde el humor negro, con el que logra distanciarse aparentemente de la fragilidad. Parece indicarnos que hasta los asesinos tienen su corazoncito. Lo demás son circunstancias imponderables en las que se maneja con soltura y resolución, "Para eso me mandan llamar siempre, porque quieren muertos, pero también quieren tener las manos muy limpiecitas"

Los tres perfiles que convocan y componen -oriental, occidental e hispánico- esta novela negra y de espionaje, convulsionan en los gestos narrativos que procuran la miscelánea caleidoscópica de tan sugerente y afinado título. Son dos historias que entrelazan el oscuro sueño de los vivos y el eterno de los muertos. Entre éstos el amor que es tratado con impúdico tacto, "¿Para qué acordarse del nombre de una mujer?. Una mujer es como cualquier otras. Todas con agujerito", que surge de forma casual y vinculada al sexo, en primera instancia, y que luego acaba por descomponer el impavido rostro del pistolero con el trágico final de Martita, hacedora de la única y auténtica ternura que ha experimentado en su vida. Élmer Mendoza suscribe en el posfacio que "Lo tremendo es lo que se insinua, la ambigüedad  como una propuesta estética que conecta al lector interesado en una atmósfera particular donde se establece, en palabra de Federico Campbell, una suerte de amistad momentánea".

Publicada en 1969 y siendo fruto de su tiempo, posee y revela el rostro del desencanto ante la evolución de los principios políticos que rigieron los inicios transformadores de la sociedad mejicana tras la Revolución. El desplome de aquéllos dio paso a la mezquindad y ruindad que derivó en la conservación del poder a toda costa, sin titubear en el uso de la violencia para la consecución de este fin. Como expresa Filiberto García, "Pero ahora es así, la Revolución con guantes blancos". La internacionalización del asunto de la novela obedece a la intervención de los Estados Unidos y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El asesino local con  métodos tan diferentes a los que practican sus circunstanciales y sofisticados compañeros, no se desmerece de ellos y asume el papel de liquidador. No hay motivos superiores a los que apelar pero sí órdenes superiores que cumplir. "¿A mí que carajos me importa todo eso! Que de mucha lealtad al gobierno, ¿y qué ha hecho el gobierno para ír? ¡Pinche sueldo que paga!, si no fuera porque uno se aguza, con o sin gobierno, se lo lleva el tren con todo y la lealtad"

Gustavo Adolfo Bécquer, poeta sevillano precursor del modernismo, un siglo antes de la edición mejicana de El complot mongol, publicaba  Rimas, donde el sentir profundo que destila esta novela en el pensamiento del fiel asesino, "Cuando mata uno a  alguién, señor Del valle, lo condena para siempre a la soledad", es eco lírico en el poeta andaluz, "¡Dios mío qué solos / se quedan los muertos (...) No sé, pero hay algo / que explicar no puedo, / algo que repugna / aunque es fuerza hacerlo, / el dejar tan tristes, / tan solos los muertos". Amor y muerte son los temas universales que recorren transversalmente esta obra con el rictus de la literatura más mordiente y electrizante.

 

 

 

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