La obra Derecho natural me produce el brote solidario de sentir con su lectura bien estructurada y de narrativa ágil conocer la tela de araña de la España empalagosa.
Derecho natural me produce el placer solidario de sentir con su lectura lo bien estructuradas y escritas de sus novelas. Y no es sentimental. Surge de la atracción que florece de la narración por el planteamiento humano de los temas, esa transparencia en función del contenido de las escenas y procedimientos. Por ejemplo, mi adhesión en la novela Enterrar a los muertos (2005) se debe en parte al personaje real del español afincado en Nueva York: Jose Robles, traductor de la inmensa novela Manhattan Transfer de su amigo Dos Passos. José Robles español de altura y sentimientos que no dudó ponerse desde allí al lado de la República. Siendo después detenido en Valencia por el servicio secreto soviético y dado por desaparecido. Dos de mis autores preferidos desde joven, Dos Passos y Hemingway, ante el suceso tan triste y criminal, llevó a estos dos amigos y grandes escritores a un duro enfrentamiento en plena efervescencia de la Segunda República y Guerra Civil española.
Ignacio Martínez de Pisón en su reciente novela Derecho natural me recuerda el paralelismo con su otra novela Dientes de leche (2008), donde aborda el tema de la Guerra Civil española y su larga posguerra hasta la llegada de la democracia. En ella se cuenta el arribo a España del italiano Raffaele Cameroni en 1937 para luchar en el bando de los sublevados. Toda una “epopeya heroica” con medalla incluida y un apasionado amor con una española que le hace olvidar su regreso a Italia. Y aquí comienza en verdad una interesante narración que cuenta la vida y milagros de tres generaciones con un cabeza de familia lleno de fervor fascista.
El posible lector se encuentra con nueva aventura literaria de saga familiar alucinadora. Desarrollada en el discurrir de medio siglo por esta España en la que el lector puede participar manejando comparaciones con los personajes de esta saga familiar. De cómo ha sido la vida de padres hijos y nietos, que al ir creciendo deciden por sí mismos las cosas que van siendo suyas aunque resulten aparentemente simples, lo propio en todas las familias, que sirven para mostrarnos la realidad de una posguerra española, que pese a todo cada vez va evolucionando hacia una realidad social y cultural de historia familiar, que reboza emociones e íntima humanidad, acompañada de humor fino de un país como el nuestro con un presidente inocente que solo sabe de política, al que se le puede regalar esta frase de Dos Passos: “El único que saca partido del capitalismo es el estafador, y se hace millonario en seguida”. Y así nos va, ese compás de la murga y la mugre como deterioro de la comedia humana nacional, original y descarada semblanza completa no falta de originales proyectos y de fantasías arcaicas, con las que ocultar la miseria de la realidad social en la que se ve envuelta la transición, donde el esperpento va de la mano de la fragilidad cotidiana.
Con un padre soñador y estafador, digno imitador de Demis Roussus, para una madre patria repleta tanto en lo político como en la vida social cotidiana de apabulladora escuela de falseadores. Secuencias reales dentro de la ficción literaria que toda novela conforma. Los personajes, para quienes fuimos niños de la guerra y posguerra, resultan tan vivos que haciendo un alto en la lectura, es posible poder distinguirlos, considerarlos propios de uno, aunque con asco y sin perdón. Qué menos, puesto que muchos se lo merecen. Al representar una afinidad solidaria este desfile de personajes saca a la luz a una clase media que generalmente viene apareciendo en escasas ocasiones como protagonista en la historia literaria de la posguerra de reducido espacio en tan vigilada sociedad.
Ahora, tiempos de desmemoria histórica, ratería y desvergüenzas con reminiscencias medievales que apestan a franquismo, por parte de quienes todavía bien deberían no tardar en consultar los “descuidos” de la Academia de la Historia. De manera que me viene como anillo al dedo. Y nadie de la guarida de la Reserva Espiritual de Occidente debe tildarme de rojo y masón. Les agradecería, me calificaran sencillamente de ciudadano.