Las prisas cotidianas, el estrés rutinario, la necesidad imperiosa de llegar puntual a una cita, una reunión o cualquier evento nos hace vivir la vida con un ritmo frenético. Y es que ni siquiera nos da tiempo a sentarnos y pensar, a meditar si merece la pena o no lo que estamos haciendo, valorar los pros y los contras de cada decisión que tomamos en nuestro día a día.
Estamos en una etapa de cambio y no me refiero solamente al apartado político. En poco más de una década hemos vivido un cambio de moneda, la abdicación de un rey, el fin de ETA, la irrupción de nuevas formaciones políticas, la crisis económica más importante que se recuerda o la etapa dorada de la Selección Española de fútbol. Una infinidad de cambios históricos a los cuales no les damos la importancia que merecen. Y es que la mayoría de los sucesos enumerados anteriormente aparecerán en unos años en los libros de la historia y nuestros hijos lo estudiarán sin ser conscientes que muchos de ellos han transformado de alguna manera la vida de sus padres.
A pesar de no darnos cuenta (o no querernos dar cuenta) de lo que nos rodea, estos acontecimientos están cambiando de manera radical nuestro porvenir. La crisis económica ha repercutido de tal modo que España vuelve a ser un país marcado por la emigración. La diferencia es que nuestros abuelos marchaban a Francia o Alemania como mano de obra barata en busca de pan para sus hijos, y nosotros, la llamada “generación mejor formada de la historia” nos vamos ante la falta de oportunidades laborales dentro nuestras fronteras, quemados de trabajar gratis, de contratos precarios, y de prácticas no remuneradas con la excusa de “hacer curriculum”.
Nuestros familiares marchaban siendo conscientes de que su futuro estaba en España, en su tierra, en su ciudad junto a su familia. Ahora abandonamos nuestro país cargados de incertidumbre, con billete de ida pero no de vuelta, pensando nada más que en el presente para no agobiarnos con el futuro.
Faltan unas horas para que me convierta en otro inmigrante más en tierras anglosajonas, otra persona anónima entre la multitud de Londres, otro español cansado de la situación de nuestro país, de la corrupción, de la pasividad política y del abuso laboral.
Sólo espero que cuando vuelva, España tenga un gobierno que mire por sus ciudadanos, que se castigue la corrupción y no se haga la vista gorda, que la política no influya en la justicia, que se prohíban los contratos basura y que se ayude a los autónomos y a las PYMES. Sé que es mucho pedir. De hecho volveré y nada habrá cambiado. O sí. Otra cosa es que nos hayamos dado cuenta de esos cambios o que nosotros hayamos hecho algo para influir en el rumbo de los mismos.