Hay veces que uno se plantea hasta qué punto puede llegar la estupidez humana. Somos seres errantes por naturaleza. Quizás no nos guste equivocarnos, pero nos equivocamos. Quizás no nos guste repetir la equivocación, pero volvemos a caer en la misma tentación/decisión/elección.
Y es que si hay algo que realmente le gusta a nuestra especie eso es criticar. No importa el tema, la cuestión o si tenemos o no idea sobre el asunto en cuestión. Lo importante es culpar, acusar o señalar a cualquier otra persona sobre algo. Que nadie nos saque de ahí.
El respeto hacia el prójimo yace sepultado a kilómetros de profundidad. La libertad de la que tanto nos gusta alardear en democracia, es una burda mentira. Y es que para el ser humano algo nunca va a estar del todo bien. Siempre va a haber cualquier cosa que achacar o reprochar.
Un claro ejemplo de esto a lo que me refiero es la irrupción del videojuego Pokémon Go. Leo a decenas de personas criticando a aquellos que se dedican a cazar bichejos virtuales con su teléfono móvil. Hay quién tacha de inútiles, estúpidos o borregos a quienes buscan hacerse con un Pikachu, un Charmander o evolucionar a un Bulbasur.
Borreguismo por empeñar parte de su tiempo libre en caminar o pasear con la cabeza gacha sin despegar la mirada del teléfono móvil. Que yo sepa eso se lleva haciendo ya muchos años con tanto WhatsApp, Twitter e Instagram. Y me pregunto, ¿acaso es más borrego el que juega a Pokémon Go que el que practica la religión y asiste cada domingo a misa? ¿Acaso pierdes más el tiempo si juegas a este videojuego (o a cualquier otro) que si ves un partido de fútbol o asistes una corrida de toros?
Probablemente el tiempo ‘perdido’ o ‘ganado’ sea el mismo en todos los casos, pero el primero de ellos, al menos, no cuesta dinero ni te regodeas viendo cómo maltratan a un animal. No pretendo defender con ello a quienes juegan a Pokémon Go. De hecho quién escribe estas líneas no es precisamente amante de los videojuegos.
La única intención es romper una lanza a favor del respeto. Cada uno tiene su vida, y tiene derecho a malgastarla en lo que le de la real gana. Dejemos de criticar a todo aquel que no piensa como nosotros o no coincide en gustos ni maneras de disfrutar el tiempo de ocio. Vivamos nuestra vida y dejemos la del resto correr. Sólo es un consejo, aunque estoy convencido de que también habrá alguien que lo criticará.