Cuando llegamos a esta vida lo primero que nos encontramos es algo muy hostil, nos agarran por los pies, nos ponen boca abajo y nos golpean hasta hacernos llorar. ¡Habrase visto encuentro más feo con la vida!. Menos mal que al rato nos consuela el abrazo y cariño de mamá.
Luego, dependiendo de la suerte que hayamos tenido de nacer en un sito u otro, en una familia u otra, en un país o en otro, dependerá el desarrollo que vayamos teniendo a lo largo de nuestra existencia. Si lo hacemos en un país de los llamados primer mundo, tendremos prácticamente todo a nuestro alcance y no digamos si la familia en que nos encontremos es de clase acomodada, entonces miel sobre hojuelas, todos los caprichos en abundancia, lo que conlleva no dar el valor que toda cosa requiere, es decir, lo que se recibe fácil, fácilmente se dilapida. Si nacemos en una familia de menor poder adquisitivo, entonces prevalece el trabajo y tesón para conseguir el objetivo deseado con lo que se prima el esfuerzo y responsabilidad personal para tal fin. Si nuestra llegada a este mundo es en un país de los llamados tercermundista la cosa se complica mucho pues aunque la familia quiera, no puede dar ni lo más mínimo necesario para un desarrollo físico e intelectual posible, hambrunas y epidemias se encargan de hacer imposible un quehacer cotidiano, aunque sea con lo más elemental e imprescindible para vivir dignamente.
Estos tres axiomas, dichos a groso modo y sin entrar en profundidades, no quieren decir que en unos se sea feliz y en otros no. La felicidad no depende de todo lo material que se tenga o se pueda conseguir, aunque contribuye bastante, sino del amor que se ha recibido. El niño que crece rodeado de lujos queriendo sus padres suplir su cariño y entrega por la indiferencia o la dedicación a ellos, será un hombre despegado, intransigente, de escasa voluntad y voluble de sentimientos, mientras que el que lo hace rodeado de afecto, valorando el esfuerzo y el trabajo, llegará a ser un adulto consecuente y productivo, capaz de dar lo que ha recibido multiplicado por mil.
Ese desarraigo familiar que existe hoy en día nos está llevando a tener unas sociedades totalmente arbitrarias. Los niños "de la llave" que llegan a su casa y están solos frente al televisor horas y horas a su libre albedrío, porque los padres trabajan los dos, por ser familias desestructuradas o por ser monoparentales, son a los que vulgarmente se les denomina "carne de cañón" y si a eso le sumamos el nefasto sistema educativo que sufrimos, no podemos llevarnos las manos a la cabeza cuando nuestros propios hijos se suman a las filas yihadistas, profieren malos tratos a sus parejas, se mueren de sobredosis o entran en las escuelas disparando al primero que se le ponga por delante.
No es menester decir que me refiero en términos generales, que no todos son buenos ni todos malos, pero si quiero recalcar que en las sociedades donde la familia prima en lugar de la pompa y la vanidad, donde el cariño fluye de manera armoniosa vivificando la unión entre padres, hijos y hermanos, la felicidad se masca en el ambiente y lo cotidiano en vez de aburrido se vuelve divertimento.
Una Europa, y por consiguiente España, envejecida, con pocos niños, es una Europa triste, nostálgica y meditabunda que quiere vivir del pasado sin pensar que el tiempo es implacable, que no se detiene y si no se adecúa queda totalmente trasnochada. Pero al mismo tiempo debemos concienciarnos de poder darles una vida digna con el cariño, respeto y educación que merecen.
La vida, por si misma, es bella y debe ser vivida con alegría sin olvidar que la mayor felicidad consiste en poder dar todo el amor que se ha recibido de ella y de las personas que nos rodean.
Nos podemos preguntar, ¿para que nacemos?, ¿para ser felices o desgraciados?, ¿Ricos o pobres?, ¿desheredados de la tierra o nadando en la abundancia? Cada uno venimos con el marchamo puesto, de nosotros depende el saberlo buscar, llevarlo con dignidad o tirarlo, al mismo sitio que se fue el caimán, por la barranquilla.
Que este tiempo de adviento nos sirva para reflexionar y darnos cuenta que la felicidad no consiste en almacenar por poseer, que el compartir da mucha más satisfacción y que la esperanza, ilusión y las ganas de vivir mueven el mundo.