Hace poco más de un año que abandoné por otras prioridades mi frecuente visita virtual al lienzo “Hilas y las Ninfas”, ubicado en una sala de la Art Gallery que se titula “En busca de la belleza” junto con varias pinturas del XIX, algunas de las cuales abordan también el tratamiento del desnudo femenino. La razón de mi reencuentro con esta obra descubre un entramado de fobias que solo es posible ubicar en la tendencia moderna (¿?), a hacer ostentación de poder y de la más arcaica egolatría, algo verdaderamente opuesto al sentido original, único, del arte: la creación libre y su ofrenda a la sociedad. Desde mi modesta condición de pintor, pero también desde el lugar que ocupamos todos como receptores de obras artísticas, quiero expresar aquí mi estupefacción, y por supuesto mi más absoluta repulsa al hecho de que el lienzo de Waterhouse haya sido retirado de su exposición al público, aunque sea de forma temporal, sobre todo una vez conocidos los argumentos que desde el museo se han difundido por los medios, en resumen: exceso de carnalidad, cosificación del desnudo femenino, tratamiento indigno de la figura de la mujer, etc., y la justificación (insostenible obviamente) de tratarse de un hecho artístico en sí la retirada del lienzo con intención de crear debates, filmar reacciones, promover que en su lugar se escriban comentarios, etc., así como el apoyo a cierta campaña igualmente alejada del contexto de la obra. Son argumentos expresados por la conservadora de la Art Gallery de Manchester, quien asegura sentirse “avergonzada de no haber tomado esta medida hace tiempo”, y a quien convendría recordar en qué consiste el respeto.
Debo, no obstante, agradecerle el gesto, porque este cuadro era desconocido para cientos de miles de personas que, como consecuencia de su hazaña, han puesto los ojos en él y, seguramente, lo habrán disfrutado. Con todo, quisiera transmitirle lo que supone para un pintor pensar, proyectar y crear un cuadro de estas características; qué decir de lo que igualmente supone abordar el desnudo o el paisaje escénico. A juzgar por su predisposición para la censura y para manipular a su antojo los fines de las obras de arte, sería inútil. Baste quizá recordarle, eso sí, la responsabilidad de su cargo para con el público y los tesoros artísticos que se guardan en la Art Gallery, ninguno de los cuales le pertenecen ni mucho menos han salido de sus entrañas.
La escena pintada por Waterhouse, heredero estilístico de la segunda generación de prerrafaelitas, describe de manera muy dulcificada pero real, el misterio que rodea a toda leyenda extraída de la antigüedad. Ahí está su magia, personificada en los bellísimos torsos de las náyades que seducen al hermoso Hilas hasta hundirlo con ellas en las aguas para siempre. Jóvenes desnudas, señora conservadora. Desnudas y muy bellas, sí. Joviales, seductoras, como corresponde a las náyades. Ahí puede usted ver inmortalizado uno de los principales aspectos que caracterizan al maravilloso mundo de la mujer, ese que, tanto el gran Waterhouse, como tantísimos pintores a lo largo de la historia del arte hemos elegido como símbolo de algunas de las mejores cualidades humanas, con el respeto que se desprende de cada obra y con el ánimo de perpetuar, más incluso de lo que ya está en nuestros siglos de existencia, la figura de la mujer. Ese es, señora, uno de los mayores logros de la naturaleza y, en consecuencia, del arte y no creo que usted, por sus razonamientos, esté cualificada para cambiar semejante pilar de sueños, realidades, sentimientos y armonías. Las ninfas de Waterhouse están tratadas y resueltas con tal exquisitez que sitúan la estratagema del museo junto a lo indigno, al lado justamente de lo que en política se reconoce como prevaricación y en la vida doméstica, la soberbia y la tiranía. Pocos ámbitos de la vida pueden presumir de tratar con más respeto, dignidad y amor a la mujer que el universo de las artes, muy especialmente el de la pintura.
Mi modestísima experiencia en las muestras públicas que he hecho de mi trabajo, me ha proporcionado testimonios de mujeres de todas las edades, opiniones, loas y reflexiones que dejan perfectamente claro el efecto positivo de exhibir al público cuadros de esta índole: hacen soñar, señora conservadora, hacen disfrutar a los demás, aportan con su belleza el contraste que necesita la fealdad de tantas cosas y hechos que nos rodean. Muchas chicas de hoy, verán este cuadro y soñarán con ser ellas mismas las “elegidas”, ¿cómo no, si ahí reside una parte esencial de la feminidad?..., otras reconocerán en las miradas del lienzo miradas propias de su pasado, de su presente; las habrá que sentirán necesidad de crear un poema, una cita, su propio cuadro; sin duda que muchas serán las que quisieran tenerlo en su hogar, y muchas también las que simplemente recorran admiradas esos 98x103 cm…. En definitiva, señora, las habrá que piensen de un modo diferente al suyo ante “Hilas y la Ninfas” y además lo harán libremente. Ni que decir tiene que será abrumador el número de espectadoras que preferirán semejante disfrute, un instante de belleza y felicidad en vez de la imposición de su oferta alternativa, cuyo trasfondo reposa en fobias hacia la propia mujer, hacia el hombre, la historia, el arte y la naturaleza del artista.
Aún a sabiendas de que esto no llegará a sus dominios, señora, me permito añadir que su actitud y sobre todo sus fines, son erróneos (si no delictivos) pues todos hemos aprendido mucho de la vida artística y es por esto que sabemos reaccionar cuando es necesario, de manera implacable. Habrá nuevos cuadros de Hilas y de esas ninfas de fuentes y manantiales, ninguno de los cuales, como es comprensible, igualará la obra de Waterhouse. Mis recomendaciones modestas le invitan a introducirse en la pintura: siéntase libre para indagar en las infinitas bellezas del desnudo masculino y llévelas al lienzo hasta ganarse el prestigio John William Waterhouse. Mis ruegos: que devuelva cuanto antes ese maravilloso cuadro a su sitio, busque para sí misma otro espacio en la sociedad que la haga verdaderamente feliz y, si le apetece, saque sus fobias de nuestro arte. Es de todos y de todas, incluida usted.