Javier Valdez Cárdenas fue un profesional del periodismo que se adentró por esos escombros de la vida misma buscando lo que queda de nosotros.
Este maestro de la prosa viva y comprometida nació en Culiacán, Sinaloa, en 1967 y pasó a mejor vida de dos tiros cuando iba en su coche hace unos meses de este 2017 que corre. Periodista y escritor de los que se pueden considerar de raza sin cortapisas y elogios gratuitos. Dedicó su vida a contar en crónicas de pasión y templanza las circunstancias de su México herido, que bien merece un corrido de esos que llegan al alma y hasta se puede llorar.
Un diario de crónicas en las que se ha quedado reflejada entre el caos, la miseria, el miedo y el puto dinero. Ese que todo lo envenena hasta el hambre y la vida. Y lo ejerció desde medios de comunicación como La Jornada, Proceso, Gatopardo o el semanario Ríodoce que fundó, con otros periodistas sinaloenses, en 2003, convirtiéndose en uno de los cronistas más interesantes de la actualidad. Su compromiso profesional no se limitó a narrar hechos comunes, sino que buscó adentrarse en los espacios más arriesgados de la vida cotidiana, de una ciudad mexicana bajo el azote del narco frente al factor humano y social en un estilo narrativo transparente de la crudeza del diario vivir.
Sus crónicas muestran, cuando los niños con armas de juguetes juegan a los buenos y a los malos, inocentes sin saber lo que hacen Pedro y Julio jugando a los “balazos”. Uno dice que trae un cuerno, su amigo y compañero del salón prefiere las uzi. Ra-ta-ta-ta- ta-ta, grita uno. Ta-ca-ta-ca-ta-ca, le contesta. Y los niños que podrían soñar con ser Messi o Cristiano, dado el ambiente en el que juegan y sueñan, sus modelos son esos tipos con sus coches grandes y lujosos, los trajes caros y relucientes, “esos collares de oro, realidad de desgracia con los años”.
Es lo que se respira, se palpa e imita, macabra realidad que se respira y padece. Modelos: años después, esos que fumaron Raleigh apretaban entre sus dedos cigarros de yerba seca y ponían música de Eicí Dicí. El olor a yerba quemada vencía el aire y se metía en los patios de las casas, en recámaras, en la escuela primaria y las canchas de baloncesto. De ahí también lo sacó esa madre que lo baqueteaba. Fue por él y no le dijo una palabra.
Las crónicas más que leerse cándidamente se beben como a borbotones, pues si una es interesante la siguiente no se queda a atrás narrada en prosa viva, linda y a la vez dolorosa, retratos de todo tipo de vivencias y tragedias de ese mundo del Narco. Tipos sorprendentes, como este. “Una especie de rey Midas que con el uso de su miembro viril era capaz de poner rico meciendo su poder” “Y los hombres del lugar, padres y madres, estaban más que resignados. Vivían pensando que sus hijas podían ser candidatas a formar parte del harem de aquel poderoso traficante de drogas, aunque eso significara cierto sacrificio. Y la honra es la crónica, necesariamente fragmentaria, de la violencia del narcotráfico en el norte de México, o más bien de la experiencia de ese acaecer violento tal como se manifiesta cotidianamente en aquella zona del país: la vivencia de los niños, de los empleados y empleadas, de los ciudadanos de a pie; de los narcos incipientes y los pesados.
Bueno y aquí quedamos, con esta enlutada gavilla de crónicas, que van de la realidad al deseo a la desesperación y la locura, sin faltar el luto continuado, realidad y ficción de una sociedad cada día más hundida el su laberinto, que deja al de Creta como un jardincito para turistas de este “Turismo cultural” para criaturas alienados con el teléfono de cámara incorporada para la historieta al regreso. Luego: un minuto de silencio por la muerte de Manolete y además nos están peinando a la señora para asistir el velorio del día de los muchos que aparecen en estas crónicas.
“Pues se calentó este muchacho, compadre. Y sí, era cierto: andaba caliente por dejar la escuela, irse de la casa y meterse al narco”. ¿Y si no hubiera existido el narco? le preguntaron a Valdez Cárdenas. “Hubiera contado igual historias de la gente. Me gustaría mucho una noche en vela buscando vagabundos o pasar una temporada en el manicomio o en una cárcel. Me gusta mucho esa vida y en esos lugares está el periodismo, en esos pasadizos secretos se encuentra nuestra profesión. Yo me inclino por esos escombros y buscar lo que quede de nosotros.”